LA SOMBRA DE STEFFI - RELATO

Ya publicaste esta historia. Esta muy bien, continua. Por cierto aquella vez, la dejaste a medias.
 
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Claro que acepto críticas. Os la pido para saber qué hago mal en la historia, más cosas que las que hago bien, supongo.
No pude continuar la historia hasta ahora pues no he estado en casa hasta ayer noche. Prosigo pues. Y, sí, esta vez terminaré la historia.
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Llaman sin fuerza. Al otro lado suena una voz muy femenina. Un solitario “pasen” que flota fuera de lugar, un viento extraño, sangre en el aire cargado. No obstante, entran. ¿Para qué, sino, habían ido allí? La doctora Santos… Satania… no resulta ser la típica Indiana Jones. Lleva una falda y una blusa a juego y todo su aspecto resultaba muy femenino y, ¿por qué no decirlo?, invita a la lujuria carnal. Era elegante a la vez que voluptuosa, misteriosa a la par que ardiente. La blusa deja entrever la forma de sus senos, el cabello cae sobre su frente urgiendo a hundir sus manos en él, a apretar, a besarlo; unos labios glotones gritan por un beso tan apasionado que corte la respiración. Nako no es inmune al hechizo pero es tal la oscuridad que le cubre desde el asesinato de Steffi que resbala sobre él y se pierde en un pozo oscuro.
Les señala las sillas frente a su mesa y ella retrepa por su sillón de cuero negro.
- Es evidente que no son alumnos.- comienza.- ¿Es su hijo o hija alumno mío?
- No, no…- se apresura a aclarar Bárbara. Ambos están incómodos aun sin saber por qué.- Somos policías.- continua añadiendo sus nombres, graduación y enseñando la placa.
- ¿Y qué puedo hacer por ustedes, agentes?
- ¿Ha leído en la prensa el caso de varias personas asesinadas en poco tiempo? Hemos descubierto que la manera en que fueron asesinadas es una imitación de los ataques de vampiros.
- Mitología, claro.
- En efecto, profesora Sat… Santos.
- Dígalo, dígalo… Ese conserje estúpido no sabe mantener la boca cerrada ¿Acaso cree que desconozco cómo me llaman mis alumnos? Pero créame si le digo que ahora me siento cómoda con ese sobrenombre.
Satania esboza una sonrisa desagradable.
- Mantiene a raya a los alumnos, a decir verdad. ¿Por qué no? Es un sobrenombre atractivo, seductor podría llegar a decir. Bien, ¿qué desean que haga por ustedes?
- Nos gustaría que nos hablase acerca de los vampiros… una erudita como usted… y nos dijera si conoce algún grupo o asociación… algún alumno o alguien que puede haber perdido la peonza y se crea un vampiro.
- Como comprenderán yo soy profesora universitaria. Los vampiros son un mito y no creo en ellos más que en los zombis, en los dioses griegos, los extraterrestres o la política pacifista de Bush. No sabría indicarles a nadie que… ¿cómo ha dicho? A nadie que se le haya ido la peonza.- suelta una pequeña risa como si ese término fuese propio de niños pequeños.- En cuanto a los vampiros… ya ve usted, hay mil y una películas de Hollywood que hablan sobre ellos. Chupan la sangre atacando sobre todo a la yugular, no tienen edad, son no muertos, no aceptan la luz del sol, ni el ajo, ni nada religioso, no sólo cristiano. Su origen es en el desconocimiento absurdo de le Edad Media, antes incluso, y potenciado en gran parte por sus creencias supersticiosas y la peste negra que, como sabrán, asoló Europa e incluso se llegó a creer en su día que era el fin de la Humanidad.
- Pues esos gilipollas.- intervino Nako irritado sin saber por qué.- debieran haber desistido cuando vieron que sus víctimas no se levantaban para hacer el paripé por la calle.
- Mucho me temo, señor.- responde ésta con frialdad.- que esa es una tontería de la Historia. Los verdaderos vampiros no nacerían con ser mordidos por otro vampiro. Debían.- reforzó la palabra con énfasis.- morir tras beber la sangre de otro vampiro pasando a su… digamos… jurisdicción. Sino todo el mundo sería vampiro.- se echó a reír.- Los vampiros se han de alimentar pero no son como los humanos que van agotando sus recursos naturales. Bien podría decirse que ser un vampiro es un… ¿cuál es esa palabra de moda? ¡Ah, sí! Ser un vampiro resulta un chollo. Y más si consiguiesen ser inmunes a la luz del sol, algo que buscarían desde hace siglos y puediera conseguirse… obviamente, hablando dentro del mito que, como sabrán, es falso. Señores, los vampiros no existen y en vez de hablar conmigo, debieran haber empezado por los psiquiátricos, hospitales y lugares así. Lo que les he dicho yo bien podrían haberlo sacado de una biblioteca, del libro del nefasto Bram Stokker o como demonios se llamase o de una película barata de Hollywood. Yo no puedo ayudarles. No voy perdiendo el tiempo interesándome por si hay alguien que se cree un vampiro. Conozco el tema porque he de impartirlo pero una vez termina la clase yo me preocupo sólo de mis propias aficiones: la lectura, el estudio, el deporte, el sexo...- mira a Nako pero no como aquella que propone sino burlándose de él.
- Ya lo hemos hecho. Deberemos buscar otra solución.- Bárbara se levantó.- Bien, profesora, le agradecemos su tiempo y lamentamos haberla importunado.
- Si necesitan algo, aquí estoy.- esboza una sonrisa de lobo.
 
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Continuo...

