WEO
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A más de uno habrá de sonarle la figura de Carlo Broschi, conocido como Farinelli, posiblemente el cantante más famoso de todos los tiempos. Basta leer testimonios de la época que no voy a citar aquí para concluir que efectivamente fue así.
Farinelli nació en Andria, una localidad cercana a Nápoles. Este célebre castrato era “inteligente, esbelto y dotado de una voz de soprano que abarcaba tres octavas y media más que otros cantantes”. Muchas cortes europeas se disputaron sus servicios (Londres, París, Viena,...) pero acabó en Madrid, movido por Isabel de Farnesio, que no no sin grandes esfuerzos (incluso de índole diplomática) a fin de que de alguna manera pudiera animar la enfermedad de melancolía en la que se veía sumido Felipe V. Se le dotó de unos elevadísimos honorarios, una casa en el Paseo del Prado, un coche de caballos y el título de "Criado familiar de Su Majestad". Curó al monarca y ya de paso adquirió gran influencia en la corte convirtiéndose en consejero, incluso para cuestiones de estado.
Quienes tuvieron la fortuna de escucharlo, no lo olvidarían nunca...
Cuando Carlos III sucedió, en 1759, a su hermano Fernando VI, Farinelli fue licenciado, pero el nuevo rey le permitió conservar casi todos los privilegios de que había gozado. No está muy claro que la frase de Carlos III “en mi reino, los únicos capones que tienen cabida son los que se sirven en mi mesa” supusiera su salida definitiva de España. El caso es que Farinelli optó por retornar a Italia e instalarse en un lujoso palacete de Bolonia, ciudad en la que el castrato moriría en 1782.
Aquí unas imágenes del amigo:
Allá por el S. XVI la Iglesia prohibió el uso de las voces femeninas en sus oficios, por lo que no hubo remedio que el de acudir a hombres castrados para que realizaran las voces agudas. Una vez retirados los testículos poco antes de llegar a la pubertad, estos hombres eran capaces de conservar sus tesituras de soprano o mezzo-soprano. Pero, oh maravilla! El castrado no sólo conservaba su bella voz prepúber, sino que conforme se adentraba en su madurez y crecía su cuerpo (capacidad pulmonar y muscular de hombre, no lo olvidemos) su voz habría de adquirir un poder y flexibilidad muy diferente a la de las mejores mujeres sopranos o mezzo, y no nos adentremos en comparaciones con las mejores voces de varón porque caemos en el ridículo. Ello se traduce en un dominio insultante de los graves (en los que la mujer soprano sufre y a veces no llega) y una mayor potencia en los agudos (que ha mantenido merced a la castración y, no lo olvidemos, con potencia de hombre).
Los castrati fueron auténticas estrellas en los S. XVII y XVIII, verdaderos divos, caprichosos, millonarios, admirados por todos. Las óperas se componían pensando en la tesitura de los mismos. Que se lo pregunten a Handel cuando tenía que variar una y otra vez las arias de sus óperas porque al capón de turno (mayormente el Senesino, otro de los grandes) no le parecían suficientes en aras de su lucimiento. Actualmente, si uno adquiere una ópera de la época o acude a un teatro, presuponiendo se utilicen criterios historicistas, verá que los papeles de castrados son realizados por mujeres soprano o mezzos muy potentes y a veces por contratenores o falsetistas, que si son de calidad pueden dar el pego. Pero no es eso si lo que buscamos es la fidelidad histórica.
Para ser castrati, como en todo, había que poseer unas cualidades de nacimiento. Por eso se escogía a los niños que mejores voces poseían, que destacaban en el coro de la iglesia o catedral de pueblo, normalmente gente muy humilde, y no era difícil convencer a los progenitores para que se consintiera la castración. Si la cosa marchaba bien, el niño habría de convertirse en una estrella millonaria ( no existía el real Madrid todavía). El problema es que, y debido a las carencias propias de la época o a las malas manos del capador o en haberse calculado mal el tiempo de la emasculación, en no pocas ocasiones el resultado era el idóneo, lo que llevaba consigo convertirse automáticamente en un apestado que incluso tenía negado el ser enterrado en suelo sagrado y eso de tener la fortuna de haber salido con vida de la operación.
