Luis II de Baviera, el rey loco?

Schweinhund

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30 Jul 2006
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El monarca loco



A los 18 años, el culto y apuesto príncipe subió al trono de Baviera como Luis II, aclamado por sus súbditos. A los 40 ya era gordo y vivía recluido en sus fantásticos castillos. Pocos días después de declarársele loco e incompetente, murió ahogado.

Cuando el psiquiatra Bernhard von Gudden y su real paciente no volvieron a las ocho de su paseo vespertino, el doctor Muller, asistente de Gudden, se sintió alarmado. Había sugerido que los dos fueran acompañados por ordenanzas, tal como lo habían hecho en el paseo matutino, pero Gudden lo rehusó. El rey se estaba comportando de manera racional, casi normal. A excepción de sus incesantes preguntas, no daba ningún problema al psiquiatra. "Es como un niño", observó Gudden. El cielo estaba nublado y comenzó a Ilover, produciendo un prematuro ocaso en la larga tarde de verano. El doctor Müller envió a un policía, luego a dos más, para que buscaran a los dos extraviados a la orilla del lago Starnberg, hacia donde se dirigieron. Al oscurecer, la preocupación se convirtió en pánico y se movilizó a todo el personal del castillo Berg para rastrear el terreno con antorchas. Müller envió un telegrama a la corte de Munich anunciando la desaparición del rey y de su psiquiatra. Hacia las 10 de la noche se anunciaron a gritos los primeros hallazgos: dos sombrillas en una banca y el sombrero del rey. En la orilla del lago flotaban objetos oscuros, que resultaron ser el saco y el abrigo del rey. Remando lago adentro, los hombres encargados de la búsqueda hallaron los cuerpos del doctor Gudden y del rey Luis II, que flotaban a escasos 20 metros de la orilla. El reloj del rey se había detenido a las 18:54 de ese día domingo, 13 de junio de 1886. Cuando los dos cuerpos fueron examinados, se observó que el rostro del doctor Gudden estaba rasguñado y que tenía un raspón en una ceja, seguramente como resultado de un puñetazo. Las marcas en su cuello sugerían un intento de estrangulamiento. El cuerpo del rey no presentaba heridas. ¿Acaso Luis intentó escapar y mató al doctor Gudden cuando éste intentó detenerlo? ¿Es que el rey ahogó al doctor y luego se suicidó sumergiéndose? ¿El rey mató al doctor Gudden y sufrió luego un infarto? De cualquier forma que se le viera, era un trágico final para una vida que 41 años antes se había iniciado con tan buenos auspicios.



Se corona al encantador príncipe

El 25 de agosto de 1845, campanadas y cañonazos en Munich anunciaron el nacimiento del hijo del príncipe Maximiliano de Baviera y su esposa María. El niño fue bautizado Otto, después Luis, como su abuelo el rey Luis I. Tres años después el rey fue forzado a abdicar luego del escándalo producido por su relación con la bailarina Lola Montes. Maximiliano subió al trono y el joven Luis se hizo príncipe heredero. Al mes siguiente nació su hermano menor Otto. A la usanza de entonces, los dos príncipes fueron sujetos a una estricta disciplina y a una rigurosa educación privada. Pero las lecciones aburrían a Luis, excepto las historias que le contaba su institutriz francesa sobre el rey Luis XIV y su majestuoso palacio de Versalles. Pasó sus días más felices en Hohenschwangau, un castillo sobre un lago de los Alpes bávaros, 90 km al sureste de Munich. Luis, que leía leyendas germánicas, paseaba por los densos bosques y soñaba despierto, concibió la misión de su vida: construir palacios que rivalizaran con Versalles. Un boceto que hizo a los 14 años muestra un castillo almenado sobre un lago, con un cisne casi del tamaño del edificio. El 10 de marzo de 1864, poco antes de cumplir 19 años, Luis se coronó luego de la prematura muerte de su padre. "Max murió demasiado pronto", escribió la reina María en su diario, quien sabía que su hijo no estaba listo para el trono. Pero el encantador príncipe ya era rey para la gente que miró a Luis marchando en la procesión fúnebre de su padre. Alto, esbelto, de pelo oscuro y ondulado, de penetrantes ojos azules, caminaba erguido y con gracia casi femenina. No importó que pareciera orgulloso, casi arrogante. Los súbditos se enamoraron de su nuevo monarca. Las mujeres suspiraban a su paso y lanzaban flores a su carroza abierta. Se escribieron sonetos que se enviaron a la residencia real. ¿Quién sería la consorte de Luis? Su real deber era casarse y tener un heredero. Cuando eligió en 1867 a su bonita prima Sofía, el país parecía complacido. Al posar para los fotógrafos, Luis y Sofía hacían una guapa pareja. Pero la boda se pospuso de agosto a octubre y el rey rompió abruptamente el compromiso pocos días antes de la ceremonia. Luis confesó a un cortesano que prefería ahogarse en un lago alpino antes que contraer matrimonio.



