Hace la tira de meses escribí un medio articulillo sobre las golosinas, y como soy un plagiador der copón, y va con el tema, lo reescribo, ea. Para hacerle el honor a la LetiZia, que me ha traído recuerdiños.
Qué ricas estaban las golosinas, y qué bonitas eran carallo....
¿Os acordáis de las
nubes? Eran como unos cilindrillos de gomaespuma rosa, que para repartirlos con tu hermano tenías que agarrarlo por los dos extremos, y estirar, y estirar, y estirar, y lo pasabas fatal porque la longitud de la nube podía llegar hasta Móstoles que aquello no se rompía.
¿Y los
ositos de gominola? Se vendían en ristras de cinco duros, envueltos en un plástico que no había Dios que lo abriera, te dejabas los dedos, los dientes, las uñas, y cuando al fin lo rompías y masticabas un osito, hale, se te quedaba tres días pegado a las muelas.
También me gustaban mucho las moras, los ladrillitos... Y los
Escalofríos, ¿qué? ¡Qué gozada de pastillas, tíos...! El envoltorio, al principio, mosqueaba un poco, porque era un papel con un dibujo raro de un mocho con ojos que no sabías muy bien qué coño pintaba ahí. Pero luego lo rompías y contenía un par de pastillas cuadradas blancas muy extrañas que, cuando las probabas, hacías "¡brrrrr!", temblando, ¡¡y entendías lo del Escalofrío!! (lo del mocho seguías sin comprenderlo, pero ni jodida falta que hacía…)
Estas golosinas eran del todo originales. Vamos, que no me diga a mí nadie que nunca se sorprendió comprobando la efervescencia química de los
Peta Zetas, ¿recordáis?, unos granitos raros que, al contacto con la lengua, explotaban y chispeaban cosa mala haciendo ¡cric! ¡crac! ¡Vamos!, uno de los hobbies favoritos míos era comprarme una bolsa de Peta Zetas y deleitar al personal quedándome media hora con la boca abierta como un gilipollas mientras esta especie de lentejas para astronautas seguían con su ¡cric! ¡crac! ¡cric!
Además de ricos y originales, lo mejor que tenían estas golosinas era que eran muy
baratas. Lo dicho: con veinte duros salías de la tienda con un saco de chucherías lleno hasta arriba. Con cien pesetas te daban una merienda completa; hoy entras en cualquier tienda con cien pesetas y lo máximo que pueden darte, si te descuidas, es una hostia.
Como ejemplo de la maravillosa relación calidad-precio de estos artículos, teníamos los
Toma Dos, ¿los conocistéis? ¡Eran geniales! Con un envoltorio parecido al de los caramelos de toda la vida, su interior contenía unas pastillitas redondas blancas, pero aaamigo... ¿cuántas? ¡¡cuatro!! ¡cuatro!, pa no creél-lo... Claro, cualquiera en su sano juicio, pensaría: “coño, si se llaman Toma Dos, pues será porque vienen dos pastillas y, por supuesto, te dicen: Toma. Dos. Pa ti”. Pues no, colega... ¡venían cuatro...! ¡Cuatro pa ti! Tiempos aquellos...
*Nota: no sé qué pollas pinta ahí esa pila alcalina. :?