¿Habrán saboreado lefa ya?
Las manzanas del rey.
Tienes que tener cierto talento y dedicación para saturar de estiércol la tierra bajo los frutales y un puto primo cocainómano e idiota que se ganaba las alubias como pinche de cocina en un restaurante pijo de provincias. Tiene que suceder que estés dispuesto a hacerle un favor a ese pringao mandándole una caja de tus excelentísimas manzanas para que se gane unos pocos puntos en el curro con su jefe, al que se le suele abrir el ojete exponiendo el mejor género en la entrada de su restaurante.
También tiene que suceder que un emérito y caprichoso monarca fuese asiduo de ese restaurante cuando le daba por aterrizar en esta pequeña ciudad de provincias para chanchullear y trapichear influencias con parte de su familia política por parte de la menos incomoda para la vista de sus nenas. Para colmo, asimismo, dicho antojadizo monarca con cierta debilidad por las rubias y la buena mesa, también tiene que fijarse en tus manzanas de exposición y sugerir que haber si se las pueden mandar a su puto palacio.
Y así es como te conviertes en involuntario y accidental proveedor de una casa real.
Sucede que durante dos o tres años, mientras le duro el curro a ese primo imbecil, y una vez sabido por su boca donde iba a ir a parar el fruto del duro esfuerzo de ese muy capaz agricultor, este se dedicase a zurrarse la sardina hasta botar con odio todas sus putas lefas sobre la zona del pedúnculo de todas y cada una de las manzanitas antes de empaquetárselas en una caja al restaurante, que en un alarde de extraordinaria generosidad pagaba su dedicación y talento a cuatro míseros euros el kilo.
Sucede que a las nietas de ese monarca, por aquel entonces meras criaturas de teta, les encantaba el puré de manzana.
Para ilustrar el post, te dejo unas fotos de unas peasgood, que bien pudieran ser el tipo de manzanas de las que hablamos. No me cabe duda de que ese talentoso hombre, hace diez años y con frutales mas jóvenes y vigorosos consiguiese marcas de mas de kilo doscientos gramos, en vez de los pobres setecientos cincuenta que se aprecian.