Copio a continuación los tres maneras de proceder al capamiento en la época:
Y a continuación unos sabios consejos dados a un niño que apuntaba maneras y que comparto de pe a pa:
El último capón de que se tiene referencia es Alexandro Moreschi, que cantó en el coro vaticano a finales de S. XIX y principios de S. XX y del que se conserva alguna que otra grabación. Tengo una de 1906 pero que no puedo colgar porque el Pc nuevo no me lo permite. No os perdéis nada; el sonido, propio de la época es una mierda, el repertorio es aburridísimo (motetes vaticanos de finales del XIX, no las grandes arias para capón del barroco llenas de fuegos artificiales imposibles) y, qué coño, no estamos ante un gran castrado: se ve cierta potencia en los agudos, pero un timbre desagradable. Es cierto que por aquel entonces la era de los castrati había pasado y con ella su excelente técnica: prohibición de tales prácticas por la Iglesia y cambio de roles operísticos (es difícil colocar una voz de castrado en una ópera romántica y no digamos expresionista).
Este es Moreschi:
A lo que iba. Existe un boom en cuanto a lo barroco: de unos 25 años a esta parte se están estudiando las fuentes de la época y sus tratados interpretativos. Se interpreta y construye los instrumentos tal y como estaban entonces. La mejora en la sonoridad de la música es infinita. Os habréis dado cuenta que de un tiempo a esta parte las grandes orquestas ya no interpretan música barroca (no digamos más antigua). Escuchar unas variaciones Goldberg al piano o unos Brandemburgos por la Sinfónica de Chicago se ha convertido en algo risible por anacrónico y ridículo. Han surgido, pues, orquestas de especialistas. El cambio ha sido enorme y, para muchos, traumático. Si dentro de esa época nos vamos al sector "ópera" veremos que se ha conseguido restaurar todo excepto el tema de las voces. Se graban óperas que desde entonces nunca más se han escuchado, auténticas maravillas. Tenemos excelentes cantantes especializados en música barroca, pero no disponemos de castrados. Si un aria determinada suena de maravilla interpretada por uno de estos cantantes, sólo nos resta imaginar qué sería en manos de un castrado.
Por qué hoy día no disponemos de excelentes castrati como en el S. XVIII? Todos nos sacrificamos en mayor o menor medida en esta vida para conseguir algún objetivo; así ¿por qué no aparece nadie por ahí con buenas condiciones canoras que acceda al capamiento para mayor gloria del arte? Por supuesto se trataría de una decisión lo suficientemente meditada, por lo que no cabría hablar de cruel mutilación y con el paso del tiempo se vería con la normalidad con la que hoy vemos al boxeador que se extirpa los huesos de la nariz o la modelo que elimina alguna de sus costillas para ser más estilizada o los mismos transexuales.
Sería una tercera generación historicista que obligaría a la regrabación de todas las óperas que nos gustan (la visa ya está temblando) y con el castrato de rigor en plan divo repartiendo felicidad. Si antes ya estaban bien remunerados, hoy en día no podemos imaginar la de pasta que podrían levantarse.
Necesitamos voluntarios con cojones (nunca mejor dicho).
Es cierto que el problema está en que hablamos de menores, y tal y como está el patio pues como que la propuesta hace aguas por todos lados. Teniendo en cuenta que los padres aquí no deberían pintar nada (no hablamos de explotación sexual ni nada por el estilo), únicamente el interesado sería el legitimado para ceder sus bolas en aras del buen cante, y aquí aparece el tema peliagudo: a qué edad podemos concluir que un sujeto está en condiciones, o si lo prefieren, está en suficiente sazón, para disponer de su cuerpo?