De la noche a la mañana

Luis nunca hizo un secreto de su desdén por la vida cortesana de Munich, y con los años pasó más y más tiempo en sus castillos montañeses. En las cenas, prefería la compañía de los bustos de Luis XVI y María Antonieta, decapitados en la Revolución Francesa. A diferencia de los huéspedes humanos, explicaba el rey, las estatuas asistían sólo cuando se les invitaba y se les podía retirar a voluntad. Cambiando la noche por el día, Luis dormía del mediodía a la medianoche y luego paseaba en solitario por las nieves alpinas en un ornado trineo tirado por cuatro caballos blancos. En el teatro de la corte se montaban elaboradas producciones teatrales donde el rey era el único asistente. Luego del breve romance con Sofía, Luis prefirió la compañía de jóvenes y apuestos oficiales y actores. Publicados póstumamente, los diarios del rey -escritos en una mezcla de alemán, francés y latín- revelan la agonía de sus infructuosos intentos por reprimir su homosexualidad. La mayoría de sus relaciones fueron transitorias, pero la que tuvo con Richard Hornig, su camarero en jefe, duró casi 20 años. Se supone que Luis dijo que la boda de Hornig le fue más difícil de tolerar que la guerra francoprusiana. En julio de 1870, Francia declaró la guerra a Prusia, para ser rápidamente derrotada por una alianza de los estados germanos, incluyendo a Baviera. Bismarck, el canciller prusiano, prevaleció sobre Luis para formar un imperio germano dirigido por el rey Guillermo I de Prusia. Aunque se le permitió mantener un ejército y servicio diplomático separados, además de tener correo y moneda propios, el reino de Baviera de Luis fue absorbido por el imperio germano, proclamado al año siguiente en el ostentoso Salón de los Espejos en Versalles.