Los dos policías salen con aspecto cenizo y se encaminan de nuevo a la calle. ¿Qué han conseguido con esa visita aparte de una sensación de desasosiego? Nada. Ante la ausencia de pistas, dan palos de ciego. Mucho antes habían investigado los grupos satánicos o violentos que tenían registrados en el ordenador central sin más éxito que ahora. Era, por lo tanto, un grupo nuevo. Y ahí estaban, hundidos en una bruma en la que resulta imposible discernir algo que no sean tus propios dedos.
- Esa tía es una estúpida.- comenta Bárbara.- Y una egocéntrica. ¿Has visto cómo nos hablaba? ¡Qué ganas tenía de salir de ese despacho! Me ponía los pelos de punta.
Lo que no dice es la verdad obvia, la que no se reconoce y se pasa por alto. Aquella mujer tenía un aura malvado. Aquella mujer tiene algo de muerte en ella. Aquella mujer podía haber visto la última mirada de Steffi. No abre la boca pero considera sensato establecer un servicio de vigilancia que la siga de cerca. No cree que vayan a conseguir mucho más pero el instinto la grita algo que es incapaz de discernir sobre ella. Aquella mujer es… siniestra. Te consume la alegría y las fuerzas… como un vampiro.






3
No iban mal. Último trabajo del año, jugándose las vacaciones en Benidorm con los amigos… Daba gracias a Dios que Grari supiese tanto de historia. Él ya se había perdido tiempo atrás. ¿Era Jenofonte el aliado de los hoplitas o eran los atenienses? ¿Quién era Leónidas, el turco o el lacedemón? ¡A tomar por culo! Si estaban haciendo un trabajo sobre las Termópilas era por el maldito Luis Tobas que se chivó al profesor. Nadie le había visto copiar. Y ahora le tocaba hacer un trabajo sobre un tema que no le importaba lo más mínimo. Gracias a Grari que le ayudaba.
Paseó la vista por el cielo cuando se dio cuenta que no faltaba mucho para anochecer.
- Hostia. Se me ha hecho tarde. Mi padre me va a reventar como llegue tan tarde.
- Dile que estabas haciendo el trabajo.- repuso Grari.
- Cómo se ve que no lo conoces. Mi padre no es más que un saco de huesos borracho. No le gusta que llegue más tarde de las diez.
- Pues son las once y cinco, ¿sabes?
Sin pensar en lo que hacía empezó a recoges las cosas y metiéndolas sin orden ni concierto en la mochila. En su mente tan sólo había una vara de roble que bajaba y subía, bajaba y subía. De ella colgaban pequeñas gotas rojas y sabía que era su sangre. En el suelo había orina. Y seguía bajando y subiendo en medio de unos gritos y efluvios de borracho. Temía llegar tarde, tenía pavor a esa vara de roble con manchas marrones imposibles de quitar. Él tenía miedo a la cara enrojecida de su padre. Él tenía miedo a que un día los golpes durasen más y más…
- ¿Estás bien, Mundele?
Pero no respondió. Él vivía ya en el temor a la vara. No se fijaba en qué metía en la mochila. No se fijaba en si arrugaba los folios que tanto esfuerzo había costado escribir. No se fijaba en nada más que en la vara subiendo y bajando.


Continuará...
 
Continuo en vuestro disfrute y así lo espero.


En Hollywood había dos tipos de vampiros. Por una parte estaban los del estilo de “Abierto hasta el amanecer”, seres sin capacidad de raciocinio que vivían en sórdidos lugares que apestaban a meados, a whisky derramado y sangre reseca. En esas películas los vampiros no eran más que animales monstruosos que despertaban una antipatía inmediata. Pero también estaban esas películas como “Blade” o “Entrevista con el vampiro” que representaba a los vampiros como seres elegantes, atractivos, poderosos, ricos que vivían en lujosas casas en una orgía permanente. El espectador, al ver esas películas, deseaba de inmediato ser un vampiro.
Pues la verdad no era ni una ni otra.
A las afueras de la ciudad había un taller de coches cerrado. Otrora fue el lugar donde los ricachones adinerados podían conseguir su dosis de cocaína, hachís y la llamada “AK-47”, según algunos la mejor marihuana que existía. Cuando lo cerró la policía fue adquirido en subasta por un oscuro tipo. Nada se sabía de él, ni su nombre siquiera.
Las ventanas estaban tapiadas y ni una gota de luz se filtraba al interior. Si una pareja entrase en busca de intimidad se encontraría un lugar abandonado y sucio, con unos pósters de Jena Jameson, Tawnee Stone y Aria Giovanni en una pared y facturas, calendarios y dibujos de coches en otra. . Unas pequeñas escaleras llevaban a un despacho igual de decrépito. Es probable que allí iniciasen sus juegos amatorios si tuviesen estómago para hacer el amor en medio de tanta suciedad y polvo. Tan probable como que no se fijasen en las rejillas del piso inferior. En el suelo había tres grandes rejillas ocultando un hueco. En tiempos del taller los mecánicos las apartaban para poder trabajar los bajos de los coches y podría decirse que era el lugar más cuidado del taller pues ahí ocultaban las drogas. Hoy no había drogas pero sí tres cajas de metro ochenta de alto cada una, fabricadas ni más ni menos que en kevlar y talladas con símbolos ya olvidados por la mayoría, como si fuese el interior de una tumba egipcia. El esclavo debía mantenerlos impolutos so pena de un castigo aún peor que la muerte o la inmortalidad.
Cuando llegaba la noche, esas cajas de metal que recordaban ataúdes sin serlo, se abrían desde dentro y lo que de ellas salía era el horror.
Esa noche salieron los cuatro: James Moriarty del primero, Torbe del segundo y Jack Frost y Dana del último. Estaban hambrientos. Estaban sedientos. De sus mentes que no eran más que caos, se desprendía un olor de viejos recuerdos apergaminados, gritos ya perdidos en el tiempo. Y dolor, muchísimo dolor, atrocidades que condenaban el alma al infierno de los infiernos, al hambre absoluta. Por mucho que matasen, por mucho que violasen, por mucho que destruyeran, nunca quedaban satisfechos, nunca quedaban plenos de gozo, nunca saciaban su horror. Y no sería así hasta que liberaran a algunos de los grandes señores, siervos de Satán.
Para no llamar mucho la atención solían secuestrar a un trozo de carne (lo que los humanos consideraban un semejante) y se alimentaban de él durante varios días antes de despedazarlo; esa noche era el día de volver a hacerlo. Trece en una noche y quince más secuestrados. No obstante, la prudencia les indicaba que no debían seguir por mucho más tiempo en aquella fría ciudad. Su instinto era un gran guía y éste les amenazaba. Su periplo en aquél lugar daba a su fin. Ya podían terminar con el esclavo.