Pero miren lo que les digo: no sé si habrán visto esos festivales de la canción (algunos a nivel europeo, no se crean) que echan por la 1ª de vez en cuando en los que intervienen niños, algunos de muy corta edad (5 o 6 años) vestidos de putas y entonando canciones pop del todo obscenas y los padres encantados y aplaudiendo (algunos incluso lloran de la emoción) Si con esa edad se les considera capacitados para representar tales guarreridas, no sé yo por qué un adolescente con incipientes pelos en los cojones (joder, aunque uno no quiera siempre aparece la dichosa palabra) no puede decidir su castración en aras de una correcta interpretación de las arias que nos legó el sajón o cualquier otro. Y, créanme, si a esa edad le gustan más las arias barrocas que cualquier teta revenida que vea por ahí, es que ahí hay vocación y eso es algo que hay que respetar.
Mi vecino peludo de la camiseta de tirantes lanza en estos momentos un tremendo eructo.
Perdonen el ladrillo.
Farinelli nació en Andria, una localidad cercana a Nápoles. Este célebre castrato era “inteligente, esbelto y dotado de una voz de soprano que abarcaba tres octavas y media más que otros cantantes”. Muchas cortes europeas se disputaron sus servicios (Londres, París, Viena,...) pero acabó en Madrid, movido por Isabel de Farnesio, que no no sin grandes esfuerzos (incluso de índole diplomática) a fin de que de alguna manera pudiera animar la enfermedad de melancolía en la que se veía sumido Felipe V. Se le dotó de unos elevadísimos honorarios, una casa en el Paseo del Prado, un coche de caballos y el título de "Criado familiar de Su Majestad". Curó al monarca y ya de paso adquirió gran influencia en la corte convirtiéndose en consejero, incluso para cuestiones de estado.
Quienes tuvieron la fortuna de escucharlo, no lo olvidarían nunca...
Cuando Carlos III sucedió, en 1759, a su hermano Fernando VI, Farinelli fue licenciado, pero el nuevo rey le permitió conservar casi todos los privilegios de que había gozado. No está muy claro que la frase de Carlos III “en mi reino, los únicos capones que tienen cabida son los que se sirven en mi mesa” supusiera su salida definitiva de España. El caso es que Farinelli optó por retornar a Italia e instalarse en un lujoso palacete de Bolonia, ciudad en la que el castrato moriría en 1782.
Aquí unas imágenes del amigo:


Allá por el S. XVI la Iglesia prohibió el uso de las voces femeninas en sus oficios, por lo que no hubo remedio que el de acudir a hombres castrados para que realizaran las voces agudas. Una vez retirados los testículos poco antes de llegar a la pubertad, estos hombres eran capaces de conservar sus tesituras de soprano o mezzo-soprano. Pero, oh maravilla! El castrado no sólo conservaba su bella voz prepúber, sino que conforme se adentraba en su madurez y crecía su cuerpo (capacidad pulmonar y muscular de hombre, no lo olvidemos) su voz habría de adquirir un poder y flexibilidad muy diferente a la de las mejores mujeres sopranos o mezzo, y no nos adentremos en comparaciones con las mejores voces de varón porque caemos en el ridículo. Ello se traduce en un dominio insultante de los graves (en los que la mujer soprano sufre y a veces no llega) y una mayor potencia en los agudos (que ha mantenido merced a la castración y, no lo olvidemos, con potencia de hombre).
Los castrati fueron auténticas estrellas en los S. XVII y XVIII, verdaderos divos, caprichosos, millonarios, admirados por todos. Las óperas se componían pensando en la tesitura de los mismos. Que se lo pregunten a Handel cuando tenía que variar una y otra vez las arias de sus óperas porque al capón de turno (mayormente el Senesino, otro de los grandes) no le parecían suficientes en aras de su lucimiento. Actualmente, si uno adquiere una ópera de la época o acude a un teatro, presuponiendo se utilicen criterios historicistas, verá que los papeles de castrados son realizados por mujeres soprano o mezzos muy potentes y a veces por contratenores o falsetistas, que si son de calidad pueden dar el pego. Pero no es eso si lo que buscamos es la fidelidad histórica.
