Me he acordado de que hace unas semanas me crucé con un matrimonio de viejetes empujando ya con esfuerzo la silla del que supongo era su hijo con parálisis cerebral.
Me dio tremendo bajón instantaneo ver esa escena y pensar en aquellos ancianos preocupados por el día cercano en que dejarían a su hijo desamparado. El hijo en sí no me daba pena. Me daban pena ellos.
Me fui para casa plomizo total.
No creo que sea el mismo caso, pero cuando estuve en el loquero del San Pedro (Logroño) había un paciente similar.
Los padres, dos entrañables ancianos que se pasaban TODO el horario de visitas (8-22h) cuidando a su hijo.
Hablé bastante con ellos y notabas la tristeza, esas miradas vacías de esperanza y, sobre todo, esa resignación.
El padre traía todos los días La Rioja y el Marca para que los leyéramos todos, todos menos su hijo, evidentemente.
Ese chaval no debería de estar en una planta de salud mental. Por la noche le daban más droga que a los hermanos Matamoros y lo ataban con correas a la cama.
A mi, personalmente, me daban la misma pena los padres que el chaval.
Cuando me lo cruzaba mientras lo paseaban dirigía mi corpachón abriendo los brazos y sonriendo hacia él.
Se empezaba a agitar como un orate mientras bramaba:
_"IIIIIIIIIIIEEEEEEEEEEEEEUUUUUUUUUUUUOOOOOOOOOOOAAAAAAAAAAAAAAGGGGGHHHHHHHHHHHHH".
Me acercaba para tranquilizarlo, le acariciaba la cara y ronroneaba como un gatico...