pepito50
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Tuvimos de vecinos a una pareja incluso mayor que nosotros: siempre fueron gente ordenada, de bien, y un día a la señora se le ocurrió que era buena idea hacerse veganos, y convenció inmediatamente de ello a su marido, quien la seguía en absolutamente todo como buen @Torquemada2.0 (ahora toca meterse con él, ¿no es así?). De ello hace ya más de diez años. En todo ese tiempo, nos intentaron convencer repetidas veces de que teníamos que hacernos veganos también. Recuerdo especialmente una de las veces más sangrantes en que lo intentaron.
Ellos tenían una perra muy bonita, a la que mis hijos adoraban, y a menudo se quedaba en mi casa cuando la pareja se iba de viaje, o simplemente porque así lo querían mis hijos. Un día la perra enfermó gravemente, y mis hijos, muy tristes, acudieron casi cada día a cuidarla y mimarla, sabiendo que el día de su marcha estaba muy cercano. Incluso fuimos todos juntos a la veterinaria para estar con la perra en el momento del sacrificio. No lo pudimos evitar y lloramos todos juntos, fundidos en un abrazo.
Esa misma noche, la pareja nos invitó a cenar. Fuimos con regalitos, bien arregladitos y dispuestos a pasar una buena noche hablando sobre la perrita y afianzando vínculos. Al principio así fue. Sonrisas, algunas lágrimas, grititos de emoción al abrir los regalos... Nos traen la cena, y vaya mierda. Lasaña de espinacas con "cierta" carne hecha con proteína de guisante y sazonada a la mexicana. Entre capa y capa, había "nata vegana" hecha con leche de soja. Arriba de todo había una costra uniforme e irrompible de "queso vegano", que ya no sé ni con qué estaba hecho. La pseudocarne picaba e irritaba que te cagas (literalmente, pues después de cenar esa infamia, todos acabamos con diarrea de la dolorosa que parece que cagues hasta tus entrañas), y el plato, en general, era dificilísimo de tragar. Lo único bueno de la cena fue la ensalada. Dios, cómo agradecimos la ensalada. Todo ingredientes naturales, con sabores NORMALES, sin adulterar, no soylent green... Fue la primera vez que preferimos ensalada por encima del plato principal.
Pero eso no fue lo peor. Lo peor vino cuando terminamos, a duras penas, la trágica cena. El señor carraspeó, ufano, y nos soltó lo siguiente:
-¿Veis cómo se puede comer rico siendo vegano?
Asentimos levemente, con la mirada baja.
-Queríais mucho a mi perra, ¿no es así?
Volvimos a asentir con la mirada baja. Uno de mis hijos lloró, quedamente.
-Pues si os preocupáis tanto por un perro, si lloráis tanto su muerte... Pensad en todos los animales que os coméis. También sufren, también podrían ser vuestras mascotas a las que podríais querer muchísimo. Pensad en ello. Pensad en haceros veganos.
Tragamos saliva. No dijimos nada. Mi mujer estaba completamente roja de furia, pero tampoco dijo nada. Mis hijos querían llorar a gritos, pero supieron contenerse. La pareja estaba mirándose, satisfecha, sonriente.
-Bueno, venga, ¿queréis café? ¿Quién lo quiere con leche de avena?
Unos pocos levantamos el dedo, y ella se fue canturreando y casi bailando hasta la cocina a por su Nespresso.
Y bueno... Qué más os puedo contar. Ah, sí. Que en mi familia no somos veganos ninguno. Muy fuerte tiene que ser la motivación para que alguno de nosotros queramos serlo, la verdad. Y, de momento, no la hemos encontrado ninguno de nosotros. Tendrá que obligarnos el Gobierno a serlo mediante prohibición de consumo de carne, igual que me tiene que pasar a mí para que deje de usar la cartilla. Ambas cosas aparentemente muy cercanas en el tiempo, por cierto.
Ellos tenían una perra muy bonita, a la que mis hijos adoraban, y a menudo se quedaba en mi casa cuando la pareja se iba de viaje, o simplemente porque así lo querían mis hijos. Un día la perra enfermó gravemente, y mis hijos, muy tristes, acudieron casi cada día a cuidarla y mimarla, sabiendo que el día de su marcha estaba muy cercano. Incluso fuimos todos juntos a la veterinaria para estar con la perra en el momento del sacrificio. No lo pudimos evitar y lloramos todos juntos, fundidos en un abrazo.
Esa misma noche, la pareja nos invitó a cenar. Fuimos con regalitos, bien arregladitos y dispuestos a pasar una buena noche hablando sobre la perrita y afianzando vínculos. Al principio así fue. Sonrisas, algunas lágrimas, grititos de emoción al abrir los regalos... Nos traen la cena, y vaya mierda. Lasaña de espinacas con "cierta" carne hecha con proteína de guisante y sazonada a la mexicana. Entre capa y capa, había "nata vegana" hecha con leche de soja. Arriba de todo había una costra uniforme e irrompible de "queso vegano", que ya no sé ni con qué estaba hecho. La pseudocarne picaba e irritaba que te cagas (literalmente, pues después de cenar esa infamia, todos acabamos con diarrea de la dolorosa que parece que cagues hasta tus entrañas), y el plato, en general, era dificilísimo de tragar. Lo único bueno de la cena fue la ensalada. Dios, cómo agradecimos la ensalada. Todo ingredientes naturales, con sabores NORMALES, sin adulterar, no soylent green... Fue la primera vez que preferimos ensalada por encima del plato principal.
Pero eso no fue lo peor. Lo peor vino cuando terminamos, a duras penas, la trágica cena. El señor carraspeó, ufano, y nos soltó lo siguiente:
-¿Veis cómo se puede comer rico siendo vegano?
Asentimos levemente, con la mirada baja.
-Queríais mucho a mi perra, ¿no es así?
Volvimos a asentir con la mirada baja. Uno de mis hijos lloró, quedamente.
-Pues si os preocupáis tanto por un perro, si lloráis tanto su muerte... Pensad en todos los animales que os coméis. También sufren, también podrían ser vuestras mascotas a las que podríais querer muchísimo. Pensad en ello. Pensad en haceros veganos.
Tragamos saliva. No dijimos nada. Mi mujer estaba completamente roja de furia, pero tampoco dijo nada. Mis hijos querían llorar a gritos, pero supieron contenerse. La pareja estaba mirándose, satisfecha, sonriente.
-Bueno, venga, ¿queréis café? ¿Quién lo quiere con leche de avena?
Unos pocos levantamos el dedo, y ella se fue canturreando y casi bailando hasta la cocina a por su Nespresso.
Y bueno... Qué más os puedo contar. Ah, sí. Que en mi familia no somos veganos ninguno. Muy fuerte tiene que ser la motivación para que alguno de nosotros queramos serlo, la verdad. Y, de momento, no la hemos encontrado ninguno de nosotros. Tendrá que obligarnos el Gobierno a serlo mediante prohibición de consumo de carne, igual que me tiene que pasar a mí para que deje de usar la cartilla. Ambas cosas aparentemente muy cercanas en el tiempo, por cierto.