Continuará...
 
Continuo en vuestro disfrute y así lo espero.


En Hollywood había dos tipos de vampiros. Por una parte estaban los del estilo de “Abierto hasta el amanecer”, seres sin capacidad de raciocinio que vivían en sórdidos lugares que apestaban a meados, a whisky derramado y sangre reseca. En esas películas los vampiros no eran más que animales monstruosos que despertaban una antipatía inmediata. Pero también estaban esas películas como “Blade” o “Entrevista con el vampiro” que representaba a los vampiros como seres elegantes, atractivos, poderosos, ricos que vivían en lujosas casas en una orgía permanente. El espectador, al ver esas películas, deseaba de inmediato ser un vampiro.
Pues la verdad no era ni una ni otra.
A las afueras de la ciudad había un taller de coches cerrado. Otrora fue el lugar donde los ricachones adinerados podían conseguir su dosis de cocaína, hachís y la llamada “AK-47”, según algunos la mejor marihuana que existía. Cuando lo cerró la policía fue adquirido en subasta por un oscuro tipo. Nada se sabía de él, ni su nombre siquiera.
Las ventanas estaban tapiadas y ni una gota de luz se filtraba al interior. Si una pareja entrase en busca de intimidad se encontraría un lugar abandonado y sucio, con unos pósters de Jena Jameson, Tawnee Stone y Aria Giovanni en una pared y facturas, calendarios y dibujos de coches en otra. . Unas pequeñas escaleras llevaban a un despacho igual de decrépito. Es probable que allí iniciasen sus juegos amatorios si tuviesen estómago para hacer el amor en medio de tanta suciedad y polvo. Tan probable como que no se fijasen en las rejillas del piso inferior. En el suelo había tres grandes rejillas ocultando un hueco. En tiempos del taller los mecánicos las apartaban para poder trabajar los bajos de los coches y podría decirse que era el lugar más cuidado del taller pues ahí ocultaban las drogas. Hoy no había drogas pero sí tres cajas de metro ochenta de alto cada una, fabricadas ni más ni menos que en kevlar y talladas con símbolos ya olvidados por la mayoría, como si fuese el interior de una tumba egipcia. El esclavo debía mantenerlos impolutos so pena de un castigo aún peor que la muerte o la inmortalidad.
Cuando llegaba la noche, esas cajas de metal que recordaban ataúdes sin serlo, se abrían desde dentro y lo que de ellas salía era el horror.
Esa noche salieron los cuatro: James Moriarty del primero, Torbe del segundo y Jack Frost y Dana del último. Estaban hambrientos. Estaban sedientos. De sus mentes que no eran más que caos, se desprendía un olor de viejos recuerdos apergaminados, gritos ya perdidos en el tiempo. Y dolor, muchísimo dolor, atrocidades que condenaban el alma al infierno de los infiernos, al hambre absoluta. Por mucho que matasen, por mucho que violasen, por mucho que destruyeran, nunca quedaban satisfechos, nunca quedaban plenos de gozo, nunca saciaban su horror. Y no sería así hasta que liberaran a algunos de los grandes señores, siervos de Satán.
Para no llamar mucho la atención solían secuestrar a un trozo de carne (lo que los humanos consideraban un semejante) y se alimentaban de él durante varios días antes de despedazarlo; esa noche era el día de volver a hacerlo. Trece en una noche y quince más secuestrados. No obstante, la prudencia les indicaba que no debían seguir por mucho más tiempo en aquella fría ciudad. Su instinto era un gran guía y éste les amenazaba. Su periplo en aquél lugar daba a su fin. Ya podían terminar con el esclavo.

Continuará...
 
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Continuo. Espero que estén disfrutando con el relato y que hagan muchas chanzas descubriendo en los personajes a los usuarios de este sinpar foro. La próxima añadidura no será antes del jueves, por razones laborales, así pues disfruten ahora. ¡Felices fiestas!


