cuellopavo rebuznó:
Pues a mi, cuando me siento feliz, me basta con pensar que esa felicidad no va a durar mucho, para que cese inmediatamente.
La sensación de dicha no se detiene en absoluto porque las condiciones exteriores que la hayan engendrado hayan cambiado, sino sólo porque yo tomo conciencia del hecho que esas condiciones exteriores van a desaparecer pronto y con toda seguridad. Y tan pronto como me doy cuenta de ello, la dicha deja de existir; y las razones exteriores de esa dicha que no se han interrumpido, que siguen existiendo, no hacen más que irritarme.
Por cierto:
¿Felicidad transgénica?
Me estoy concentrando en lo sublime una vez asumida la derrota, la imposibilidad física y sensorial de la transcendencia. La muerte siempre gana y se lleva colgada de su guadaña todas las preseas de nuestra vida. Se lleva, sobre todo, devastadora, inamovible, la consciencia, el ser, nuestra relación con lo sensible. Muertos no somos, pero fundamentalmente, no sentimos, somos, con tanta tristeza, como esas miles de cabezas criogenizadas boca abajo en tanques de nitrógeno líquido. Cuerpos que resisten o no, que se momifican o se evaporan, pero ya inservibles y sometidos, petrificados. No vamos más allá, no cruzamos la Estigia ni las Puertas de San Pedro hacia otra forma más elevada de ser y de sentir. No, no hay opciones de mejorar unas perspectivas poco alentadoras. Muerte y apagón. Muerte y vertedero, incineración, ruina, moho y líquenes trepando por las piedras.
Los románticos alemanes proponen una alternativa poco práctica pero más intensa. Se mueren igual, se desintegran arrastrados por lo siglos y los microorganismos, pero al menos aspiran a un grado de intensidad mayor. Utilizan un concepto que llevaba años buscando. Lo "sublime patético", ese balbuceo, esa imposibilidad, ese saber y no poder, pero fundamentalmente, esa consciencia, la percepción de un hecho, un hecho físico, natural, que nos sobrepasa y nos subyuga. La naturaleza explotando a nuestro alrededor o simplemente la naturaleza inabarcable, infinita, desértica, que nos aplasta, que nos convierte en insectos, seres ridículos, indignos, frágiles. Me pierdo en los bosques, desnudo, febril, enloquecido y aterrado, en medio de la tormenta. Y ahí hay algo. No es algo místico, es algo carnal, casi sangriento. Mi sistema nervioso es incapaz de abarcarlo y por supuesto mi cerebro se aturde, rescata destellos, brizas insignificantes de un suceso mayestático.
En ese momento, cuando mi capacidad de percepción está saturada, cuando está a punto de colapsar y desactivarse, hay un instante de absoluta conexión con la VIDA. La VIDA, con los genes, con la biología más prístina, a un nivel celular, subdesarrollado. Se abandona la percepción racional y se accede a otra que nos lleva al borde de la desintegración. Dejamos de ser para sentir. Hay muchos caminos, muchos campos de trigo en los que hundirse con la cara al sol, sentir su vibración, sentir "el harpa de hierba", el hecho telúrico de la creación, lo trágico de estar vivos para finalmente dejar de estarlo. La otra opción es el LSD, pero está pasado de moda y no es tan pedante. No es para mí.
¿Que me espera? ¿Hacia donde voy? Toda esta belleza, toda esta vida fuera de mi alcance...fuera de mi vida.