semensatan
Freak
- Registro
- 31 Jul 2006
- Mensajes
- 9.187
- Reacciones
- 410
Hola a todos,
creo haber comentado alguna vez que tengo un intestino caprichoso, y que el ritmo de mis deposiciones varía desde el típico mojón después del café del desayuno hasta intervalos de más de 72 horas. No importa la dieta, ingesta de alcohol, ejercicio, o cualquier cambio en mi actividad diaria.
Es por ello que de vez en cuando me he visto involucrado en situaciones kafkianas en busca de un lugar donde descargar las tripas, cuando de repente y sin previo aviso la mierda acumulada durante tres o cuatro días decide que es hora de completar el ciclo y volver a ser tierra. Son siempre situaciones tensas y angustiosas, generalmente aderazadas con circunstancias que limitan mi libertad de movimientos y hacen que cagarme encima se convierta en una posibilidad peligrosamente significativa.
Alguna vez me ha tocado rilar entre dos contenedores, o en callejones céntricos a plena luz del día. Episodios todos que recuerdo con cariño comparados con el que me ha decidido a abrir este hilo de mierda y que es, en esencia, el caso opuesto: la obstrucción anal.
Todo ocurrió a traición. Tras dos o tres días sin soltar un tronco, un buen día por la tarde llegó la hora de vaciar, así que me dirigí al cuarto de baño con mi libro reglamentario. Todo normal.
Una vez allí la cosa se empezó a poner chunga, ya que enseguida me di cuenta de que aquello no iba a salir por acción y efecto de la fuerza gravitatoria, y que yo tendría que empujar y poner de mi parte. A veces es así, pensé.
Entonces empezaron los retorcijones, phyesta intestinal siempre preludio de grandes bombardeos. Parecía que aquello iba a ser una de las buenas, pero por más que yo hiciera fuerza, aquello no salía.
Recurrí a controlar el colon y provocar movimientos peristálticos combinados con cambios de presión del esfinter. Ese tratamineto de estrangulación interna nunca falla, y siempre secciona el bolo intestinal en cómodos segmentos fáciles de expulsar. Nada. Aquello tampoco funcionó.
Aparecieron los primeros sudores, y los retorcijones se volvieron más virulentos. Además, debido a mi esfuerzo, la punta de lanza de aquel ciclópeo conglomerado de hez solida estaba asomando por mi virginal ano, provocando una presión en mi esfínter fuera de lo normal. El dolor ya era considerable, y peor que eso eran la sensación de impotencia ante él y la falta de soluciones para el problema. Calma, me dije a mí mismo. Esto tiene que salir. Siempre acaba saliendo. Estás lleno de mierda y tienes un culo por donde soltarla. No hay nada que temer. Empuja, sufre y expúlsala de una vez.
Así que resistiéndome a perder la esperanza en un final feliz me entregué a una titánica lucha por liberar mi cuerpo de la presión extrema a la estaba siendo sometido. Cambié de posición, incluso me levanté y di saltitos por el cuarto de baño, presioné... pero nada. Aquello no se movía. Además los retorcijones en mis intestinos estaban pasando a convertirse en dolorosos espasmos que en vez de aliviarme me daban la sensación de que de alguna manera algo se estaba hinchando en mis tripas, como si la acumulación de mierda y gas estuviese invirtiendo el flujo natural de mi bolo intestinal, produciendo un dolor átono y sordo en todo mi abdomen. Además, la situación en mi esfínter también había empeorado, y el dolor agudo y punzante que sentía parecía augurar un inminente desgarro. Maldije una y mil veces mi suerte y mi cabeza se apresuró en buscar soluciones al problema, pero todas los posibles remedios parecían descabellados o ridículos, y la posibilidad de ir a urgencias no era algo tan siquiera real, ya que en aquellas condiciones difícilmente podría salir de casa: estaba atrapado en el baño con las tripas a punto de estallar, si no me estallaba el culo primero.
Más espasmos, más dolor. Me palpé y descubrí que mi perineo se presentaba duro como una piedra ante mi exploración, sin duda lleno de mierda a presión, y que lo que asomaba por mi esfínter no era sino un escaso centímetro una masa sólida y seca, que ni siquiera dejó la menor traza en mis dedos. Tenía que romper esa mierda o ella me rompería a mí.
Entonces fue agradecí a los hados del destino que aquel desgraciado envite aconteciera en mi casa y no en cualquier otro lugar donde mis posibliliddes de triturar el ladrillo serían nulas.
