4 de octubre del año 2013 de nuestro Señor, Villa de Madrid
Escribo esta carta para quien la encuentre, desde un exilio cercano pero aterrador. No me asusta estar solo aquí, me asusta ver a los que están dentro y no lo saben.
Llegué a este lugar por casualidad, perdido, persiguiendo una piedra que pateaba para olvidar alguna derrota. Encontré una alambrada que separaba vuestro polvoriento hogar de mi florido retiro. A escasos metros tras ella, un letrero rezaba: "no hay nada aquí fuera, usted no está leyendo esto".
Descubrí una cama cuyos dos lados son para mí y una vida en la que mi ombligo no importa a nadie, pero es mío.
Tras un tiempo de felicidad, el eco de mi voz se hizo poco y decidí invitar a gente a compartir mi dicha. Me acerqué a la valla y fui apedreado, fieras violentas, encarnizadas, escupían espuma por la boca, querían morderme e infectarme con su veneno. Se rasgaban las vestiduras, se arrancaban mechones de cabello sin dejar de dar saltos y alaridos. Hombres y mujeres que antaño fueron humanos se retorcían como endemoniados, poseídos por el virus del aburrimiento, la rabia del siglo XXI.
Escapé sofocado de tan hostil frontera y me hice un bocadillo de sobrasada con queso para pensar. Dejé la cocina sin limpiar en homenaje a todos los caídos en tan horrenda plaga que asola campos y ciudades, una verdadera peste burocrática, una infección que pasa por estadios entre los que se alterna firmando documentos. Contratos, acuerdos, compromisos. La epidermis desarrolla un tono grisáceo, la voz pierde toda melodía y los oídos sólo pueden escuchar lamentos femeninos o infantiles.
Intenté luchar bombardeando la muralla del Norte. Intenté provocar un apagón en la zona infectada e incluso di lumbre a incendios en zonas habitadas. Pero el virus causa parálisis en momentos de decisión y sumisión a la voz de terceros. Cada ataque hacía más fuertes las defensas.
Hoy, perdida la esperanza de liberar al mundo, emprendo un camino nuevo, con mi hatillo y la sonrisa del que vive satisfecho, enciendo la primera vela de un mundo iluminado. Si no puedo convencerles, tendré que cegarles con la evidencia, causar una repulsión tan fuerte que nos encontremos en nuestras contradicciones. Hoy es el día en el que en mi cruzada doy la espalda a mi enemigo porque sé que me seguirá.
A ti, que me lees, te deseo mi suerte y te espero tras los fosos poblados por caimanes con estudios, en un lugar mejor que el tuyo.