El verano pasado estuve unos días en las provincias vascas, y pude comprobar la falta de libertad que allí se respira desde hace muchos años. Incluso cuando compré un periódico de tirada nacional, el kioskero me aconsejó llevarlo en una bolsa opaca para que no tuviera problemas. El odio hacia todo lo español que no sea vasco -en el fondo son los más españoles, con todos nuestros defectos acentuados- se infunde y difunde en las mismas escuelas -ikastolas, quise decir- y a través de la cartelería que inunda las calles. La televisión autonómica se pasa el día ensalzando todo lo vasco y ridiculizando lo español, al tiempo que difunde una historia manipulada, en consonancia con la que aparece en los libros de texto.
No nos engañemos: los 200.000 votantes de Batasuna jamás han protestado por los asesinatos de Eta, ni los han condenado, y jalean y homenajean a los asesinos en las fiestas de los pueblos, como si se tratara de héroes, y con la aquiescencia de la gente del PNV y del Gobierno autónomo.
Se trata de una sociedad, la vasca, que vive aterrorizada desde hace más de 30 años, en los que más de 100.000 personas han tenido que abandonar su tierra por miedo a ser asesinados o a ver incendiados sus negocios si no pagan a los asesinos. Pero se han acostumbrado a vivir así, entre vítores a los asesinos, y a muchos ya les parece que esa es la normalidad.
Es la única zona de España que aún no sabe lo que es vivir en democracia y en libertad.
¿Se le puede otorgar alguna legitimidad al resultado de unas elecciones en las que los candidatos no nacionalistas tienen que ir con escoltas por la calle, mirar debajo del coche cada vez que van al trabajo o echarse a temblar cada vez que un desconocido se les acerca en el bar? ¿Se puede dar legitimidad a las elecciones cuando asistir a un mitin de un partido no nacionalista te convierte en enemigo del pueblo vasco y te coloca en el punto de mira de los asesinos?
No nos engañemos. El terror está triunfando en las provincias vascas, y ello se pone de manifiesto en el apoyo que encuentra en muchos y en el hartazgo de la mayoría, que ya empieza a decir "démosles lo que piden a ver si esto se acaba de una vez". Esto se llama claudicar, y en eso consiste la propuesta de Zapatero. Pero se tropieza con que en España aún hay gente con orgullo y con dignidad, que prefiere morir de pie antes que rendir la rodilla ante los asesinos.