No es tanto problema de que ellas sigan su religión feminista, como han hecho siempre con todas las religiones y supersticiones.
Es más el hecho de que transmiten, aumentada, la religión a las nuevas generaciones. En las clases, por ejemplo, no es excepción la profesora pelomorado que interrumpe la clase para ponerse a llorar del maltrato sufrido a manos de los hombres malosos. Tampoco es excepcional la presencia de feminancys de 12 o 13 años que se aíslan del resto de chavales (y de las chavalas) de forma totalmente voluntaria, para luchar contra el heteropatriarcado. Es decir, chavalas aún sin regla que odian visceralmente al resto de chavalada.
Si se quedase en sus performances, en sus mantras de psicóticas, y en la búsqueda de la paguita (que es de lo que se trata al final), pues bien, se entretienen y no dan por el culo en casa.
La cosa es que, me temo, se avecina un drama monstruoso en la próxima o próximas generaciones, empezando por chavalas jóvenes que, aunque mojen las bragas pensando en la polla del vecino, se hacen tortilleras porque es lo que le mola al resto. O no teniendo hijos pese a que el cuerpo se lo pida sin tregua.
Menos mal que la morada y la panchitada vienen a cagar cinco por cabeza, si no, esto no hay quien lo repueble.