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- 25 Sep 2005
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Hace ya tiempo, invité a comer a un viejo conocido. Antiguo compañero de promoción, que se encontraba de paso.
Total, para la ocasión elegí uno de esos restaurantes que tienen mucho más nombre que buena cocina, situado en el centro de Sevilla. Recomendación, por cierto, que vino de uno que se decía hamijo y se jactaba de ser para estas cosas bastante sibarita (sásuputamadre).
Pues bien, fuímos, y no es ya que comiéramos de puta pena, sino que la clavá fue de órdago. Mala calidad, peor servida, y exagerado coste. Y bueno, como soy de esos que piensan que quien la hace debe pagarla, hoy ha sido el día, aprovechando el tema.
Hice el cartel esta mañana, previo cálculo de la hora H. Con suficiente antelación, accedí al restaurante. Pedí café sólo, para terminar de preparar el plasto. Había poca clientela, los observé y llegó el momento propicio. Pagué, entré al servicio, situado en la planta de arriba, y madre mía... me vengé, dejándoles el pastel oleroso de recuerdo que se merecían. Ni que decir tiene que, tras ello, tan sólo me llevé el cartel, marchándome enseguida, para no volver nunca más
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Lo dejo a un formato mayor, por si a alguien le interesa de fondo de escritorio...
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Total, para la ocasión elegí uno de esos restaurantes que tienen mucho más nombre que buena cocina, situado en el centro de Sevilla. Recomendación, por cierto, que vino de uno que se decía hamijo y se jactaba de ser para estas cosas bastante sibarita (sásuputamadre).
Pues bien, fuímos, y no es ya que comiéramos de puta pena, sino que la clavá fue de órdago. Mala calidad, peor servida, y exagerado coste. Y bueno, como soy de esos que piensan que quien la hace debe pagarla, hoy ha sido el día, aprovechando el tema.
Hice el cartel esta mañana, previo cálculo de la hora H. Con suficiente antelación, accedí al restaurante. Pedí café sólo, para terminar de preparar el plasto. Había poca clientela, los observé y llegó el momento propicio. Pagué, entré al servicio, situado en la planta de arriba, y madre mía... me vengé, dejándoles el pastel oleroso de recuerdo que se merecían. Ni que decir tiene que, tras ello, tan sólo me llevé el cartel, marchándome enseguida, para no volver nunca más


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