Mis cojones morenos lo dicen, y con eso debería bastar.
El Bond de las novelas, francamente, es irrelevante, puesto que las novelas de Bond nunca tuvieron el éxito que las películas y si alguien se las lee ahora es por estas, no por sí mismas. Repito: si alguien se las lee ahora. Me temo que aquí todos hemos visto casi todas o todas las pelis de Bond pero casi nadie ha visto una novela de Bond. Fíjate que no digo leído, digo visto.
El Bond por antonomasia, el Bond
Bond, James Bond, el Bond con mayúsculas, el Bond canónico, es el establecido por Connery. Nos guste o no, es Connery quien marca la raya, quien determina el patrón, quien hace y rompe el molde. Fleming inventa al personaje, pero es Connery quien lo personifica para el público, quien dice qué es y cómo es, quien define el arquetipo y lo dota de sus características que no son necesariamente las mismas que en las novelas que no lee nadie. En la medida en que un Bond se parezca al Bond de Connery, ese Bond será Bond; en la medida en la que se diferencie de él, ese Bond será menos Bond.
Ojo, no digo que sea menos bueno, o peor, digo que es menos Bond. Un poco más arriba alguien se queja de que ahora ya no se distingue a Bourne de Bond. Porque el Bond de Craig no es el puro Bond, es otra cosa con ese nombre. Sus películas no son malas en absoluto, mientras que sí que es cierto que algunas de Brosnan rozan el esperpento -y por momentos chapotean en él, igual que algunas de Moore-, pero, ay amigo, yo ahí no veo a Bond, veo a un espía que se llama como Bond. Me falta humor, me falta elegancia, me falta una mirada socarrona con la ceja levantá, y furcias, muchas furcias, y a Bond quitándose el traje de Savile Row y no de Brioni y follándoselas sólo porque pasaba por ahí y la furcia de turno cae rendida en medio segundo.