La historia de Pamc
Descubrí el club Skala en el verano del 95.
Estaba acostumbrado a acudir a clubes pequeños, cutres u horteras, pero siempre con pocos pretextos para la fantasía perversa y de pronto me vi en medio de un hipermercado del sexo: cientos de jóvenes de todas las clases, vistas, tamaños, razas y estilo. Jóvenes en tanga verde fluorescente, rosa, azul o rojo; maduras gruesas, magras, feas o aún bellas vestidas con vestidos ajustados, con las tetas colgando o saliendo como globos hinchados por las sisas, al lado de los sobacos; jóvenes negras vestidas con bikinis blancos y atléticas rusas que parecían hombres siliconados; brasileñas con camisetas de tirantes, con el ombligo al aire, mulatas de labios imposibles, negras rubias que levantaban su ínfima minifalda para enseñar que no llevaban bragas. Y todo dentro de un bullicio que mostraba que yo no era el único que entraba allí por primera vez.
Y todos con mirada vidriosa, la mirada ávida del buitre eligiendo la más sanguinolenta de las carroñas. Era tanta la belleza, tan grande el erotismo, el deseo tan acuciante que experimenté un leve mareo.
Iban y venían, se acercaban y pasaban de largo o me preguntaban si quería subir con ellas y yo balbuceaba cualquier excusa porque quería seguir mirando y siendo testigo de lo voluble de mi pasión: aquélla del tirante caído con un pecho que casi sale por el lado, no, mejor la negra delgada, no, aquella rubia que está sentada y deja que se le vea el coño, y aquella morena fina, me enamoraría de ella, y la otra morena del bikini violeta, me vuelvo loco...
Y no podía hacer nada, ni salir, ni entrar, ni dejar de mirar, ni temblar. Estaba paralizado.
Como era tan grande mi confusión, empecé a nombrarlas, a ponerles nombres para tratar de ordenar mi pensamiento y decidirme porque era evidente que yo no podía salir de aquel lugar sin eyacular, sin rebajar la carga de ansiendad.
Empecé a poner nombres: Tirante Caído, Pelo Corto, Tetas Gigantes, Rubia Flaca, Tanga Rosa, Pelo Más Corto...
Hasta que entró ella. Volvía de un servicio: cansada, caminando con desgana, lo primero que hizo fue dirigirse al espejo que flanqueaba el local y en el que sus compañeras se apoyaban. Era una joven de pelo inmensamente corto, castaño, con unos pechos increíbles que estrujaban una camiseta mínima. Se miró al espejo e hizo una postura de modelo, encogiendo los labios.
Espiando a Pelo Aún Más Corto experimenté la más violenta de las sacudidas eléctricas, un espasmo como hacía meses que no sentía. Mis mandíbulas se tensaron, me tembló el pulso y tuve que dejar la copa de cerveza en el mostrador, por temor a que se me cayera. Vencí el habitual pudor que me dificulta preguntar el precio de un ser humano en alquiler y salí del bullicio de la barra. Me acerqué a ella y con un mal disimulado aplomo pregunté si quería subir. No, me dijo.
Otra sacudida. Me retiré, desconcertado.
Bianca vio la escena y se acercó a mí. Está cansada, no le des importancia. Entré con ella y nos hicimos amigos.
Cuando, una semana más tarde, volví al club y entré con Pelo Aún Más Corto me explicó que estaba enfadada porque varios hombres la habían rechazado, que había salido y entrado varias veces en la sala sin conseguir un cliente y estaba muy enfadada.
Desnuda era bellísima. Pero una chica triste que hacía el amor con desgana.