Apartaron la rejilla y lo único que podía verse en esa oscuridad eran los ojos rojos.
- ¿Dónde está esa mal nacida?- gruñó James.
La esclava no había venido lo cual no era muy buena señal. Todos lo presintieron. Llevaban muchos siglos acechando a la muerte, cuidando de sus existencias para no advertir el peligro.
- Alimentémonos hoy hasta saciarnos como nunca.- jadeó Frost.- Mañana nos iremos.
- Y hagamos una visita a nuestra perra.- siseó Dana.- Que pague por su ausencia.
Ésta se agitó con voluptuosidad frente al resto, pasando la punta de la lengua por sus labios y acariciándose el fuego que era su cabello.
- Nunca hubo un deseo tan anhelante como tú, Dana.
- Tengo hambre.- respondió.- Dejadme hoy a mí…
- Te desean…
- Quien busca mi calor sólo encontrará el frío eterno.- se echó a reír.
James y Torbe se alejaron en busca de las capas mientras Dana y Frost se unían en el fuego gélido de la no muerte. Tenían hambre y era momento de saciarse. Sangre y vida. O mejor dicho: sangre… y no muerte.
La noche que les recibió era fría pero apenas la sintieron. Ya no sentían, al menos no como los humanos. El calor les afectaba más que el frío. De hecho, ellos conocían muy pocos casos de vampiros que hubiesen vivido largo tiempo en África o Asia. Era más frecuente tener la desdicha de hallarlos en Alemania, Suecia, Canadá... Si bien, había un nutrido grupo en Australia y Nueva Zelanda. Vestían con botas de cuero, gruesas camisas, pantalones de cuero negro. Antiguas vestimentas de su antigua vida para James y Torbe. El caso de Frost y Dana era distinto. Ellos siempre fueron vampiros y eso les hacía distintos.
Veían los movimientos de las noches, notaban la fuerza de la vida y la muerte. Como en “Entrevista con el vampiro” veían moverse a las estatuas, veían los animales de la noche, oían la sangre fluir por las venas y las arterias, veían su poder y lo que podían hacer e infringir. ¿Por qué no iban a sentirse dioses entre los hombres si en efecto lo eran? No eran dioses… excepto para la carne, para su alimento.
- Contemplad esta noche.- se carcajeó Torbe.- Esta es nuestra noche. Cazemos, bebamos con el glamour de los inmortales.
Cuatro sombras se perdieron por los muros de la ciudad.






Mundele llegó al portal de su casa. Desde allí siempre miraba al salón. Si la luz estaba encendida, su padre estaba en casa. Nunca la apagaba si alguno estaba fuera de casa aunque fuese a tardar un mes en volver. Se sentaría en la mecedora acompañado por su buen amigo Jack Daniel´s y con la vara en un costado. En cambio, si la apagaba es que aún estaba por los bares, ya fuese bebiendo, ya fuese jugando al póquer (que, para sorpresa de todos, siempre le reportaba más de lo que perdía) o ya fuese con alguna putilla que fingiría el orgasmo mientras apartaba la cara con asco.
Estaba encendida. Las llaves le temblaron un instante en la mano. No se decidía a subir. Sabía lo que le esperaba. Era ir por propia voluntad al matadero; como si un judío eligiese como destino de vacaciones acudir a Auschwitz, Sobibor o Gusen.
Forzó la vista y distinguió una sombra. Desapareció y la luz continuó encendida. Y la vara en su cabeza. Cayendo una y otra vez. Y más. Y más. Sentía el dolor y el frío gélido en las manos. Sentía el miedo, el sufrimiento y la humillación.
Con manos temblorosas consiguió extraer el paquete de Camel, con su paga no le daba para un Marlboro o un Winston. Los cigarrillos estaban un poco aplastados pero lo encendió igualmente. La llama prendió el cigarrillo y el humo azulado se perdió sobre su cabeza. Era hermoso verlo… o al menos más bonito que ver la luz del salón encendido.
Tal vez podría irse, una nueva vida, una nueva ciudad, un curro, nuevos amigos… Podría trabajar de lo que fuese. No sería muy duro ser camarero una vez has sufrido en tus carnes un verano como vigilante de seguridad en unas piscinas privadas.
El tabaco le sentaba bien. Le permitía fantasear con ideas que nunca realizaría. No podía irse. No tenía agallas. Pero si hasta las tías lo repudiaban con un gesto torcido.
- Hola, morenito.
Se volvió de golpe hacia la voz y no pudo pensar mucho más. Estaba ante el cúlmen de la belleza femenina, ante el sueño de todos los lívidos, ante una escultura de voluptuosidad y fuego ardiente como su extraordinario cabello, el fuego del desierto en un infinito amanecer que no acababa de salir.
- ¿Te ha comido la lengua el gato?- se acercó más de lo que nunca se había acercado otra mujer que no fuese su madre o su hermana.- ¿Cómo te llamas? ¿O es morenito tu nombre?
- Mun… Mundele, señorita.
- ¿Señorita? Soy algo más que eso… Mundele.- sacó la lengua y casi la pasó por la nariz del muchacho. Sus ojos eran muy intrigantes. Eran muy profundos… y atrayentes.- Me llamo Dana, Mundele. ¿Te gusta fumar?
- Sí, mucho.- tartamudeó.- Lo necesito…- aquellos ojos…
No se fijaba en sus pechos, en sus labios, en su cabello o en su barbilla. Él vivía en aquellos ojos.
- No creo que te guste de verdad tragarte toda esa cantidad de humo. Te destrozas los pulmones y tu sangre… sabe fatal. He visto.- continuó sin darle un respiro.- que estás muy nervioso… lo huelo… me gusta… me excita el nerviosismo, la incertidumbre… el dolor… me pongo muy caliente con el sudor. Dime, Mundele, ¿qué te asusta tanto?
- Mi… mi padre… su vara.
- Tienes miedo de tu padre… ese maldito bastardo, ¿verdad? Te pega cuando lo haces mal y cuando no también, ¿verdad, morenito?
- Sí, eso es. Exactamente eso.
- ¿Y por qué lo temes más? Yo puedo ayudarte. Puedo destruir esa vara si lo deseas.
- Sí, más que nada en el mundo. Tú me comprendes, Dana, tú me comprendes.
- ¡Oh, sí! Más de lo que crees, mi amargo Mundele. Pero yo también estoy muy muy triste.- su voz sonó tan melosa e infantil que no habría humano capaz de resistirse a ella. Mundele se perdía en los ojos de Dana.
- Dime que puedo hacer por ti. Haré lo que sea necesario.
- ¿De verdad? ¿Lo que sea? ¿Puedes darme un abrazo? Me siento tan sola…
El joven se perdió, se hundió en una oscuridad roja y eterna. Dana se refugió en sus brazos, tiró el cigarrillo y bebió. Bebió.
Entonces aparecieron tres sombras sin sombra y se unieron a la orgía de Dana hasta quedar saciados y vaciar a Mundele, que se perdió para siempre.
- Hoy has estado muy bien, mi amor. Te he deseado en cada instante.
- Pensaba en vos, mi señor. Torbe… que no encuentren nunca este cuerpo. Me repugnan los fumadores.
- Pero si tú fumas, mi dulce amor.
- James , amor, responde a Frost.
- El alimento ahumado es desagradable.- respondió éste.- Nosotros no somos alimento, señor.
Aunque bien mirado, en una ocasión lo fue.




