Calvo de mierda y barbitas, con eso está todo dicho ya.
Y de ese tipo de personas que se apuntan a todas las modas como si fuesen trenes que no deberían de perder. Leb en casa, pendientes (esto es más de los 90, pero bueno), el sillón ese de youtuber, la bandana que le da un aire macarra a lo kárate Kit, guitarra (pantomia full explica lo que significa), hombre ¿hetero? pero sensible según la moda imperante que tiene la capacidad de saber lo que sienten las mujeres, sobre fondo morado.
No se vale, dice el payaso. Sus ideas brillantes deben de expandirse por la W.W.W. porque en su mente es un iluminado.
Tiene tatus, me apuesto el cogote. Lo que no tiene es vergüenza porque grabarse cantando, sin saber, y tocando la guitarra, sin tener ni puta idea más allá de tocar dos acordes disonantes, con una letra que repite un pensamiento de moda ya manido y que empieza a oler a rancio y encima con un lenguaje de analfabeto de extrarradio madrileño; eso es no tener vergüenza como consecuencia de ser un subnormal incapaz de albergar una moralidad completa donde la hombría engrandece al individuo.
Un baboso de tomo y lomo, pero vamos, es que mi teoría basada en la experiencia que tengo de la vida es que hay como 10 tipos de personas, no más. Y uno de los modelos es el del típico baboso huelebragas que pasa horas y horas con grupos de mujeres, se integra en ese rebaño menstrual y se mimetiza de tal manera que: ríe, viste, piensa, habla y siente como un chocho más, pero con pito. No lo digo yo, lo he observado mil veces, hay seres humanos así y ya está, es un prototipo de persona que se repite una y mil veces. Igual que te puede salir un hijo maricón, o una hija ligera de cascos, te sale un huelebragas de estos y no puedes hacer nada por cambiarlo porque es su forma de ser.
Este hace escasos 40 años sería Rubén, el hijo de la Juani, el que trabaja el el polígono Miraflores con un torillo cargando y descargando camiones y limpiando el almacén al que sus compañeros veteranos el putean por panoli. Pero España ha cambiado y ahora es un tonto cibernético, una caja de resonancia que repite un eco, el último grito, la última moda. Lo que no cambia es que sigue siendo el mismo calvete prematuro, simplón pero con ínfulas, un medio hombre, un tirillas, un quiero y no puedo, un pecho frío. Una pieza más de uno de los moldes de la especie humana. Y además un modelo bastante repetido y por lo tanto de poco valor por vulgar.