Joder, me encanta. Tiene fuerza, es bonito, está bien hecho y tiene la pátina del tiempo y el valor añadido del recuerdo. Sin ser yo maricón ni nada de eso. Soy de esos amanerados que se enamora de los objetos, me fascina todo lo que esté hecho con las manos, hasta una chabola de plásticos y latones hace que la mire y me imagine a su dueño encontrándose las chapas y los tableros de madera y clavando cada día uno. Me flipaba el casch converter y todas las tiendas de segunda mano, y de las pocas cosas que veía en la tv era lo de Cazatesoros, esos dos pinfloys que iban por la américa profunda comprando basura a precio de oro, los Restauradores, lo de los trastero, los forjadores, y la casa de empeño de Rick. Y no os digo na de los vídeos de youtube con los manitas y los maestros trabajando y grabándose para que los veamos, verdaderas maravillas. Yo creo que mi oficio natural hubiese sido artesano, de algo, no sé, pero artesano. No llego a artista, ni mucho menos, pero tampoco soy de esos jodidos inútiles que no saben ni aflojar un tornillo (verídico visto por mí en un pavo que se tiró 19 años trabajando en un Body Bell de esos).
Tengo más cosas hechas por mí, pero son objetos de poco valor, eran para aprender, lo primero que hacía, y algunos que he regalado. Porque me gusta regalar lo que hago, me satisface, es el mejor regalo que puede haber. Nada que ver con algo impersonal comprado en 15 minutos de shopping en El Corte Inglés y que al instante de pasar el factor sorpresa ya pierde todo su valor y pasa a ser un trasto. Cosa que jamás ocurre con un objeto hecho con paciencia y que te ha llevado semanas, ese objeto se cubre con un recuerdo que es lo que le da el verdadero valor.