Yo a este gente se lo permito todo, me desarman, son divinos, tienen glamour, han nacido para tener una vida excelente, para cocinar su ambrosía macerada en aceites esenciales mientras la plebe nos obturamos de colesterol y fritanga. Forman parte de esa aristocracia elegida que nace para la pluma y el satén mientras que la masa bruta y prescindible nace para la pana y para vestir un mono azul y oler a cuero viejo; lo llevan en los genes, en su forma de respirar, de andar, de sonreir, lo llevan escrito en la cara como la raza o el síndrome de down. Son inimitables, auténticos, imprescindibles para medir el nivel de desarrollo de una civilización. Un país no sale definitivamente de las cavernas hasta que no ocurre algo así: pañuelos color malva y escrotos en la misma escena.
Mi sensibilidad esta inerme ante este tipo de asociaciones. Ver a dos mariconas hablando apasionada y sinceramente de placeres extravagantes me provoca una felicidad incierta, un nerviosismo que esta apunto de soltarme la vejiga. Sobrepasa lo ridículo y se convierte en especial, en mágico. Mientras el país esta al borde del abismo, con millones de parados buscando puente para instalar los restos del naufragio, ellos debaten cómplices y felices sobre un asunto transcendental: la importancia de los taquitos de jamón. Es fantástico, es genial, es imperial, son los nuevos Nerones, que mientras Ciudad Eterna se deshace en cenizas tocan el arpa y se dan pellizcos.
No he visto he reportaje, pero tampoco lo necesito. Ellos creen en lo que hacen y su fe me alcanza, me otorga la revelación y la verdad. No importa que en los hospitales falte la pócima mágica de la quimioterapia o que en las aulas los latin kings sodomicen a las docentes; siempre que un hombre encuentre taquitos de jamón, ibérico, en el minibar del hotel, aún conservaremos la sonrisa de Miguel Bosé levantando su copa para brindar por nosotros,...tan indignos.