Continuará...
 
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Continuo. Espero que estén disfrutando con el relato y que hagan muchas chanzas descubriendo en los personajes a los usuarios de este sinpar foro. La próxima añadidura no será antes del jueves, por razones laborales, así pues disfruten ahora. ¡Felices fiestas!


Apartaron la rejilla y lo único que podía verse en esa oscuridad eran los ojos rojos.
- ¿Dónde está esa mal nacida?- gruñó James.
La esclava no había venido lo cual no era muy buena señal. Todos lo presintieron. Llevaban muchos siglos acechando a la muerte, cuidando de sus existencias para no advertir el peligro.
- Alimentémonos hoy hasta saciarnos como nunca.- jadeó Frost.- Mañana nos iremos.
- Y hagamos una visita a nuestra perra.- siseó Dana.- Que pague por su ausencia.
Ésta se agitó con voluptuosidad frente al resto, pasando la punta de la lengua por sus labios y acariciándose el fuego que era su cabello.
- Nunca hubo un deseo tan anhelante como tú, Dana.
- Tengo hambre.- respondió.- Dejadme hoy a mí…
- Te desean…
- Quien busca mi calor sólo encontrará el frío eterno.- se echó a reír.
James y Torbe se alejaron en busca de las capas mientras Dana y Frost se unían en el fuego gélido de la no muerte. Tenían hambre y era momento de saciarse. Sangre y vida. O mejor dicho: sangre… y no muerte.
La noche que les recibió era fría pero apenas la sintieron. Ya no sentían, al menos no como los humanos. El calor les afectaba más que el frío. De hecho, ellos conocían muy pocos casos de vampiros que hubiesen vivido largo tiempo en África o Asia. Era más frecuente tener la desdicha de hallarlos en Alemania, Suecia, Canadá... Si bien, había un nutrido grupo en Australia y Nueva Zelanda. Vestían con botas de cuero, gruesas camisas, pantalones de cuero negro. Antiguas vestimentas de su antigua vida para James y Torbe. El caso de Frost y Dana era distinto. Ellos siempre fueron vampiros y eso les hacía distintos.
Veían los movimientos de las noches, notaban la fuerza de la vida y la muerte. Como en “Entrevista con el vampiro” veían moverse a las estatuas, veían los animales de la noche, oían la sangre fluir por las venas y las arterias, veían su poder y lo que podían hacer e infringir. ¿Por qué no iban a sentirse dioses entre los hombres si en efecto lo eran? No eran dioses… excepto para la carne, para su alimento.
- Contemplad esta noche.- se carcajeó Torbe.- Esta es nuestra noche. Cazemos, bebamos con el glamour de los inmortales.
Cuatro sombras se perdieron por los muros de la ciudad.






Mundele llegó al portal de su casa. Desde allí siempre miraba al salón. Si la luz estaba encendida, su padre estaba en casa. Nunca la apagaba si alguno estaba fuera de casa aunque fuese a tardar un mes en volver. Se sentaría en la mecedora acompañado por su buen amigo Jack Daniel´s y con la vara en un costado. En cambio, si la apagaba es que aún estaba por los bares, ya fuese bebiendo, ya fuese jugando al póquer (que, para sorpresa de todos, siempre le reportaba más de lo que perdía) o ya fuese con alguna putilla que fingiría el orgasmo mientras apartaba la cara con asco.
Estaba encendida. Las llaves le temblaron un instante en la mano. No se decidía a subir. Sabía lo que le esperaba. Era ir por propia voluntad al matadero; como si un judío eligiese como destino de vacaciones acudir a Auschwitz, Sobibor o Gusen.
Forzó la vista y distinguió una sombra. Desapareció y la luz continuó encendida. Y la vara en su cabeza. Cayendo una y otra vez. Y más. Y más. Sentía el dolor y el frío gélido en las manos. Sentía el miedo, el sufrimiento y la humillación.
Con manos temblorosas consiguió extraer el paquete de Camel, con su paga no le daba para un Marlboro o un Winston. Los cigarrillos estaban un poco aplastados pero lo encendió igualmente. La llama prendió el cigarrillo y el humo azulado se perdió sobre su cabeza. Era hermoso verlo… o al menos más bonito que ver la luz del salón encendido.
Tal vez podría irse, una nueva vida, una nueva ciudad, un curro, nuevos amigos… Podría trabajar de lo que fuese. No sería muy duro ser camarero una vez has sufrido en tus carnes un verano como vigilante de seguridad en unas piscinas privadas.
El tabaco le sentaba bien. Le permitía fantasear con ideas que nunca realizaría. No podía irse. No tenía agallas. Pero si hasta las tías lo repudiaban con un gesto torcido.
- Hola, morenito.
Se volvió de golpe hacia la voz y no pudo pensar mucho más. Estaba ante el cúlmen de la belleza femenina, ante el sueño de todos los lívidos, ante una escultura de voluptuosidad y fuego ardiente como su extraordinario cabello, el fuego del desierto en un infinito amanecer que no acababa de salir.
- ¿Te ha comido la lengua el gato?- se acercó más de lo que nunca se había acercado otra mujer que no fuese su madre o su hermana.- ¿Cómo te llamas? ¿O es morenito tu nombre?
- Mun… Mundele, señorita.
- ¿Señorita? Soy algo más que eso… Mundele.- sacó la lengua y casi la pasó por la nariz del muchacho. Sus ojos eran muy intrigantes. Eran muy profundos… y atrayentes.- Me llamo Dana, Mundele. ¿Te gusta fumar?
- Sí, mucho.- tartamudeó.- Lo necesito…- aquellos ojos…
No se fijaba en sus pechos, en sus labios, en su cabello o en su barbilla. Él vivía en aquellos ojos.
- No creo que te guste de verdad tragarte toda esa cantidad de humo. Te destrozas los pulmones y tu sangre… sabe fatal. He visto.- continuó sin darle un respiro.- que estás muy nervioso… lo huelo… me gusta… me excita el nerviosismo, la incertidumbre… el dolor… me pongo muy caliente con el sudor. Dime, Mundele, ¿qué te asusta tanto?
- Mi… mi padre… su vara.
- Tienes miedo de tu padre… ese maldito bastardo, ¿verdad? Te pega cuando lo haces mal y cuando no también, ¿verdad, morenito?
- Sí, eso es. Exactamente eso.
- ¿Y por qué lo temes más? Yo puedo ayudarte. Puedo destruir esa vara si lo deseas.
- Sí, más que nada en el mundo. Tú me comprendes, Dana, tú me comprendes.
- ¡Oh, sí! Más de lo que crees, mi amargo Mundele. Pero yo también estoy muy muy triste.- su voz sonó tan melosa e infantil que no habría humano capaz de resistirse a ella. Mundele se perdía en los ojos de Dana.
- Dime que puedo hacer por ti. Haré lo que sea necesario.
- ¿De verdad? ¿Lo que sea? ¿Puedes darme un abrazo? Me siento tan sola…
El joven se perdió, se hundió en una oscuridad roja y eterna. Dana se refugió en sus brazos, tiró el cigarrillo y bebió. Bebió.
Entonces aparecieron tres sombras sin sombra y se unieron a la orgía de Dana hasta quedar saciados y vaciar a Mundele, que se perdió para siempre.
- Hoy has estado muy bien, mi amor. Te he deseado en cada instante.
- Pensaba en vos, mi señor. Torbe… que no encuentren nunca este cuerpo. Me repugnan los fumadores.
- Pero si tú fumas, mi dulce amor.
- James , amor, responde a Frost.
- El alimento ahumado es desagradable.- respondió éste.- Nosotros no somos alimento, señor.
Aunque bien mirado, en una ocasión lo fue.




