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Continuo. Espero que estén disfrutando con el relato y que hagan muchas chanzas descubriendo en los personajes a los usuarios de este sinpar foro. La próxima añadidura no será antes del jueves, por razones laborales, así pues disfruten ahora. ¡Felices fiestas!
Apartaron la rejilla y lo único que podía verse en esa oscuridad eran los ojos rojos.
- ¿Dónde está esa mal nacida?- gruñó James.
La esclava no había venido lo cual no era muy buena señal. Todos lo presintieron. Llevaban muchos siglos acechando a la muerte, cuidando de sus existencias para no advertir el peligro.
- Alimentémonos hoy hasta saciarnos como nunca.- jadeó Frost.- Mañana nos iremos.
- Y hagamos una visita a nuestra perra.- siseó Dana.- Que pague por su ausencia.
Ésta se agitó con voluptuosidad frente al resto, pasando la punta de la lengua por sus labios y acariciándose el fuego que era su cabello.
- Nunca hubo un deseo tan anhelante como tú, Dana.
- Tengo hambre.- respondió.- Dejadme hoy a mí…
- Te desean…
- Quien busca mi calor sólo encontrará el frío eterno.- se echó a reír.
James y Torbe se alejaron en busca de las capas mientras Dana y Frost se unían en el fuego gélido de la no muerte. Tenían hambre y era momento de saciarse. Sangre y vida. O mejor dicho: sangre… y no muerte.
La noche que les recibió era fría pero apenas la sintieron. Ya no sentían, al menos no como los humanos. El calor les afectaba más que el frío. De hecho, ellos conocían muy pocos casos de vampiros que hubiesen vivido largo tiempo en África o Asia. Era más frecuente tener la desdicha de hallarlos en Alemania, Suecia, Canadá... Si bien, había un nutrido grupo en Australia y Nueva Zelanda. Vestían con botas de cuero, gruesas camisas, pantalones de cuero negro. Antiguas vestimentas de su antigua vida para James y Torbe. El caso de Frost y Dana era distinto. Ellos siempre fueron vampiros y eso les hacía distintos.
Veían los movimientos de las noches, notaban la fuerza de la vida y la muerte. Como en “Entrevista con el vampiro” veían moverse a las estatuas, veían los animales de la noche, oían la sangre fluir por las venas y las arterias, veían su poder y lo que podían hacer e infringir. ¿Por qué no iban a sentirse dioses entre los hombres si en efecto lo eran? No eran dioses… excepto para la carne, para su alimento.
- Contemplad esta noche.- se carcajeó Torbe.- Esta es nuestra noche. Cazemos, bebamos con el glamour de los inmortales.
Cuatro sombras se perdieron por los muros de la ciudad.
Mundele llegó al portal de su casa. Desde allí siempre miraba al salón. Si la luz estaba encendida, su padre estaba en casa. Nunca la apagaba si alguno estaba fuera de casa aunque fuese a tardar un mes en volver. Se sentaría en la mecedora acompañado por su buen amigo Jack Daniel´s y con la vara en un costado. En cambio, si la apagaba es que aún estaba por los bares, ya fuese bebiendo, ya fuese jugando al póquer (que, para sorpresa de todos, siempre le reportaba más de lo que perdía) o ya fuese con alguna putilla que fingiría el orgasmo mientras apartaba la cara con asco.
Estaba encendida. Las llaves le temblaron un instante en la mano. No se decidía a subir. Sabía lo que le esperaba. Era ir por propia voluntad al matadero; como si un judío eligiese como destino de vacaciones acudir a Auschwitz, Sobibor o Gusen.
Forzó la vista y distinguió una sombra. Desapareció y la luz continuó encendida. Y la vara en su cabeza. Cayendo una y otra vez. Y más. Y más. Sentía el dolor y el frío gélido en las manos. Sentía el miedo, el sufrimiento y la humillación.
