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El lobo de PL Street
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Nadie duda que la sociedad de consumo derivada de la revolución industrial ha proporcionado múltiples beneficios a la sociedad.
Sin embargo del mismo modo que el escorpión no puede negar su naturaleza de escorpión, el sistema consumista no puede eliminar de sí mismo el germen que lo alimenta: la “necesaria” escalada constante en las cifras del crecimiento de las ventas.
Las empresas hacen productos, los venden, quieren crecer para vender más cantidad o variedad de productos, y para ello invierten, consumen más materias primas, más recursos...
Por otro lado los ingenieros de producto siempre han intentado conseguir en sus diseños la mejor relación entre la calidad de los materiales y el precio de los mismos.
Sin embargo, hay cosas que no cuadran:
-¿Sabía que desde hace décadas se pueden construir bombillas con decenas de miles de horas de uso, cuando las que compramos solo garantizan 1000 horas? ¿Sabía que todo esto se debe a un cártel semisecreto de fabricantes de bombillas?
-¿Sabía que cuando DuPont creó la licra, y con ello sus célebres y finas medias para mujeres de dicho material, éstas eran prácticamente irrompibles? ¿Por qué hoy se rompen dichas medias de licra casi con mirarlas?
-¿Sabía que hay impresoras con un chip que limita expresamente las impresiones a un número fijo?
Todo ello se debe a un fenómeno que se ha convertido en uno de los timos más solapados de nuestros tiempos: la obsolescencia programada.
Se trata obviamente de una manipulación o “degradación” deliberada de los productos o de los materiales y de los diseños que los constituyen, para forzar su rotura o abandono de uso y que así el consumidor se vea obligado a comprar una nueva unidad.
Por si no teníamos poco con la alocada carrera del consumo, del agotamiento de los recursos limitados, la degradación del medio ambiente, la inflación sistémica y demás penurias geopolíticas, gracias a la obsolescencia programada nos encontramos con que todas esas lacras se convierten en inevitables y progresivamente más pesadas para los hombros de los ciudadanos.
Los defensores del fenómeno alegan que el capitalismo es así, que si a los consumidores no les gusta un producto programado para fallar, entonces comprarán otro que no lo haga. Quizá estas personas, empresarios en su mayor parte supongo, son las mismas que no tienen ningún reparo en reunirse para hacer cárteles y monopolios ilegales.
Es curioso reflexionar que el fenómeno, siendo tan netamente capitalista, en las economías comunistas precisamente es algo que se intentaba evitar a toda costa.
De todos son conocidos los éxitos de los ingenieros soviéticos en el pasado siglo en conseguir aviones, radios, cohetes, maquinaria, tanques, herramientas... que eran todo lo opuesto a la obsolescencia programada: mínimo gasto en materias primas y en mantenimiento y máxima duración de los componentes y los productos.
Todo esto aunque lo hicieran solamente forzados por la escasez y la necesidad, no deja de ser un interesante modelo de producción industrial a estudiar.
Algunos movimientos comienzan a asomar en el panorama para reclamar que se actúe contra esas prácticas. Por el momento no es más que un leve grito en un mundo que se les queda grande.
Quizá algún día los ciudadanos encontremos la forma de liberarnos de este solapado yugo, por el bien de un mañana, si no más sostenible, al menos más razonable con los recursos de los que disponemos.
Para saber más del tema, un vídeo muy sorprendente y recomendable. Vedlo y así lo podemos comentar en el hilo:
Comprar, tirar, comprar - RTVE.es
Sin embargo del mismo modo que el escorpión no puede negar su naturaleza de escorpión, el sistema consumista no puede eliminar de sí mismo el germen que lo alimenta: la “necesaria” escalada constante en las cifras del crecimiento de las ventas.
Las empresas hacen productos, los venden, quieren crecer para vender más cantidad o variedad de productos, y para ello invierten, consumen más materias primas, más recursos...
Por otro lado los ingenieros de producto siempre han intentado conseguir en sus diseños la mejor relación entre la calidad de los materiales y el precio de los mismos.
Sin embargo, hay cosas que no cuadran:
-¿Sabía que desde hace décadas se pueden construir bombillas con decenas de miles de horas de uso, cuando las que compramos solo garantizan 1000 horas? ¿Sabía que todo esto se debe a un cártel semisecreto de fabricantes de bombillas?
-¿Sabía que cuando DuPont creó la licra, y con ello sus célebres y finas medias para mujeres de dicho material, éstas eran prácticamente irrompibles? ¿Por qué hoy se rompen dichas medias de licra casi con mirarlas?
-¿Sabía que hay impresoras con un chip que limita expresamente las impresiones a un número fijo?
Todo ello se debe a un fenómeno que se ha convertido en uno de los timos más solapados de nuestros tiempos: la obsolescencia programada.
Se trata obviamente de una manipulación o “degradación” deliberada de los productos o de los materiales y de los diseños que los constituyen, para forzar su rotura o abandono de uso y que así el consumidor se vea obligado a comprar una nueva unidad.
Por si no teníamos poco con la alocada carrera del consumo, del agotamiento de los recursos limitados, la degradación del medio ambiente, la inflación sistémica y demás penurias geopolíticas, gracias a la obsolescencia programada nos encontramos con que todas esas lacras se convierten en inevitables y progresivamente más pesadas para los hombros de los ciudadanos.
Los defensores del fenómeno alegan que el capitalismo es así, que si a los consumidores no les gusta un producto programado para fallar, entonces comprarán otro que no lo haga. Quizá estas personas, empresarios en su mayor parte supongo, son las mismas que no tienen ningún reparo en reunirse para hacer cárteles y monopolios ilegales.
Es curioso reflexionar que el fenómeno, siendo tan netamente capitalista, en las economías comunistas precisamente es algo que se intentaba evitar a toda costa.
De todos son conocidos los éxitos de los ingenieros soviéticos en el pasado siglo en conseguir aviones, radios, cohetes, maquinaria, tanques, herramientas... que eran todo lo opuesto a la obsolescencia programada: mínimo gasto en materias primas y en mantenimiento y máxima duración de los componentes y los productos.
Todo esto aunque lo hicieran solamente forzados por la escasez y la necesidad, no deja de ser un interesante modelo de producción industrial a estudiar.
Algunos movimientos comienzan a asomar en el panorama para reclamar que se actúe contra esas prácticas. Por el momento no es más que un leve grito en un mundo que se les queda grande.
Quizá algún día los ciudadanos encontremos la forma de liberarnos de este solapado yugo, por el bien de un mañana, si no más sostenible, al menos más razonable con los recursos de los que disponemos.
Para saber más del tema, un vídeo muy sorprendente y recomendable. Vedlo y así lo podemos comentar en el hilo:
Comprar, tirar, comprar - RTVE.es