Trujamán
Clásico
- Registro
- 14 Ene 2024
- Mensajes
- 2.111
- Reacciones
- 2.285
Hay misterios en la sexualidad en los que no nos paramos a pensar. Uno de ellos es el de la masturbación. Tal vez no reflexionamos mucho sobre ello porque nos parece algo de críos, un fenómeno de iniciación en el sexo que sólo en esa edad tiene relevancia y peso específico en nuestros pensamientos, y luego ya no le damos vueltas. Además, se piensa que la masturbación es cosa de fracasados que no tienen pareja o que no hallan parejas sexuales.
Pero vale la pena pararse a considerar ese acto íntimo, porque no se abandona nunca del todo a lo largo de la vida. Conecto esta reflexión con la anterior en este mismo Facebook, y con las fotos que he desenterrado de la rockera Mercedes Ferrer. Ante sus imágenes de juventud y, ahora, de madurez, si me dejo llevar por mi deseo, una parte física de mí reacciona y cobra vida propia. Mi mano busca tocar, aferrar la vida que me llama con voz de deseo, pero en mi soledad sólo puedo agarrarme a mí mismo, y acariciar, y realizar los movimientos acostumbrados, ésos que nadie nos enseñó pero supimos realizar desde el principio o casi el principio.
Masturbarme es ahora hacer el amor con tres fantasmas. Por un lado, gozo de una carne femenina que no existe, porque sólo es mi cuerpo y su carne los que se buscan y se encuentran, jugando hasta el final. Y ése es el primer fantasma. Es un ser abstracto, del que sólo sé que es femenino, porque esa condición es la única que puede estimularme. Ni siquiera es una carne sino una entelequia, la básica intuición de “lo otro”. El segundo fantasma es la Mercedes Ferrer que sí existe, pero que no tengo ante mí, a la que no conozco y quizás no conoceré nunca. Esa mujer está en el mundo, es real, pero está tan lejos de mi pene inflamado como la estrella Sirio. Y el tercer fantasma es la Mercedes Ferrer tal y como era en su juventud, que existió, pero que ya no está presente en este mundo, salvo en vídeos o imágenes fotográficas, carne de papel couché o epidermis de píxel.
Muevo mi mano y estoy follando con esas tres mujeres imaginarias. “Tre donne intorno al cor mi son venute”, dice el poema de Dante. También en este caso hay tres damas en mi mente. Allí las veo moverse, y a veces son sólo una: la veo mover sus brazos, su boca. Esa boca parece chupar algo en el vacío, o cantar sin sonido, y otras veces dice: “No te sueltes la mano, que el viaje es infinito”. Desde luego que no suelto mi mano, cierro los ojos y soy dueño de la experiencia. El semen brota, siento su calor en mi mano y su aroma sube hasta mí. Por tanto, ha ocurrido algo real, inspirado y causado por algo irreal, por una fantasmagoría, “y yo cuido que el viento no despeine tu flequillo”. Abro los ojos y sólo estoy yo.
Pero soy un ser humano, somos seres humanos, no animales, y nuestra sexualidad es también imaginación, fantasía, y ése es un don por el que estar agradecidos y del que estar orgullosos. “Vivimos siempre juntos y moriremos juntos”.
Pero vale la pena pararse a considerar ese acto íntimo, porque no se abandona nunca del todo a lo largo de la vida. Conecto esta reflexión con la anterior en este mismo Facebook, y con las fotos que he desenterrado de la rockera Mercedes Ferrer. Ante sus imágenes de juventud y, ahora, de madurez, si me dejo llevar por mi deseo, una parte física de mí reacciona y cobra vida propia. Mi mano busca tocar, aferrar la vida que me llama con voz de deseo, pero en mi soledad sólo puedo agarrarme a mí mismo, y acariciar, y realizar los movimientos acostumbrados, ésos que nadie nos enseñó pero supimos realizar desde el principio o casi el principio.
Masturbarme es ahora hacer el amor con tres fantasmas. Por un lado, gozo de una carne femenina que no existe, porque sólo es mi cuerpo y su carne los que se buscan y se encuentran, jugando hasta el final. Y ése es el primer fantasma. Es un ser abstracto, del que sólo sé que es femenino, porque esa condición es la única que puede estimularme. Ni siquiera es una carne sino una entelequia, la básica intuición de “lo otro”. El segundo fantasma es la Mercedes Ferrer que sí existe, pero que no tengo ante mí, a la que no conozco y quizás no conoceré nunca. Esa mujer está en el mundo, es real, pero está tan lejos de mi pene inflamado como la estrella Sirio. Y el tercer fantasma es la Mercedes Ferrer tal y como era en su juventud, que existió, pero que ya no está presente en este mundo, salvo en vídeos o imágenes fotográficas, carne de papel couché o epidermis de píxel.
Muevo mi mano y estoy follando con esas tres mujeres imaginarias. “Tre donne intorno al cor mi son venute”, dice el poema de Dante. También en este caso hay tres damas en mi mente. Allí las veo moverse, y a veces son sólo una: la veo mover sus brazos, su boca. Esa boca parece chupar algo en el vacío, o cantar sin sonido, y otras veces dice: “No te sueltes la mano, que el viaje es infinito”. Desde luego que no suelto mi mano, cierro los ojos y soy dueño de la experiencia. El semen brota, siento su calor en mi mano y su aroma sube hasta mí. Por tanto, ha ocurrido algo real, inspirado y causado por algo irreal, por una fantasmagoría, “y yo cuido que el viento no despeine tu flequillo”. Abro los ojos y sólo estoy yo.
Pero soy un ser humano, somos seres humanos, no animales, y nuestra sexualidad es también imaginación, fantasía, y ése es un don por el que estar agradecidos y del que estar orgullosos. “Vivimos siempre juntos y moriremos juntos”.
Archivos adjuntos
Última edición: