Percibo alto grado de satisfacción en un número considerable de usuarios de mi ginlasio (donde voy a ver pollas) cuando entran y me ven subido a la bici y se enteran (bien por mí, bien por terceros) de que estoy lesionado. Sonrisitas de aparente superioridad, "demostrándome" que su método de mil poleas y curls era el bueno, que esas excentricidades del peso muerto y las sientaladillas no llevan a ningún sitio salvo al dolor y la lesión, que ellos están más musculados pese a esforzarse mucho menos... Son tan necios que ven mi lesión como una derrota que me han infligido, como la victoria de su bien frente a mi mal, como su alarido triunfante. Pero ellos y yo sabemos una cosa: que les gustaría tener el valor de entregarse hasta lesionarse. Que les gustaría poder alcanzar su propio límite sin necesidad de refugiarse en vacuas rutinas, huyendo del castigo. La fachada de suficiencia no hace sino tratar de acallar esa tenue pero cruel vocecita que machaconamente les recuerda una y otra vez que ojalá ellos tuvieran la capacidad sufrir de esa manera haciendo sientaladillas, que envidian mis sinceros alaridos de esfuerzo cuando trato de batir mi 1RM haciendo peso muerto y la necesidad de descansar 5, 8 y hasta 10 minutos para encarar un último levantamiento desde que se hizo el anterior.
Se acercan a mí, se "interesan". Me hacen partícipe de sus pareceres, que nadie les ha pedido. Sin embargo, les dejo acabar pacientemente. Cuando han terminado, generalmente con reflexiones tendentes a escucharme un reconocimiento de error por haber seguido el camino del entrenamiento de fuerza (EL MAL ABSOLUTO), se muestran sorprendidos cuando les participo que lo que vieron no era sino el principio, que tengo intención de superar mi 1RM en más de 20 kilos a lo largo de mi próxima temporada. Que no me rindo. Confusión. Retirada.