En el año 1994 por designios del destino y una pequeña suplantación de identidad me encontraba pasando consulta en Tapatoca un pueblecito de Nicaragua. Mi amplio conocimiento del cuerpo humano me permitió ejercer la medicina de familia sin la más mínima sospecha. Era feliz en ese trabajo con el que pude hacer un estudio comparativo de las aletas del coño de la población nicaragüense.
Un día tuve que hacer una visita a una anciana muy enferma que tenia metástasis en todos los órganos de su cuerpo, bueno al menos eso me invente. La dulce anciana tenia muchos dolores en su marchito cuerpo y yo fui a rectarle unos calmantes para que se sintiera mejor. La anciana olía a orín algo que me irrito pero que no le di importancia, le di sus calmantes y ella muy amable me dijo:
-Es usted un ángel señor.
Aquella noche no pude dormir el olor a meados de esa nauseabunda anciana me atormentaba en mis pesadillas, tuve que volver a su casa a decirle que se lavara. Allí estaba su atractiva nieta de 13 años.
-Hola señor doctor ¿puedo ayudarle?
Con la excusa de su abuela enferma entre sin dificultad. Observé un precioso cenicero encima de una mesa el cual le estampe a la dulce ninfa en la cabeza la cual quedo en el suelo inconsciente y sangrando abundantemente. La puta vieja al oír el golpe de su nieta se altero e intento levantarse pero estaba muy débil. Di un par de tortas a esa pasa con patas y la desnude para cagarle un truño en su bello y marchito cuerpo. Empecé a hacerla cientos de pequeños cortes con una cuchilla oxidada que encontré, recuerdo que me cebe con su ano y su vagina que se parecía mas el acordeón de Steve Urkel que a un chocho. Lleve a la dulce anciana a la bañera donde antes eche mi formula secreta lejía, alcohol, agua fuerte y agua de Fatima.
Comenzó la transformación de esa puta vieja arrugada en un precioso protozoo blanco y espumoso, saque a la anciana de la bañera la cual ahora era una sepia hervida, y me dispuse a hacerme un xilófono con sus huesos pero su nieta se despertó y me interrumpió. Esta vez no la rompí un cenicero sino su cabeza contra la pared y por fin me dejo coger los huesos de su abuela para hacer mi xilófono.
Antes de irme me folle a aquella zorrita nicaragüense por todos sus orificios y con sus vísceras hice pate con sabor a jugos pancreáticos, los restos de abuela y nieta se los eche a los cerdos que convivían en la misma casa con ellas. Era hora de salir de Nicaragua.
Un día tuve que hacer una visita a una anciana muy enferma que tenia metástasis en todos los órganos de su cuerpo, bueno al menos eso me invente. La dulce anciana tenia muchos dolores en su marchito cuerpo y yo fui a rectarle unos calmantes para que se sintiera mejor. La anciana olía a orín algo que me irrito pero que no le di importancia, le di sus calmantes y ella muy amable me dijo:
-Es usted un ángel señor.
Aquella noche no pude dormir el olor a meados de esa nauseabunda anciana me atormentaba en mis pesadillas, tuve que volver a su casa a decirle que se lavara. Allí estaba su atractiva nieta de 13 años.
-Hola señor doctor ¿puedo ayudarle?
Con la excusa de su abuela enferma entre sin dificultad. Observé un precioso cenicero encima de una mesa el cual le estampe a la dulce ninfa en la cabeza la cual quedo en el suelo inconsciente y sangrando abundantemente. La puta vieja al oír el golpe de su nieta se altero e intento levantarse pero estaba muy débil. Di un par de tortas a esa pasa con patas y la desnude para cagarle un truño en su bello y marchito cuerpo. Empecé a hacerla cientos de pequeños cortes con una cuchilla oxidada que encontré, recuerdo que me cebe con su ano y su vagina que se parecía mas el acordeón de Steve Urkel que a un chocho. Lleve a la dulce anciana a la bañera donde antes eche mi formula secreta lejía, alcohol, agua fuerte y agua de Fatima.
Comenzó la transformación de esa puta vieja arrugada en un precioso protozoo blanco y espumoso, saque a la anciana de la bañera la cual ahora era una sepia hervida, y me dispuse a hacerme un xilófono con sus huesos pero su nieta se despertó y me interrumpió. Esta vez no la rompí un cenicero sino su cabeza contra la pared y por fin me dejo coger los huesos de su abuela para hacer mi xilófono.
Antes de irme me folle a aquella zorrita nicaragüense por todos sus orificios y con sus vísceras hice pate con sabor a jugos pancreáticos, los restos de abuela y nieta se los eche a los cerdos que convivían en la misma casa con ellas. Era hora de salir de Nicaragua.