Con manos temblorosas consiguió extraer el paquete de Camel, con su paga no le daba para un Marlboro o un Winston. Los cigarrillos estaban un poco aplastados pero lo encendió igualmente. La llama prendió el cigarrillo y el humo azulado se perdió sobre su cabeza. Era hermoso verlo… o al menos más bonito que ver la luz del salón encendido.
Tal vez podría irse, una nueva vida, una nueva ciudad, un curro, nuevos amigos… Podría trabajar de lo que fuese. No sería muy duro ser camarero una vez has sufrido en tus carnes un verano como vigilante de seguridad en unas piscinas privadas.
El tabaco le sentaba bien. Le permitía fantasear con ideas que nunca realizaría. No podía irse. No tenía agallas. Pero si hasta las tías lo repudiaban con un gesto torcido.
- Hola, morenito.
Se volvió de golpe hacia la voz y no pudo pensar mucho más. Estaba ante el cúlmen de la belleza femenina, ante el sueño de todos los lívidos, ante una escultura de voluptuosidad y fuego ardiente como su extraordinario cabello, el fuego del desierto en un infinito amanecer que no acababa de salir.
- ¿Te ha comido la lengua el gato?- se acercó más de lo que nunca se había acercado otra mujer que no fuese su madre o su hermana.- ¿Cómo te llamas? ¿O es morenito tu nombre?
- Mun… Mundele, señorita.
- ¿Señorita? Soy algo más que eso… Mundele.- sacó la lengua y casi la pasó por la nariz del muchacho. Sus ojos eran muy intrigantes. Eran muy profundos… y atrayentes.- Me llamo Dana, Mundele. ¿Te gusta fumar?
- Sí, mucho.- tartamudeó.- Lo necesito…- aquellos ojos…
No se fijaba en sus pechos, en sus labios, en su cabello o en su barbilla. Él vivía en aquellos ojos.
- No creo que te guste de verdad tragarte toda esa cantidad de humo. Te destrozas los pulmones y tu sangre… sabe fatal. He visto.- continuó sin darle un respiro.- que estás muy nervioso… lo huelo… me gusta… me excita el nerviosismo, la incertidumbre… el dolor… me pongo muy caliente con el sudor. Dime, Mundele, ¿qué te asusta tanto?
- Mi… mi padre… su vara.
- Tienes miedo de tu padre… ese maldito bastardo, ¿verdad? Te pega cuando lo haces mal y cuando no también, ¿verdad, morenito?
- Sí, eso es. Exactamente eso.
- ¿Y por qué lo temes más? Yo puedo ayudarte. Puedo destruir esa vara si lo deseas.
- Sí, más que nada en el mundo. Tú me comprendes, Dana, tú me comprendes.
- ¡Oh, sí! Más de lo que crees, mi amargo Mundele. Pero yo también estoy muy muy triste.- su voz sonó tan melosa e infantil que no habría humano capaz de resistirse a ella. Mundele se perdía en los ojos de Dana.
- Dime que puedo hacer por ti. Haré lo que sea necesario.
- ¿De verdad? ¿Lo que sea? ¿Puedes darme un abrazo? Me siento tan sola…
El joven se perdió, se hundió en una oscuridad roja y eterna. Dana se refugió en sus brazos, tiró el cigarrillo y bebió. Bebió.
Entonces aparecieron tres sombras sin sombra y se unieron a la orgía de Dana hasta quedar saciados y vaciar a Mundele, que se perdió para siempre.
- Hoy has estado muy bien, mi amor. Te he deseado en cada instante.
- Pensaba en vos, mi señor. Torbe… que no encuentren nunca este cuerpo. Me repugnan los fumadores.
- Pero si tú fumas, mi dulce amor.
- James , amor, responde a Frost.
- El alimento ahumado es desagradable.- respondió éste.- Nosotros no somos alimento, señor.
Aunque bien mirado, en una ocasión lo fue.
Continuará...