Como pude, andando encorvado (por suerte estaba solo en casa) con los pantalones por los tobillos (¿por qué cojones no me los subí?) llegué a mi habitación y me hice con un LÁPIZ. Ello me salvaría. Volví al aseo, cerré con pestillo y procedía a introducirme el lápiz por el culo con el fin de fragmentar el tapón. Lo hice con un sistema de incisión estrellada: a las doce, a las tres, las seis... y así hasta girar 360º. Lo hice varias veces. Tenía que destrozar aquello. Debo decir que introduje la totalidad de un Staedler 4B, y que NO NOTÉ ni el más mínimo atisbo de su presencia en mi culo.
Entonces apreté con renovadas esperanzas. Aquello tenía que salir ya. Pero no, al parecer la presión extrema volvía a comprimir la mierda dándole su pétrea consistencia original. Por más que yo insistiera con el lápiz, aquello no se movía.
¿Y una cucharilla? Quizá con una cucharilla pudiera romper la caca/sacarla de mi culo. Pero, ¿dónde se ha visto eso? Ya no confiaba en mi juicio, y sospeché que la desesperación me estaba arrojando en los brazos de la locura.
¡Lubricante! lo que necesitaba era un lubricante. Cre-ma, aceite, algo.
Por suerte la cocina estaba al lado y en un visto y no visto allí estaba yo con una botella de aceite de oliva, derramándolo en mi mano listo para lubricar aquello. Me metí un aceitoso dedo por el culo, repetidas veces, muchas, decenas, cada vez con un nuevo chorro de aceite que permitiera que aquella mole que me destrozaba las entrañas siguiera su camino. Entonces comprendí: me sacaría la mierda a pellizcos con mi dedo índice, contra la pared de mi colon. Yo ya sabía por experiencias anteriores que la mierda más antigua es la más dura, y que una vez me deshiciera del tapón, kilos de mierda de otra textura más suave encontrarían su cauce.
No sé si alguna vez habéis presionado trozos de caca contra las paredes de vuestro propio colon, pero he de decir que además de ser tremendamente humillante, también me ayudó a relativizar el concepto de dentro-fuera. Después de lápices, dedos y aceite, el interior de mi culo ya no era un espacio que está ahí dentro, sino que ahora formaba parte de ese universo cotidiano donde se desarrolla nuestra vida. Tán lejos y tán cerca, pensé.
Pequeñas bolitas, cacas de cabra que me costaba horrores pescar. Una, dos, cinco, diez bolitas. ¿Cuántas debería sacar para cantar bingo? Yo era el bombo de navidad, mis dedos los niños de San Ildefonso y mi culo era el puto calvo de la tele.
Cuando llevaba una cantidad de pelotillas del tamaño de una bola de billar empecé a notar movimiento. El aceite estaba haciendo efecto, y si bien el dolor seguía siendo extremo, la sensación de alivio al saber que aquello se movía era la mejor noticia de mi vida.
Dejé el aceite y me concentré en terminar mi obra. Entonces me di cuenta de que en algún momento me había pringado, y un buen manchurrón marrón recorría la cara anterior de mi muslo derecho como un brochazo. Daba igual, no había tiempo para naderías, la solución estaba cerca y había que poner fin a tan humillante episodio.
Frenético, loco, sudando la gota gorda y untado de mierda apreté con firmeza y soporté estoico el dolor. Que ninguna mujer me diga nunca que no se lo que es parir, pensé. Aquello estaba SALIENDO.
Como la presión era extrema, la cosa no duró más de dos o tres segundos, y de hecho la práctica totalidad del alien fue expulsado del tirón, dando lugar a tan solo un par de repeticiones, y sólo cuando miré en la taza me dí cuenta de la grandeza de mi obra, de que lo que hacía un minuto estaba dentro de mí, matándome, ahora permanecía allí, magnífico, humeante, imperial, pluscuamperfecto. Y sin duda precisaría de varias cisternas para continuar su camino.
Recuerdo que metí en la ducha, y que en seguida me dejé caer en posición fetal. El ciclo de la vida se había completado: yo me había parido a mí mismo. Yo había muerto y renacido. había pasado por estadios de angustia, terror, vergüenza, indiferencia ante lo que hacía un rato me parecería intolerable, esperanza y triunfo. Era hora de volver a la cama y dormir como un niño.