Para ser castrati, como en todo, había que poseer unas cualidades de nacimiento. Por eso se escogía a los niños que mejores voces poseían, que destacaban en el coro de la iglesia o catedral de pueblo, normalmente gente muy humilde, y no era difícil convencer a los progenitores para que se consintiera la castración. Si la cosa marchaba bien, el niño habría de convertirse en una estrella millonaria ( no existía el real Madrid todavía). El problema es que, y debido a las carencias propias de la época o a las malas manos del capador o en haberse calculado mal el tiempo de la emasculación, en no pocas ocasiones el resultado era el idóneo, lo que llevaba consigo convertirse automáticamente en un apestado que incluso tenía negado el ser enterrado en suelo sagrado y eso de tener la fortuna de haber salido con vida de la operación.
Copio a continuación los tres maneras de proceder al capamiento en la época:
"En la primera el niño era bañado en agua caliente mezclada con una solución de hierbas y los testículos le eran presionados (machacados) con los dedos hasta llegar a romperlos, evitando así su normal crecimiento; no era necesaria ninguna incisión. Un segundo procedimiento se desarrollaba haciendo que los testículos se enfriaran con el fin de que desaparecieran, esto se lograba cortando la vena que los alimenta y nutre, por lo que estos crecían delgados y flojos al grado de secarse y desaparecer. Otro método fue sacar los testículos completamente y de una vez. Esta operación era comúnmente efectuada poniendo al paciente en una tina de baño con agua caliente, poco tiempo después le presionaban la vena yugular hasta provocarle una especie de apoplejía y así la acción podía desarrollarse sin causarle dolor alguno al paciente."
Y a continuación unos sabios consejos dados a un niño que apuntaba maneras y que comparto de pe a pa:
"Mi querido niño:
No me asombra que hasta ahora hayáis sentido una invencible aversión por lo que más os importa en el mundo. Personas rudas y groseras os han hablado brutalmente de haceros castrar, expresión tan torpe y odiosa que habría asqueado a un espíritu menos delicado que el vuestro. En cuanto a mí, trataré de lograr vuestro bien con modales menos desagradables, y os diré con términos más insinuantes que debéis haceros pulir mediante una ligera operación, que os asegurará por mucho tiempo la delicadeza de vuestro cutis y la belleza de vuestra voz para toda la vida. Hoy podéis hablar al rey con familiaridad, sois mimado por las duquesas, alabado por todas las personas de calidad. Cuando el encanto de vuestra voz haya pasado, no seréis más que camarada de Pompeyo y mereceréis tal vez el desprecio de Stourton (respectivamente el negro y el paje de la duquesa Mazarino). Habéis dicho que teméis ser menos amado por las damas. Perded esa aprensión pues ya no estamos en tiempos de los imbéciles. Hoy es muy apreciado el beneficio que se logra con la operación y, por una amante que podría tener Dery en su estado natural, tendrá cien Dery, una vez pulido. Podéis estar seguro de que tendréis amantes, lo que es una gran suerte; no tendréis mujer, lo que significa estar exento de una gran desgracia. ¡Feliz de no tener mujer! ¡Mucho más feliz de no tener hijos! Una hija de Dery se dejaría embarazar, un hijo se haría colgar de la horca y, lo mas seguro, su mujer lo haría cornudo. Poneos a cubierto de todos estos males con una pronta operación. Estaréis atado únicamente a vos mismo, glorioso de un pequeño sacrificio que hará vuestra fortuna y os dará la amistad de todo el mundo. Si vivo lo suficiente para ver que vuestra voz haya mudado y crecido vuestra barba, tendréis que soportar mis reproches. Prevenidlos y creedme el más sincero de vuestros amigos".
Charles de Saint-Evremond, 1685
El último capón de que se tiene referencia es Alexandro Moreschi, que cantó en el coro vaticano a finales de S. XIX y principios de S. XX y del que se conserva alguna que otra grabación. Tengo una de 1906 pero que no puedo colgar porque el Pc nuevo no me lo permite. No os perdéis nada; el sonido, propio de la época es una mierda, el repertorio es aburridísimo (motetes vaticanos de finales del XIX, no las grandes arias para capón del barroco llenas de fuegos artificiales imposibles) y, qué coño, no estamos ante un gran castrado: se ve cierta potencia en los agudos, pero un timbre desagradable. Es cierto que por aquel entonces la era de los castrati había pasado y con ella su excelente técnica: prohibición de tales prácticas por la Iglesia y cambio de roles operísticos (es difícil colocar una voz de castrado en una ópera romántica y no digamos expresionista).