Manía de construcción

Con la independencia de Baviera muy limitada, Luis tuvo menos trabajo como monarca, lo que no le molestó en absoluto. En el verano de 1867 viajó de incógnito a Francia, y al ver por fin Versalles, resolvió construir en su propio país lugares tan majestuosos como éste. Inició Neuschwanstein en 1869, Linderhof en 1870 y Herrenchiemsee en 1878. Sólo se concluyó Linderhof durante la corta vida del rey. Estos castillos de cuentos de hadas han sido descritos como vulgares, artificiales, exóticos y como un desorden de estilos arquitectónicos. Para el rey, eran lugares donde podía olvidar que era rey. Quizá Neuschwanstein representa mejor la propensión de Luis por lo ostentoso. Construido sobre un elevado risco, domina deliberadamente a Hohenschwangau, el palacio de su padre. En una carta a Richard Wagner, escribió que el palacio era una réplica de los castillos medievales, escenarios de las óperas del compositor tan admirado por él. Tenía un auditorio de dos pisos al estilo de las basílicas bizantinas, aunque había un trono en el lugar donde debía erguirse un altar. También tenía una galería de trovadores y, en el cuarto piso, una gruta artificial con una cascada y una luna interior. Confió a Wagner que NeuschWanstein era un predestinado lugar donde "los dioses furiosos se vengarían y morarían con nosotros en la escarpada cima, abanicados por brisas celestiales". El segundo castillo del rey, Linderhof, pasó de ser una extensión de una sola recámara a una sencilla cabaña de cacería en un valle 25 km al oeste de Neuschwanstein. Pero Luis se obsesionó con la idea de recrear en Baviera una réplica del Gran Trianon, el elegante pabellón real que se yergue entre jardines como un satélite de Versalles. "!Oh! Es esencial crear estos paraísos -escribió a un amigo-; tales santuarios poéticos donde se pueda olvidar la horrenda era en que vivimos." Un compacto edificio de piedra blanca, Linderhof, fue adornado en la fachada y en la línea del techo con estatuas puestas en nichos. Si el exterior parece demasiado adornado, un crítico escribió que "en comparación con el interior, es un modelo de sobriedad". Las habitaciones de Linderhof están tachonadas de oro, espejos, porcelana y gemas semipreciosas. Luis erigió una gruta artificial en el jardín, a la que se entraba por una puerta oculta y en la que había un lago portentoso con un bote en el que un sirviente remaba para el rey. El proyecto definitivo de Luis (los escépticos lo llamarían insensato) fue Herrenchiemsee, construido en una isla del mayor lago de Baviera, el Chiemsee, 70 km al oeste de Munich. Aquí Luis quiso concretar su fantasía de duplicar la magnificencia del Versalles de Luis XIV, incluyendo su famoso Salón de los Espejos. Inconcluso a la muerte de Luis, Herrenchiemsee costó 16 millones de marcos, mucho más que Neuschwanstein y Linderhof juntos. El rey pasó exactamente 10 noches ahí, en el otoño de 1885.



Desesperado por dinero

El rey apareció en público por última vez en Munich en agosto de 1875. Requerido a visitar la capital en 1880 para el 700 aniversario del reinado de su familia sobre Baviera, exclamó: "!No! !No! !Ya no saldré más de mi caparazón! !Nunca más!" Para sus devotos súbditos, se convirtió en un misterio. Para sus ministros, se hizo una preocupación. Construidos sin buen gusto, los palacios también fueron construidos sin limitaciones financieras. Aunque el rey recibía una pensión anual de 4.5 millones de marcos, en la primavera de 1884 ya debía 7.5 millones al tesoro real; al año siguiente, la deuda ascendía a 14 millones de marcos. Cuando el ministro de Finanzas pidió al rey ejercer con moderación, Luis rechazó la sugerencia y pidió un préstamo de 20 millones. Neuschwanstein y Herrenchiemsee estaban aún sin terminar y ya tenía en mente construir uno o dos castillos más. Rechazado por su propio gobierno, Luis se dirigió a los otros monarcas europeos y pidió préstamos de los Rothschild y los Orleáns, que aunque ya no reinaban sobre Francia, aún eran muy pudientes. Ofreció en garantía las propiedades de su familia en Baviera. Llegó a sugerir que se contrataran ladrones para asaltar los bancos de Frankfurt, Berlín y París, e incluso amenazó con exhumar el cuerpo de su padre para abofetearlo, quizá por no haberle proporcionado una fortuna adecuada.