Me lo había ganado. ¿Que no?
creo haber comentado alguna vez que tengo un intestino caprichoso, y que el ritmo de mis deposiciones varía desde el típico mojón después del café del desayuno hasta intervalos de más de 72 horas. No importa la dieta, ingesta de alcohol, ejercicio, o cualquier cambio en mi actividad diaria.
Es por ello que de vez en cuando me he visto involucrado en situaciones kafkianas en busca de un lugar donde descargar las tripas, cuando de repente y sin previo aviso la mierda acumulada durante tres o cuatro días decide que es hora de completar el ciclo y volver a ser tierra. Son siempre situaciones tensas y angustiosas, generalmente aderazadas con circunstancias que limitan mi libertad de movimientos y hacen que cagarme encima se convierta en una posibilidad peligrosamente significativa.
Alguna vez me ha tocado rilar entre dos contenedores, o en callejones céntricos a plena luz del día. Episodios todos que recuerdo con cariño comparados con el que me ha decidido a abrir este hilo de mierda y que es, en esencia, el caso opuesto: la obstrucción anal.
Todo ocurrió a traición. Tras dos o tres días sin soltar un tronco, un buen día por la tarde llegó la hora de vaciar, así que me dirigí al cuarto de baño con mi libro reglamentario. Todo normal.
Una vez allí la cosa se empezó a poner chunga, ya que enseguida me di cuenta de que aquello no iba a salir por acción y efecto de la fuerza gravitatoria, y que yo tendría que empujar y poner de mi parte. A veces es así, pensé.
Entonces empezaron los retorcijones, phyesta intestinal siempre preludio de grandes bombardeos. Parecía que aquello iba a ser una de las buenas, pero por más que yo hiciera fuerza, aquello no salía.
Recurrí a controlar el colon y provocar movimientos peristálticos combinados con cambios de presión del esfinter. Ese tratamineto de estrangulación interna nunca falla, y siempre secciona el bolo intestinal en cómodos segmentos fáciles de expulsar. Nada. Aquello tampoco funcionó.
Aparecieron los primeros sudores, y los retorcijones se volvieron más virulentos. Además, debido a mi esfuerzo, la punta de lanza de aquel ciclópeo conglomerado de hez solida estaba asomando por mi virginal ano, provocando una presión en mi esfínter fuera de lo normal. El dolor ya era considerable, y peor que eso eran la sensación de impotencia ante él y la falta de soluciones para el problema. Calma, me dije a mí mismo. Esto tiene que salir. Siempre acaba saliendo. Estás lleno de mierda y tienes un culo por donde soltarla. No hay nada que temer. Empuja, sufre y expúlsala de una vez.
Así que resistiéndome a perder la esperanza en un final feliz me entregué a una titánica lucha por liberar mi cuerpo de la presión extrema a la estaba siendo sometido. Cambié de posición, incluso me levanté y di saltitos por el cuarto de baño, presioné... pero nada. Aquello no se movía. Además los retorcijones en mis intestinos estaban pasando a convertirse en dolorosos espasmos que en vez de aliviarme me daban la sensación de que de alguna manera algo se estaba hinchando en mis tripas, como si la acumulación de mierda y gas estuviese invirtiendo el flujo natural de mi bolo intestinal, produciendo un dolor átono y sordo en todo mi abdomen. Además, la situación en mi esfínter también había empeorado, y el dolor agudo y punzante que sentía parecía augurar un inminente desgarro. Maldije una y mil veces mi suerte y mi cabeza se apresuró en buscar soluciones al problema, pero todas los posibles remedios parecían descabellados o ridículos, y la posibilidad de ir a urgencias no era algo tan siquiera real, ya que en aquellas condiciones difícilmente podría salir de casa: estaba atrapado en el baño con las tripas a punto de estallar, si no me estallaba el culo primero.
Más espasmos, más dolor. Me palpé y descubrí que mi perineo se presentaba duro como una piedra ante mi exploración, sin duda lleno de mierda a presión, y que lo que asomaba por mi esfínter no era sino un escaso centímetro una masa sólida y seca, que ni siquiera dejó la menor traza en mis dedos. Tenía que romper esa mierda o ella me rompería a mí.
Entonces fue agradecí a los hados del destino que aquel desgraciado envite aconteciera en mi casa y no en cualquier otro lugar donde mis posibliliddes de triturar el ladrillo serían nulas.