Continuará...
 
Ya recordaba yo un deshonroso final (y existencia). :lol:

Seguimos a la espera de más entregas.

Un saludo.
 
Ya recordaba yo un deshonroso final (y existencia). :lol:

Seguimos a la espera de más entregas.

Un saludo.
 
El jueves por la tarde continuo. Ahora me voy a sobar.
 
El jueves por la tarde continuo. Ahora me voy a sobar.
 
continuo...

Bárbara no podía ocultar su sueño y su aburrimiento. Volvió a quitarse el gorro por enésima vez y de nuevo un cigarrillo asomó en sus labios, que se jodieran los cabrones de Madrid. A su lado, Nako seguía con la mirada el paso de Satania. Andaba con cuidado y miraba mucho en derredor pero podría asegurar que habían pasado inadvertidos. En su favor no ayudaba en nada que se asegurara tanto de no ser seguida. Poco antes habían recibido la noticia de que salía de modo sospechoso. Pese a las quejas de su compañera, Nako decidió ir hasta allí. La seguían desde hacía casi veinte minutos y parecía que, de momento, caminaba sin rumbo fijo para aburrir y despistar a quien pretendiera seguirla.
- Mira, Nako. Comprendo que esa tía es una gilipollas pero no por eso tiene algo que ver. Vamos a casa. Te invito a una copa.
- ¿No has visto como se comporta? No quiere que nadie sepa a dónde vamos.
- Será una paranoica.- se recostó a su lado.- Comprendo… tu situación.- tragó saliva antes de proseguir pero Nako no la dedicó ni una mirada de rabia lo que, en cierto modo, era peor que la agresividad.- pero no podemos estar dando palos de ciego todo el santo día. Mañana Drmoriarty nos quiere a las ocho de la mañana y ya son las dos. Yo necesito dormir. Y echar un buen polvo. Aunque no en ese orden.- si pretendía aludir a su compañero, y bien sabía toda la oficina que seguro que así era, Nako no se dio por aludido. Cierto que el cadáver de Steffi era aún reciente pero Bárbara le tenía ganas desde hacía tiempo y estaba acostumbrada a conseguir lo que quería.
- Mírale.- respondió él.- Está examinando esas rejas. Parece un taller abandonado.
- Sí, lo que tú digas. Estás obsesionado, tío. Yo te invito a que pases la noche en mi casa y tú a lo tuyo. Ella ya no está.
- Está mirando dentro.- no había escuchado nada.- ¿Esperamos a que entre?
Bárbara lo cogió de los hombros y le obligó a volverse.
- ¿Para qué? Dime. ¿Para qué? ¿Crees que se reúnen allí a las dos de la mañana a realizar ritos satánicos o algo así? ¿Qué sentido tiene todo esto, hostias? Yo también siento lo que le ocurrió a Steffi pero comportarnos como dos locos no va a ayudar en la investigación.
Nako bajó los ojos. Ella no comprendía. Steffi estaba muerta, sí, eso le carcomía por dentro. Pero no se daba cuenta de lo esencial. Cuando perdió a quien amaba, él murió con ella. Su cuerpo físico seguía vivo, realizando las cosas propias, respirando, alimentándose, durmiendo… pero aquello que una vez le hizo humano había muerto. Ansiaba que su corazón dejase de latir, reunirse con Steffi. Codiciaba el sabor del no despertar, de deslizarse en las sombras, necesitaba no despertar más y descansar. El camino se hacía muy pesado, mucho camino y estaba muy cansado. Sólo necesitaba descansar, volver con Steffi pero no podría hacerlo si los asesinos de Steffi permanecían en las sombras, matando a más personas. Bárbara no lo entendía. Ya no había día ni noche para él. No importaba la hora, no descansaba así que… qué más daba estar en la cama comiéndose la cabeza, aspirando aún el perfume de la almohada o estar en el coche.
- Vete a casa tú. Yo volveré andando.
- Joder, tío, no quería decir eso, coño. Somos compañeros, ¿vale? Donde tú vas yo voy y todo eso…
- Yo voy a la espesura.
- Tío, no digas chorradas. Esa mierda me asusta, ¿vale? No te hundas, joder. Hay cosas por las que vivir. Coño, ya vale, tío, ¿eh?
- Sí, conozco esos consejos que no sirven para nada. Yo mismo los he dado muchas veces. Mira, Bárbara. Voy a seguir a Satania. Es probable que no pase nada pero más vale asegurar. Tú vete y descansa si quieres, por favor.
- Yo… tío…



