Entrañables eran esos fines de semana en ese pueblecito tan apartado en las montañas. Salías a pasear y el aire fresco inundaba tus alveolos pulmonares y los llenaba de vida. El año 1982 siempre seria recordado en aquel lugar. Recuerdo que la mañana de jueves santo salí a dar un paseo, iba saludando a todas las amables personas de aquel mágnifico lugar. De pronto vi a una parejita anciana que iba paseando tan enamorada como el primer dia. Les dije:
-Oigan si quieren unos dulces de semana santa, tengo en mi casa.
-Luego nos pasamos mozo.
Llegue a casa y me senté calidamente en el sofá. La anciana toco a la puerta venia sin su anciano marido. Le di a probar los ricos dulces de semana santa, ella no sabia que seria lo ultimo que tomaría. Cogí mi vara de madera y le di un fuerte golpe en la cabeza, la lleve al sotano. Cuando estaba despierta empezó a llorar y a rogar que la soltara. Haciendo caso omiso a sus suplicas comencé a cortar en lonchas sus viejos pies como el que hace lonchas un jamón. Estuve horas asi. Los quejidos cesaron pronto ya que su avanzada edad hizo que muriera muy pronto por el fuerte dolor. Di de comer a los cerdos con su marchito cuerpo y con el estomago hice un gorro para la piscina. Apague la camara.
-Toc toc ¿quien será?
Era su marido que venia a hacerme una visita.
-Mozo que vengo a probar esos dulces.
Mientras comiamos los dulces, entre risas le puse la cinta del asesinato de su vieja esposa. Al principio no sabia lo que era pero cuando escuchó su voz, reaccionó de una manera peculiar. El viejó entró en un estado catatónico y al acabar la cinta estaba tieso. Había muerto de pena.
Volví a dar de comer a los cerdos y lo que quedó a la mañana siguiente lo emparede en un agujero llenádolo de cemento. Al anochecer puse en venta mi vieja casa del pueblo y marché de allí para nunca mas volver.