Me imagino que entro en un bar de moda de Mandríl (ahora mismo, ciencia ficción gracias al Coronabicho) y allí está ella, con su caterva de lameculos y maricones, pavoneándose con aires de dominatrix-hardcore-feminista-artista-etecé. Yo, con mis vaqueros desgastaos y con algún lamparón y mi camiseta del Carreful. Ella le dice a su grupito de gilipollas que tiene ganas de follar y que yo no estoy mal, además tengo pinta de tío ramplón y normalucho al que dejar flipado con sus artes amatorias, porque claro, yo soy de los de meterla, empujar tres veces y correrme vivo; en la vida podría aguantar 5 minutos seguidos con una diosa como ella y eso le da morbo, asín que viene a por mí. Mientras me dice dos tonterías para romper el hielo y me pide fire, sus colegas cuchichean en la barra entre risitas.
- ¡Uy, la Forqué! ¡La que le va a dar al pobrecillo este!
- Sí, se lo va a merendar vivo, ji ji, jaja, ñé.
Ella les guiña un ojo mientras sale del local conmigo en dirección a mi hotel. Una vez allí, ya en el ascensor, la agarraría fuerte del pelo, le echaría un buen gapo en la cara y la giraría hacia el espejo para que ella misma se viera, mientras le paso lista, en lo que tarde en subir el elevator, de las perrerías que le esperan. Muy posiblemente ni siquiera llegaría a traspasar el umbral de la puerta de la habitación. Después de eso, igual se pegaría unos diítas apareciendo por los sitios en vaqueros y camiseta normales durante una temporada, reflexionando sobre su antigua imagen y lo (presumo) insultantemente falsa que era.