Ya no creo en la literatura de desván del siglo XIX, en la bohemia, en los malditos, en el romanticismo del escritor atormentado y pobre. La visión del artista como un ser infantil y caprichoso, con accesos de ira, es erróneo. Un artista es el que sabe más, ha visto más, ha pensado más, ha viajado más y trabaja más que el resto, un artesano. Lo otro es solamente una idea retrógrada heredada del XIX y que hace mucho daño. Soy un antimalfito ahora -aunque me pego mis homenajes, claro- soy un hombre de familia, casi un empresario que antepone el dinero a la literatura.
Primero hay que tener un oficio: médico, abogado, camarero, puta, cura. Y luego, se escribe. Por mandato, por necesidad, por diversión, por destino. A cambio de dinero en ocasiones. En otras, no. Pero para escribir bien, el primer consejo es no vivir de ello, no necesitar el dinero. Quizá la próxima vez que me beba un vinazo diga exactamente lo contrario.
En fin, tengo una fan extraña. Menos mal que soy más fiel que un monje.