Como pude, andando encorvado (por suerte estaba solo en casa) con los pantalones por los tobillos (¿por qué cojones no me los subí?) llegué a mi habitación y me hice con un LÁPIZ. Ello me salvaría. Volví al aseo, cerré con pestillo y procedía a introducirme el lápiz por el culo con el fin de fragmentar el tapón. Lo hice con un sistema de incisión estrellada: a las doce, a las tres, las seis... y así hasta girar 360º. Lo hice varias veces. Tenía que destrozar aquello. Debo decir que introduje la totalidad de un Staedler 4B, y que NO NOTÉ ni el más mínimo atisbo de su presencia en mi culo.
Entonces apreté con renovadas esperanzas. Aquello tenía que salir ya. Pero no, al parecer la presión extrema volvía a comprimir la mierda dándole su pétrea consistencia original. Por más que yo insistiera con el lápiz, aquello no se movía.
¿Y una cucharilla? Quizá con una cucharilla pudiera romper la caca/sacarla de mi culo. Pero, ¿dónde se ha visto eso? Ya no confiaba en mi juicio, y sospeché que la desesperación me estaba arrojando en los brazos de la locura.
¡Lubricante! lo que necesitaba era un lubricante. Cre-ma, aceite, algo.
Por suerte la cocina estaba al lado y en un visto y no visto allí estaba yo con una botella de aceite de oliva, derramándolo en mi mano listo para lubricar aquello. Me metí un aceitoso dedo por el culo, repetidas veces, muchas, decenas, cada vez con un nuevo chorro de aceite que permitiera que aquella mole que me destrozaba las entrañas siguiera su camino. Entonces comprendí: me sacaría la mierda a pellizcos con mi dedo índice, contra la pared de mi colon. Yo ya sabía por experiencias anteriores que la mierda más antigua es la más dura, y que una vez me deshiciera del tapón, kilos de mierda de otra textura más suave encontrarían su cauce.
No sé si alguna vez habéis presionado trozos de caca contra las paredes de vuestro propio colon, pero he de decir que además de ser tremendamente humillante, también me ayudó a relativizar el concepto de dentro-fuera. Después de lápices, dedos y aceite, el interior de mi culo ya no era un espacio que está ahí dentro, sino que ahora formaba parte de ese universo cotidiano donde se desarrolla nuestra vida. Tán lejos y tán cerca, pensé.
Pequeñas bolitas, cacas de cabra que me costaba horrores pescar. Una, dos, cinco, diez bolitas. ¿Cuántas debería sacar para cantar bingo? Yo era el bombo de navidad, mis dedos los niños de San Ildefonso y mi culo era el puto calvo de la tele.
Cuando llevaba una cantidad de pelotillas del tamaño de una bola de billar empecé a notar movimiento. El aceite estaba haciendo efecto, y si bien el dolor seguía siendo extremo, la sensación de alivio al saber que aquello se movía era la mejor noticia de mi vida.
Dejé el aceite y me concentré en terminar mi obra. Entonces me di cuenta de que en algún momento me había pringado, y un buen manchurrón marrón recorría la cara anterior de mi muslo derecho como un brochazo. Daba igual, no había tiempo para naderías, la solución estaba cerca y había que poner fin a tan humillante episodio.
Frenético, loco, sudando la gota gorda y untado de mierda apreté con firmeza y soporté estoico el dolor. Que ninguna mujer me diga nunca que no se lo que es parir, pensé. Aquello estaba SALIENDO.
Como la presión era extrema, la cosa no duró más de dos o tres segundos, y de hecho la práctica totalidad del alien fue expulsado del tirón, dando lugar a tan solo un par de repeticiones, y sólo cuando miré en la taza me dí cuenta de la grandeza de mi obra, de que lo que hacía un minuto estaba dentro de mí, matándome, ahora permanecía allí, magnífico, humeante, imperial, pluscuamperfecto. Y sin duda precisaría de varias cisternas para continuar su camino.
Recuerdo que metí en la ducha, y que en seguida me dejé caer en posición fetal. El ciclo de la vida se había completado: yo me había parido a mí mismo. Yo había muerto y renacido. había pasado por estadios de angustia, terror, vergüenza, indiferencia ante lo que hacía un rato me parecería intolerable, esperanza y triunfo. Era hora de volver a la cama y dormir como un niño.
Me lo había ganado. ¿Que no?