Hace muchos años, iba yo paseando con mi novia de aquel entonces, y delante de mí un viejo se tiró al suelo, así, por la cara, un auténtico piscinazo de tarjeta amarilla. No veáis qué revuelo se organizó en la calle: primero se creyeron que era un señor que se había tropezado y le ayudaron a levantarse. Ni corto ni perezoso, desde el suelo empezó a gritar que le dejaran en paz, que no se había caído, que se había desmayado porque llevaba días sin comer y que le dieran dinero. Mi novia, en ese momento, me cogió del brazo y dijo "vámonos". ¿Por qué? le pregunté yo, el pobre hombre se ha desmayado... "Mentira", me soltó ella. "En España nadie se muere de hambre, si te falta comida vas a Cáritas o Cruz Roja y te dan de comer, y si te hace falta también te dan ropa. Hace años fui voluntaria en uno de esos comedores y sé de qué va la película. Los que piden para comer mienten. No es para comer, porque si quieren comida la tienen gratis; es para cualquier otra cosa, y ese tío está montando un número para dar pena".