Hostia, yo también tuve una de esas, aunque no se ponían de acuerdo si era rosada o versicolor. Tendría yo como once años cuando me salió un alien rojo en una teta, como un segundo pezón. Le sucedió un tercero, un cuarto, un quinto... y así por todo el cuerpo hasta convertirme en una paella andante. Fui al médico y me dijo que se me pasaría solo, que era una mierda autoinmune (se ve que siempre me he odiado tanto que hasta mis propios leucocitos se vuelven contra mí) y que no se podía hacer más. Estuve un año de esa guisa, con acosos acrecentados y camisetas largas perennes hasta que un día se empezó a ir. Aún me queda alguna roncha de recuerdo, no obstante.
Luego empecé con la dermatitis por estrés y ya fue la rehostia. No, eso no se va. Pero probaré con el aceite ese, gracias.
Con la medicina privada también he tenido mis encuentros, por la cojera y por lo de la cabeza. En ninguna de las dos ocasiones me solucionaron nada, sólo le sacaron los cuartos a mi madre y nos dejaron igual que estábamos.
El primero nos dijo que era el médico que llevaba al Real Zaragoza cuando estaba en primera. Me dio no sé cuántas vueltas a la rótula, me hizo ver las estrellas y me contó que eso claramente era una degeneración degenerativa del ligamento degenerado y que sólo podía tratármelo con «factores de crecimiento», que se lo ponía Contador y que me regeneraría hasta el alma porque eran células madre y ellas sabían dónde tenían que ir. Me dio mal rollo y lo mandamos a paseo. También porque cada inyección costaba quinientos euros. Y menos mal, porque con los años salió que no sólo era dopaje genético y que de regenerar pollas en vinagre, que era para otro tipo de realces, sino que además era cancerígeno. Armstrong says.
La cojera sólo mejoró yendo en bici.
También fui a un loquero privado porque cumplió los 65 y le dieron matarile en la pública, donde me llevaba él; yo sudaba de contarle otra vez toda mi vida a otro tipo que iba a estar haciendo la sustitución y se iba a pirar y me iba a dejar otra vez con otro desconocido al que repetirle el mismo puto speech. Además, el colega era un humanista, tenía hecha Historia y lo más importante, sabía leer griego. Me caía bien. Solucionarme me solucionó más bien poco, de hecho mis problemas de ansiedad y compulsividad empeoraron bastante, creo que nunca estuve tan mal. Pero me gustaba mucho escucharle. Era un discípulo de Castilla del Pino y hablaba como dios. Claro, yo jamás le dije a mi madre que estaba echando cincuenta pavos a la semana para que me dieran cursos de oratoria. Pero yo me lo pasaba bien, me gustaba ir, ella me veía contenta y aprendí mucho de la naturaleza humana, cosa que no me vino nada mal porque me amputaron la empatía al nacer.
Lo de mi cabeza no ha mejorado, ni tiene visos.