Me da hasta vergüenza reconocerlo, pero finalmente ha entrado una PS5 en casa. El vástago, fiel jugador de fortnite y FIFA, la pidió por reyes, y tras meditarlo con la parienta (básicamente no pidió nada más, la consola y un par de funkos del FNAF de los cojones), tuve que salir a comprarla.
Eso sí, segunda mano. Los 550 que cuesta nueva me parecen un robo para una consola con 3 añazos, y tras una semana de intenso wallapopeo me he hecho con una fat chasis C, con 13 meses de garantía y 200€ más barata que en tiendas. Not bad.
La consola es fea de cojones. Ni tumbada ni de pie vale un duro, es un horror galáctico innombrable, con esas formas curvas y esos alerones como cuellos almidonados, es un diseño espantoso. Quitar del cuarto del niño la sobria y elegante PS4 para poner en su hueco la horrenda PS5 me ha dolido y todo.
Y poco más, no la he catado, ni ganas. Por la tarde, el niño con su fortnite (que juro por la mitad de mis muertos que se ve y se mueve igual que en ps4), y yo en el salón jugando al Motorstorm en la PS3.
Nunca digas nunca jamás.