Continuará...
 
Continuo...

Nako fue más rápido. Salió del coche y corrió a esconderse tras un contenedor de basuras. A su izquierda había unas piscinas y a la derecha la universidad de económicas. Más adelante, Satania examinaba una de las ventanas tapiadas. Con gesto fruncido se dio la vuelta perdiéndose por un callejón oscuro.
Bárbara vio alejarse a su compañero en la misma dirección. No sabía si esperar, ir con él o volver a casa. Le tenía mucho aprecio pero ahora estaba… perdiendo la chaveta. Irascible, pesado… Tal vez debiera hablar con el jefe. Tal vez, si su obsesión aumentaba, pudiera resultar peligroso... Tal vez... Pero no podía pensar eso. Él era víctima en el caso de Steffi y las demás, sólo víctima. Antes de lo de Steffi estaba bien...
- No le pasará nada.- se dijo en alto.- Mañana le veré en la oficina y le daré un capón por gilipollas.
Descubrió que sus palabras no la convencían; también descubrió que estaba asustada y buscaba excusas para irse. Pero, ¿de qué se asustaba? ¿De la actitud de Nako? ¿De la negativa a acompañarlo? ¿Del extraño ambiente de aquél lugar? ¿De la actitud de la profesora? O tal vez fuera otra cosa. Tal vez el problema era sentirse así. Nako le atraía, no por amor pero sí por deleite y él estaba lejos, muy lejos.
- A tomar por culo.
Encendió el motor y dio marcha atrás. Por el retrovisor vio cómo Nako se perdía en la oscuridad del callejón.
La profesora Satania estaba apoyada frente a una falsa pared que resultó ser una puerta. Se apoyó y desapareció. Nako, escondido tras un bidón se quedó mudo. Satania tenía algo que ver. Había oído marcharse a Bárbara y eso le disgustó. Ella no sufría como él. Estaba sólo. Desde la muerte de Steffi siempre había estado sólo. Pero que su compañera hubiera terminado por irse se le antojaba una cruel traición. Pero ahora estaba cerca, lo había sentido en aquella habitación. Esa mujer era un monstruo; ella era cómplice de la muerte de Steffi. Lo sabía, lo sentía, lo había visto en su propia necesidad. No conocía el cómo pero su intuición era como un grito agónico en unos labios muertos junto a sus oídos. Y la habían asustado. ¿Cómo era posible que Bárbara no lo viera? Se había asustado porque los policías, de alguna manera, habían llegado hasta ella. Y ahora acudía en busca de alguien. Sentía esa verdad en su mente y cuando ésta formuló la hipótesis la supo verdadera. Por eso Satania se había comportado así; por eso acudía esa noche al encuentro con quién sabe, para informarles que la policía estaba tras ellos, que habían hecho preguntas.
Y había una última certeza que acababa con la poca cordura y honor que quedaba en él tras la fatídica noche: si en verdad Satania tenía algo que ver con la muerte de Steffi, no se comportaría con ella como un poli. No viviría para ser juzgada. Allí estaba él, tan sólo una pistola y la profesora. Un nexo en común y la sangre deslizándose por sus labios. Fingían ser vampiros pero sí que había un vampiro y era él, Nako, el vampiro que buscaba venganza. Se aseguró de no tener el seguro puesto y trotó con la espalda encorvada hasta la falsa puerta. Estaba abierta pero entornada; las huellas del suelo indicaban que tan pronto abrió la falsa pared, entró con prisa. Echó un vistazo por la rendija abierta: por ella atisbó cómo desaparecía en el cuarto de al lado en ese momento. Había estado de rodillas haciendo algo. En su imaginación vio suplicar a dioses oscuros por alguna razón aún más tenebrosa. Adelante.


Continuará...
 
Continuo, chavales, que se pone interesante.


Aquél lugar era un despacho: una mesa y una silla, todo decrépito y justo al lado un armario roto por docenas de sitios, agujeros pequeños parecidos a balazos. Nako abrió con suavidad la puerta, entró y la dejó tal cómo estaba. Muy despacio llegó hasta los ventanales sin cristales. Satania había bajado por unas escalerillas y examinaba… una caja con forma de ataúd.
- Amo me castigará.- gimió en ese momento.- Por culpa de ese policía, amo me castigará. Pero soy útil para ellos. No pueden hacerme daño. Amo me habló de buenas recompensas. ¡Vida!- gritó.- Satania sirve bien al amo.
Con diligencia cerca al paroxismo se dedicó a lustrar con un trapo la tapa metálica de la caja. ¿Era eso lo que hacían los profesores universitarios por las noches? El policía se quedó muy quieto viendo trabajar a la profesora. El tiempo se alargaba y “amo” no parecía llegar.
Pero ahí estaba, una loca que servía de algún modo burlesco y horrendo al asesino de Steffi. Aquella maldita zorra hija de puta conocía la identidad de aquél que había matado a Steffi después de torturarla y aterrorizarla. Por fin. Frente a él. Sólo necesitaba esperar.





