Íñigo Errejón fue aquel niño al que nunca jamás le gustó jugar al fúmbol, un niño enfermizo, contrahecho, arratonao, que tenía miedo de meter el pie, ir al choque, y no digamos ya de rematar-despejar aquel Adidas Questra duro como una piedra, que caía del cielo a plomo como una piedra pero tú aún así ibas a darle por puro pundonor, y porque, aunque eras niño y frágil, también eras español.
En las clases de ginasia era al último al que elegían, y por lo malo que era, lo obligaban a ponerse de portero, con el peligro, siempre acuciante como espada de Damocles, de que algún chute fuese a parar a las gafas y se las rompiera.
En aquellos tiempos, estimados foreros, no había Alain Afflelou, y lo que siempre había, porque es eterno, es la golpisa maternal y didáctica que te recuerda lo caras que salen las cosas, comprar las gafas, y romperlas.
Así, con ésos mimbres, llega a la pubertad, y mientras los demás hormonan y ganan granos y masa muscular, éste pasa los recreos en la parte de atrás del insti leyendo a Kierkegaard con los raritos y los mosesuales.
Ése retraimiento de la vida física lo ha llevado a ser hoy el Trotski de Podemos, a ir a ver un partido de fútbol femenino que ni le gusta ni entiende, ha ido sólo por exigencias del guión, y por el comentario de mierda le ha caído la del pulpo.
Un hombre que no sabe lo que es afeitarse ni un fuera de juego nunca debería gobernar un país, espero que Echenique lo elimine pronto de la carrera.
En Echenike confío.