HILAS
En cuanto al amor que unía a Hércules e Hilas, el poeta Teócrito, cuyas obras fueron escritas 300 años antes de nuestra era, dijo que: "No somos los primeros mortales que vemos belleza allí donde hay belleza.. No, incluso el hijo de Anfitrión, con su corazón de bronce, aquél que derrotó al salvaje león de Nemea, amaba a un muchacho encantador, Hilas, de largo y rizado cabello. Y, igual que un padre a un hijo amado, le enseñó todas las cosas que le hicieron poderoso y reputado".
Y fueron inseparables, tanto de noche como de día. Así, moldeó al joven según sus deseos y, al estar junto a él, consiguió que alcanzase la auténtica talla de un hombre. Cuando Jasón se hizo al mar tras el Vellocino de Oro, y todos los nobles fueron con él, de todas las ciudades, a la rica ciudad de Yolcos, también vino él, el hombre de los muchos trabajos, hijo de la noble Alcmena.Y el valiente Hilas, en la flor de la edad, fue con él a bordo del Argos, ese barco de gran frustre, para portar sus flechas y custodiar su arco."
Tras muchas aventuras, y no poca lucha, arribó un día el barco a la costa de Misia y los nobles héroes celebraron una competición para saber quién era el más fuerte. Uno tras otro, los héroes se fueron cansando, hasta que sólo quedaron Jasón y Hércules. Y tan poderosamente impulsaba Hércules su remo que los fuertes remaches del barco temblaban con cada impulso, hasta que finalmente el palo del remo, de madera y tan grueso como su propio antebrazo, se partió en dos. La mitad del remo cayó al mar y la otra mitad, con Hércules, al suelo del barco. Y se sentó en silencio, mirando alrededor suyo, porque sus manos no solían estar inactivas.
pesar de su agotamiento, los demás héroes se volvieron a poner a remar y, al caer del día, casi a la hora de la cena, llegaron al puerto misio de Kios, a la embocadura del río del mismo nombre. Como tenían buenas relaciones con ellos, los misios los acogieron cálidamente y satisficieron sus necesidades de provisiones y ovejas y gran cantidad de vino. Tras ello, algunos héroes reunieron madera seca, otros tomaron en las praderas grandes frazadas de hojas de árboles para hacer camastros mientras que otros se pusieron a frotar unos palos para empezar un fuego, mientras que otros mezclaban vino y agua en los peroles para preparar el festín, tras sacrificar uno de los corderos al anochecer en honor a Apolo Delio, dios protector de los barcos zarandeados por las olas. Pero el hijo de Zeus, deseando que sus compañeros pudiesen disfrutar la fiesta, se adentró en un bosque para poder arrancar un abeto y hacerse un nuevo remo.
Mientras, Hilas tomó un cántaro de bronce y se alejó solo, buscando un manantial sagrado, con la intención de coger agua para la cena de Hércules y tenerlo todo dispuesto para él para la cena. Pues Hércules le había inculcado tales hábitos desde que lo tomó con él, siendo aún un niño, de manos de su padre Teidamas, rey de los Driopes, a quien había matado en una pelea por un buey.
Hilas se dirigió rápidamente al manantial, que la gente del lugar llamaba Pegas. Las danzas de las ninfas [espíritu de la naturaleza] acababan de empezar, porque era su costumbre de las que moraban el lugar honorar a Artemisa con cánticos y danzas por la noche. La jerarquía de aquéllas que moraban en las cimas de las montañas y las cañadas era muy inferior de la de las que guardaban los bosques, pero Driope, una ninfa acuática, estaba incorporándose en el manantial, y vio al muchacho en su orilla, refulgiendo con ese matiz rosado de su belleza y dulce gracia, pues sobre él brillaba la luna llena, radiante en el cielo. Afrodita, la diosa del amor, hizo que su corazón flaquease y en su confusión, prácticamente enloqueció de amor.
En cuanto el incauto muchacho introdujo el cántaro en la corriente y el agua empezó a sonar al golpear contra el bronce, ella dejó caer su brazo izquierdo sobre el cuello de él, mientras reprimía las ganas de besar sus tiernos labios y, con su mano derecha, asió su hombro y le hizo caer en la niebla del remolino. Su grito ahogado sólo pudo ser oído por el héroe Polifemo, hijo de Elato. Inmediatamente, sacó su espada y se dirigió a Pega, temiendo que el joven hubiese sucumbido a bestias salvajes o a hombres que le hubiesen tendido una emboscada y se lo llevasen.
Pero el único resultado de su búsqueda fue el cántaro. Corriendo de un lado al otro, blandiendo su espada desnuda, dio con el propio Hércules, que avanzaba en la oscuridad. Le contó rápidamente lo ocurrido, con el corazón desbocado: "Mi pobre amigo, lamento ser portador de tan amargas noticias. Hilas ha ido al manantial y no ha podido volver, le oí cómo gritaba pidiendo ayuda, quizás víctima de ladrones que le han atacado y llevado consigo, quizás víctima de bestias que lo han desgarrado en pedazos".
Al oír Hércules esas palabras, brotó el sudor de sus sienes y le hirvió la sangre en su corazón airado. Iracundo, abatió el abeto y salió corriendo sin rumbo por el sendero; gritó tres veces "¡Hilas!" tan alto como pudo, con una voz tan profunda que no era suya, y el joven respondió tres veces, pero su voz apenas se oyó, atenuada por el agua.
Como el toro picado por el tábano, que ni atiende a su rebaño ni presta atención a sus pastores y ora corre, ora se para, así vagó sin rumbo fijo, Hércules furioso por el denso bosque, gritando a los lejos con aullidos fuertes y ensordecedores, cual bestia dolorida. Él y Polifemo buscaron toda la noche, e hicieron que se les uniesen todos los misios, pero sin resultado, pues Hilas había sido seducido por las ninfas y se quedó a vivir con ellas en una cueva bajo el agua.
Reunió pues Hércules a todos los Misios y les amenazó con asolar su tierra si no descubrían cuál había sido la suerte de Hilas, estuviese vivo o muerto. Para apaciguarle, designaron a los hijos más nobles y se los dieron en prenda, jurando que jamás abandonarían la tarea de buscarle, en prueba de lo cual, mucho tiempo después, los Misios realizaban sacrificios en Prusa, cerca de Pegas.
El sacerdote pronunciaba su nombre y los otros vagaban por las montañas llamando a voces al hijo de Teiodamas. También buscaron en la ciudad de Tracis, donde Hércules envió a los chicos que le fueron mandados desde Kios como rehenes.