Benito rebuznó:
vaya que no, yo he llegado a mirar con prismáticos por la terraza de mi casa, pollaenmano a ver si caia algo por una ventana ajena.
Esto me recuerda que, cuando estaba en el Colegio Mayor, tenía un compañero que con prismáticos se pasaba el día oteando el colegio femenino de enfrente. Cuando digo
pasar el día hay que tomarlo en sentido literal. Alguna vez entraba a su habitación y me dejaba los prismáticos. Yo apuntaba hacia la fachada del colegio femenino y él me hacía de guía:
-- A ver, ¿las seis y media? Apunta al tercer piso, la sexta ventana empezando por la izquierda.
-- Nones, parece que está la persiana levantada, pero la luz está apagada.
-- Pues paciencia, Marta (en realidad no tenía que llamarse así, pero él les ponía a todas caprichosamente nombre)
, debe de estar al caer.
Y, efectivamente, a los dos o tres minutos aparecía la bautizada Marta y encendía la luz.
-- Me encanta, Marta --me decía--
A estas horas, lunes, miércoles y viernes viene de hacer deporte de no sé dónde, sudadita y apretada y se da la ducha. Atento que se queda en sostén antes de entrar al baño.
Y, efectivamente, Marta se quitaba la camiseta y se quedaba con el sujetador al aire. Luego entraba al baño. Bajaba entonces yo los prismáticos y él me regañaba:
-- ¡Atento! Que se ducha bastante rápido y lo mejor es cuando sale de la ducha con la toalla puesta. Se la quita en la habitación y, dependiendo de en qué parte de la habitación lo haga, pillas la teta derecha, la izquierda, el culo o el chochete.
Y yo me aprestaba rápidamente a mirar para no perderme con qué parte de su cuerpo regalaba ese día la tal Marta.
El caso es que fuese a la hora que fuese siempre había espectáculo y él sabía en qué ventana. Sufría muchísimo cuando se solapaban los espectáculos y había dos a la vez.
Lo más gracioso fue cuando en cierta ocasión invitó a uno del colegio a otear
el Paraíso y, cuando el gachó miró, resultó que la que espiaba a las ocho menos cuarto los martes por la tarde era su propia hermana. Por poco lo mata.