Este es Moreschi:

A lo que iba. Existe un boom en cuanto a lo barroco: de unos 25 años a esta parte se están estudiando las fuentes de la época y sus tratados interpretativos. Se interpreta y construye los instrumentos tal y como estaban entonces. La mejora en la sonoridad de la música es infinita. Os habréis dado cuenta que de un tiempo a esta parte las grandes orquestas ya no interpretan música barroca (no digamos más antigua). Escuchar unas variaciones Goldberg al piano o unos Brandemburgos por la Sinfónica de Chicago se ha convertido en algo risible por anacrónico y ridículo. Han surgido, pues, orquestas de especialistas. El cambio ha sido enorme y, para muchos, traumático. Si dentro de esa época nos vamos al sector "ópera" veremos que se ha conseguido restaurar todo excepto el tema de las voces. Se graban óperas que desde entonces nunca más se han escuchado, auténticas maravillas. Tenemos excelentes cantantes especializados en música barroca, pero no disponemos de castrados. Si un aria determinada suena de maravilla interpretada por uno de estos cantantes, sólo nos resta imaginar qué sería en manos de un castrado.
Por qué hoy día no disponemos de excelentes castrati como en el S. XVIII? Todos nos sacrificamos en mayor o menor medida en esta vida para conseguir algún objetivo; así ¿por qué no aparece nadie por ahí con buenas condiciones canoras que acceda al capamiento para mayor gloria del arte? Por supuesto se trataría de una decisión lo suficientemente meditada, por lo que no cabría hablar de cruel mutilación y con el paso del tiempo se vería con la normalidad con la que hoy vemos al boxeador que se extirpa los huesos de la nariz o la modelo que elimina alguna de sus costillas para ser más estilizada o los mismos transexuales.
Sería una tercera generación historicista que obligaría a la regrabación de todas las óperas que nos gustan (la visa ya está temblando) y con el castrato de rigor en plan divo repartiendo felicidad. Si antes ya estaban bien remunerados, hoy en día no podemos imaginar la de pasta que podrían levantarse.
Necesitamos voluntarios con cojones (nunca mejor dicho).
Es cierto que el problema está en que hablamos de menores, y tal y como está el patio pues como que la propuesta hace aguas por todos lados. Teniendo en cuenta que los padres aquí no deberían pintar nada (no hablamos de explotación sexual ni nada por el estilo), únicamente el interesado sería el legitimado para ceder sus bolas en aras del buen cante, y aquí aparece el tema peliagudo: a qué edad podemos concluir que un sujeto está en condiciones, o si lo prefieren, está en suficiente sazón, para disponer de su cuerpo?
Pero miren lo que les digo: no sé si habrán visto esos festivales de la canción (algunos a nivel europeo, no se crean) que echan por la 1ª de vez en cuando en los que intervienen niños, algunos de muy corta edad (5 o 6 años) vestidos de putas y entonando canciones pop del todo obscenas y los padres encantados y aplaudiendo (algunos incluso lloran de la emoción) Si con esa edad se les considera capacitados para representar tales guarreridas, no sé yo por qué un adolescente con incipientes pelos en los cojones (joder, aunque uno no quiera siempre aparece la dichosa palabra) no puede decidir su castración en aras de una correcta interpretación de las arias que nos legó el sajón o cualquier otro. Y, créanme, si a esa edad le gustan más las arias barrocas que cualquier teta revenida que vea por ahí, es que ahí hay vocación y eso es algo que hay que respetar.
Mi vecino peludo de la camiseta de tirantes lanza en estos momentos un tremendo eructo.
Perdonen el ladrillo.