Un monarca enloquecido

Además de su manía de construir, Luis comenzó a mostrar otros síntomas de inestabilidad todavía más alarmantes. Momentos de animada tranquilidad eran seguidos de furias incontrolables. Si se sentía ofendido por algún cortesano, lo hacía azotar, torturar, encarcelar, exiliar a América e incluso decapitar, pero no parecía molesto si la sentencia no se Ilevaba a efecto. Si perdía los estribos y golpeaba a algún sirviente, el rey trataba de enmendarse haciéndole costosos regalos o dándole dinero. Engordó y se vestía con desaliño, aunque intentaba recuperar su apostura contratando a peinadores que le ondularan el cabello. Nadie podía acercarse a él a una distancia menor a 30 cm o mirar su comida. Se instalo un montaplatos en su habitación para que el rey no tuviera que ver a nadie. Finalmente, comenzó a gritar órdenes tras las puertas cerradas y se comunicó con sus ministros -a quienes se refería como chusma, vagos y canallas- solamente por escrito. Los documentos oficiales quedaban sin firmar o se extraviaban. A pesar de todo, en un memento de lucidez, el rey se autoevaluó confesando: "Por nada del mundo sería yo mi propio ministro de Gabinete." Los paseos nocturnos con los sirvientes a menudo terminaban en días de campo, aun si el suelo estaba nevado, y organizaba juegos infantiles hasta el amanecer. Si el clima interrumpía sus excursiones nocturnas, imponía su presencia y la de su comitiva a azorados campesinos. Al entrar o salir de Linderhof, Luis abrazaba grotesca y apasionadamente un pilar. En sus paseos, hacía una caravana a un árbol o saludaba cortésmente a una cerca. Había voces que sólo él oía y conversaba animadamente consigo mismo ante el asombro de sus sirvientes.



Conspiración para reemplazar a Luis

A principios de 1886 ya era claro que había que hacer algo con el monarca enloquecido. Sin embargo, había un serio problema con la sucesión. Durante la guerra francoprusiana, el príncipe Otto comenzó a mostrar síntomas de locura. "Se comporta como un loco -escribió Luis acerca de su hermano menor-; hace horribles muecas, ladra como un perro y a veces dice las cosas más indecentes. Luego se comporta con toda normalidad durante un rato." En 1875 Otto fue encerrado como loco incurable. Pero los ministros decidieron hacer de Otto un rey puramente nominal. El verdadero poder lo detentaría un regente, el príncipe Luitpold, de 65 años, tío del rey. Pero tendrían que deshacerse de Luis. Acudieron al eminente psiquiatra, doctor Gudden, y lo persuadieron de realizar lo que éste llamó "la dolorosa tarea" de dictaminar como loco al rey de Baviera. Luego de reunir evidencia de miembros antiguos y actuales de la servidumbre real, el doctor Gudden redactó un largo informe el 8 de junio de 1886: "Su Majestad está en una fase avanzada de desorden mental", concluyó el doctor Gudden. Su enfermedad "es incurable y con toda certeza sus facultades mentales se deteriorarán aún más" Como su condición duraría por el resto de su vida, "Su Majestad debe ser considerado como incapaz de ejercer el gobierno". Gudden nunca examinó personalmente al rey, conformándose con reunir testimonios de terceros. Se ignoraron los testimonios positivos: algunos sirvientes atestiguaron sus gentilezas. Para los campesinos era una figura querida aunque un tanto extraña. Un cortesano escribió con tristeza que había dos almas en el corazón de Luis, "la de un tirano y la de un niño". Cuando se mostró una copia del severo informe de Gudden al canciller Bismarck, éste lo descartó como "husmeo en los basureros del rey".