Rodrigo estaba borracho. Más que eso. Iba como una cuba. Se tambaleaba por las esquinas entonando versiones de canciones con voz grave y desafinada. Se reía a la par que rememoraba la extraña noche. ¡Después de que aquella zorra cántabra de la que había estado enamorado le destrozase la vida por fin volvió a sentir algo cercano a la felicidad! En verdad nunca más podría ser feliz. Jamás de los jamases, como suele decirse. Pero esa noche se enrolló con una pelirroja gustosa del “movimiento gótico”. Su sueño hecho realidad. Volvía a casa con una sonrisa y borracho, muy borracho. Por fin podía volver a tener esperanza de que no era el fin de su vida. Por fin podría gritar que había resucitado. Desde que le había abandonado cada vez que salía de casa volvía siempre cerca del coma etílico. Pero esa noche por fin tenía algo por lo que luchar, por fin… Se conjuró para que la de esa noche fuera la última vez que empinaba el codo en exceso; puede que incluso estuviera un par de meses sin probar ni gota. Puede que...
Una corriente gélida le azotó el rostro. Se giró muy rápido y acabó en el suelo. Pero… Había visto una sombra apartarse de su visión. Sombras fundiéndose con la luz. ¿Qué…?
Alguien estaba detrás de él. Se volvió sintiendo arcadas. El olor le azotaba, era repulsivo. Se meó en los pantalones. Pero allí no había nadie.
- ¿Hola? No me jodáis, tíos.
- No.- respondió una voz grave.- Te haremos algo peor.
Cuatro sombras le inmovilizaron. Habían salido de la oscuridad, de golpe. Le mordieron. A su mente acudieron imágenes de desiertos rojos, del sol, de pintura, de muerte. Y cayó al vacío, a una oscuridad impenetrable y eterna, donde le esperaban largos brazos rojos.





Las cuatro y media de la mañana y allí sólo estaba Satania hablando para sí con ridículos salmos que, no obstante, ponían los pelos de punta. Se balanceaba sobre sus rodillas y de vez en cuando se pellizcaba los pezones, las mejillas o los lóbulos de las orejas. Estaba loca. La jodida estaba loca.
- Mi amo y señor, por vos, siempre por vos.- decía.- para serviros, para adularos, yo os buscaré sustento y os llevaré a donde me pidáis. ¡Oh, mi señor, por vuestra gracia! Yo cazaré, os llevaré, porque Satania es una buena sierva, ayuda siempre, obedece siempre. Bien por Satania.
De golpe algo ocurrió. Algo había cambiado. Nako no podría describirlo mejor. Simplemente algo cambió. Se sintió a un mismo tiempo helado y aterrado. Tuvo la necesidad de huir gritando, de arrancarse la cara y de asesinar. En vez de hacer todo eso, reculó sobre sí mismo y se escondió en el armario. Cerró dejando apenas una rendija y rogó porque Satania no mirase allí hasta que llegase el resto… si habrían de venir. Pero allí estaban. Estaba aterrorizado: aquella sensación era atroz. Era policía y con todo no sabía que un hombre pudiese tener tanto miedo.
<<Sino me controlo me dará una embolia. ¿Qué coño te pasa, gilipollas?>>
Pero notó los pantalones mojados. ¿Qué era lo que pasaba?
Y justo en ese momento hubo cuatro personas más en la habitación. Ora no estaban ora sí. No podría decir de dónde aparecieron, tan sólo que estaban allí. Y no eran exactamente personas, ¿verdad?
Sus rostros eran distintos.
- Mi señor, os esperaba…
- Silencio, babosa inmunda.- gritó uno.- Tendrías que haber estado a la despedida del sol. ¿Dónde estabas?
- Mi señor, un policía… creo que sospecha de mí.
Una quinta persona entró por el lugar donde unas horas antes entraran ella y Nako. Se trataba de un chiquillo blanco como la nieve, de grandes ojos y manos rudas de trabajo. Al parecer aquellas cuatro… cosas… lo habían percibido así.
- Ven aquí Snow.- se echaron a reír.- Despídete de Satania.
La mujer ni pestañeó. Su boca se abrió dos veces mas no pudo decir nada. Tragó saliva y lo intentó de nuevo.
- Mi señor, siempre os he servido bien.
- Cierra tu asquerosa boca. ¡Blasfemia! Si nos hubieses servido bien habrías estado donde debieras a su hora.
- No volverá a pasar, amos. El policía... No sé cómo ha llegado hasta mí. Tuve que asegurarme que no me vigilaban.- hablaba a trompicones.- Creo que notó algo. Pero no volverá a ocurrir.





Continuará...
¿Os parece interesante?
 
El violador del ascensor rebuznó:
¿Que significa esta puta mierda?
Dejad en paz a las familias, la familia no tiene la culpa.

¿Las familias? ¿Lo qué?
 
Señor Cojones rebuznó:
El dia menos pensado, pim, pum y a tomar por el culo este hilo...

Una duda... ¿qué tiene de malo escribir un relatillo aquí? ¿Provoca algún problema? ¿Le provoca algún problema? Porque no entiendo que tiene de malo.
 
Frost, estas redacciones ¿te las piden en el instituto?

De todas formas no olvides lo que decía el gran Evaristo San Martín, que la realidad siempre supera a la ficción más imaginativa.

A ver cuando sacas mi nick en la historia, estoy impaciente.
 
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