Herr Doktor (vigésima edición)

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Mayhem

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Permanezco sentado en la oscura y fría sala de espera, mientras el sudor frío empapa mi cuerpo y no puedo cesar de temblar. Miro alrededor inquieto, pero no hay nada con lo que intentar evadirme. Sólo una puerta a mi izquierda, por donde he entrado, y otra a mi derecha, adonde me dirijo. Ambas están cerradas.

Sin poder remediarlo, cientos de imágenes acuden a mi cabeza. Imágenes de mi infancia.

Cuando tenía cerca de ocho años, empecé a matar gatos como fuente de diversión. Lo difícil era cogerlos, esos animalejos son rapidísimos y terriblemente ágiles cuando son adultos. Cuando son pequeños, sin embargo, todo es más fácil.

Una vez di con el escondrijo en donde una gata cuidaba de seis hijitos, de los cuales sólo dos habían abierto ya los ojos. Cuando me acerqué, portando en mi mano una barra de hierro, la gata se puso en posición de ataque. Seguí acercándome e intentó saltarme encima, pero conseguí golpearla con la barra en pleno vuelo. Golpeó contra la pared y cayó al suelo. Sangraba por la nariz y la boca y el lomo estaba puesto en una posición imposible. "La he rebentado por dentro", pensé con orgullo. La gata maulló e intentó abanzar, a rastras, hacia sus hijos. Observé con ávidos ojos cómo la gata avanzaba usando sólo las dos patas delanteras, arrastrando la inútil parte trasera. Cuando estaba a punto de llegar donde sus hijos, le asesté un golpe en la cabeza con la barra de hierro, alejándola. Volvió a chocar contra la pared y, de nuevo, avanzó hacia los gatitos, esta vez con sólo un ojo útil.

Estuve entreteniéndome con ello durante diez minutos más, hasta que la gata fue incapaz de moverse. La dejé ahí, agonizando, mientras metí a los gatitos en la mochila, contento por haber recogido semejante botín.

A los dos que tenían los ojos abiertos los maté aquella misma tarde. A los otros cuatro, sin embargo, preferí dejarlos crecer un poco más. Me gustaba ver el sufrimiento en sus ojos y con los ojos cerrados la satisfacción no era, ni mucho menos, la misma.

Para matar al primero de ellos, lo clavé en un trozo de madera con tres clavos, las dos patas de abajo juntas. Lo cual le daba un aspecto de lo más gracioso, porque recordaba a Jesucristo. Estuve riéndome un buen rato mientras el gato maullaba desesperadamente e intentaba, en vano, librarse.

Cuando un gato está así inmovilizado, puede hacérsele de todo antes de que muera. En ese caso, decidí arrancarle trozos de carne de la cara. Ahora un moflete, ahora una oreja, ahora un párpado...

Para matar al segundo, aproveché a que mis padres no estuvieran en casa. Entonces, calenté agua en una olla. Cuando estaba hirviendo, eché dentro el gato y tapé la olla con un plato de vidrio, de manera que pude ver al gato arañar el plato y las paredes de la olla, en un histérico intento de sobrevivir. Al final, exhausto, se dio por vencido y dejó de luchar. Fue entonces cuando lo saqué de la olla y le arrojé agua tibia. Asombrado, vi como se le podía arrancar la piel a tiras. Siguió vivo mientras le arranqué toda la piel y el pelo que recubría su cabeza.

A los otros cuatro los crié en secreto en una caja escondida en una casa abandonada cerca de donde vivía. Tres de ellos abrieron los ojos, pero el tercero seguía sin abrirlos. Enojado por esa reticencia, decidí abrírselos yo. Y así lo hice, con ayuda de un cuchillo. Tenía unos preciosos ojos azules, clarísimos. Me fascinaron. Con la ayuda de una lima, fui limándole el hueso mientras se retorcía y maullaba desesperado. Cuando el hueso dejó de sostener el ojo dentro de la córnea, se lo arranqué con el cuchillo. Murió al instante y eso me cabreó más, porque tenía pensado arrancarle los dos ojos antes de que muriera.

A los otros tres los dejé crecer y maté a dos de ellos. El último de ellos, para cuando fui a buscarlo, había huído.

No me importó mucho, conseguí otros gatos con los que hacer toda clase de juegos divertidísimos.

Ahora, sin embargo, no me hace puta gracia. Porque me había abrazado a la esperanza de ser como el último de los gatitos y huir, pero ya es demasiado tarde para la esperanza. Porque la puerta de mi derecha se abre y por ella entra un fornido alemán uniformado. Se acerca, me coge con fuerza del brazo y me levanta de mi asiento.

Con firmeza, me empuja a través de la puerta y la cierra detrás mío. Alzo la mirada y me encuentro con la cara sonriente de un doctor cuya mirada me horroriza.

"Gutten tag, juden", es todo lo que me dice, en un tono suave.

Encima de la mesa hay un cartelito con su nombre:

Mengele.
 
Esto es...

Esto sí que es friki.
Yo de pequeño le metía petardos en el culo a un perro y lo echaba a correr. El pobre animalito corría desesperado porque ya lo había hecho con otro "amiguete" suyo antes y lo presenció en directo.

Bastante divertido fue partir una guindilla por la mitad y metérsela por el mismísimo ojete a un gato. Los maullidos de escozor incontrolable eran de película.

¿Alguna vez habéis probado a prender fuego a un gorrión y ver que pasa cuando lo sueltas? Se va volando y se deshace por el camino ejecutando una parábola perfecta :shock:
 
Me repugna el maltrato a los animales y mas si no pueden defenderse o es para hacer una "gracia",creo que es deporable y es sinonimo de una crueldad estrema .

¿Cappicci?................
 
Sin embargo...

Sin embargo no te importa estafar impunemente a inocentes con tu red mafiosa y el contrabando de pieles exóticas.
Me gusta tu estilo.

Por cierto, yo nunca he hecho eso, sólo seguía el juego.
Si llegara a hacerlo lo haría con cualquier vecino que esos sí que se lo merecen :)
 
Mis negocios son totalmente licitos como bien lo he explicado miles de veces delante de un jurado nacional.
Solo tengo varios lugares de juego legal,alguna pasteleria y muchos "amigos" que me deben dinero.

¿Cappicci?.............
 
Amigos

Eso de tener amigos está bien, pero: ¿a quien hay que matar?
 
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