Un absurdo arresto

A la medianoche del 9 de junio, una comisión dirigida por el ministro del Exterior, barón Von Crailsheim, llegó al castillo Hohenschwangau para informar a Luis de su deposición. Al enterarse de que el rey estaba en el cercano palacio Neuschwanstein, los comisionados decidieron postergar su desagradable tarea para la mañana siguiente. Así que gozaron de una cena de siete platillos, digerida con ayuda de 45 litros de cerveza y 10 botellas de champaña. A las tres de la madrugada, el barón Crailsheim despertó a los comisionados: un cochero de nombre Osterholzer había escapado del castillo y se pensaba que iba hacia Neuschwanstein para prevenir a Luis de su inminente arresto. Los comisionados se dirigieron a la guarida del rey por un sinuoso camino, bajo la lluvia y a oscuras, para finalmente toparse con una guardia que les prohibió la entrada. Cuando apareció un grupo de campesinos leales a Luis y comenzó a amenazar a los comisionados, éstos decidieron replegarse a Hohenschwangau. No bien llegaron los comisionados a lo que consideraban la seguridad del palacio, fueron arrestados y forzados a recorrer a pie el camino a Neuschwanstein, donde fueron encerrados en habitaciones individuales. Se les dijo que el enfurecido rey había ordenado su ejecución. A mediodía, Luis pasó de la furia a la resignación y ordenó liberar a los comisionados, que se escabulleron a Munich. El rey pidió consejo a un cortesano leal, quien le propuso prudentemente aparecer en la capital y apelar al pueblo o cruzar la frontera y huir a Austria. En vez de esto, el rey pidió veneno y, cuando le fue negado, exigió la llave de la torre, aunque dijo que prefería morir ahogado, pues lo desfiguraría menos que una caída desde la torre. El atemorizado sirviente le dijo que había perdido la llave de la torre. Luis pidió entonces brandy y champana y procedió a emborracharse. Una segunda comisión, esta vez encabezada por el doctor Gudden, llegó a palacio en las primeras horas del 12 de junio. Con ayuda de un sirviente, se atrajo al rey a la escalera de la torre, donde fue aprehendido por ordenanzas del manicomio de Munich. "Su Majestad -dijo el doctor-, la misión que debo realizar esta vez es la más triste de mi vida." Por su condición mental, Luis sería Ilevado bajo custodia al castillo Berg y sustituido por el príncipe Luitpold. "¿Cómo puede dictaminarme loco sin examinarme antes?" preguntó el rey. El doctor Gudden replicó que el examen era completamente innecesario, con base en la enorme cantidad de evidencias que había recabado.



Fin del reino

A las cuatro de la mañana, el rey, mortalmente deprimido y pálido, se despidió de sus sirvientes leales en Neuschwanstein y entró a una carroza a la que se quitaron las manijas interiores. Ordenanzas del manicomio se sentaron de manera policiaca fuera del carro, adelante y atrás. Una carroza precedió y otra siguió al carruaje real durante las ocho horas que tomó el viaje al castillo Berg. El palacio a orillas del lago se convirtió en una prisión real: las ventanas de la habitación de Luis se cerraron con herrajes y se taladraron mirillas en las paredes. Luis lo tomó con serenidad y se retiró después de almorzar, pidiendo que se le despertara a medianoche. Su orden fue ignorada y el rey pareció irritado cuando despertó al amanecer. Aunque se le prohibió asistir a la misa dominical, el doctor Gudden aceptó acompañarlo a un paseo matinal: dos ordenanzas los siguieron. Tan complacido estaba Gudden con su paciente que prescindió de la vigilancia en la tarde. Fue un error fatal. Como no hubo testigos de la muerte de Luis y del doctor Gudden, nunca se sabrá la verdadera historia. Por lo menos uno de los biógrafos del rey concluyó que Luis mató al psiquiatra y luego se suicidó. Lejos de estar loco, el rey supo que el futuro no le deparaba más que desgracia y confinamiento. Uno de sus contemporáneos habría concordado con esto. Al oír de la muerte de su primo, la emperatriz Isabel de Austria comentó con tristeza: "El rey no estaba precisamente loco. No era más que un excéntrico que vivía en un mundo de sueños. Si lo hubiesen tratado con más suavidad, seguramente le habrían evitado un fin tan terrible."

 
Excelente, buen articulo. Un rey que si exhumo el cadaver de su padre fué Carlos II aconsejado por sus videntes o brujos para que se fuese la maldicion que sobre el recaia. Ahi se quedo el Hechizado contemplando la momia de su difunto padre, Felipe IV, durante un rato para volver luego a su eterno descanso.
 
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