Carmen, me contó mi chico al sentarnos en una mesa, había seleccionado de distintos lugares a treinta parejas y a diez chicos y diez chicas más sin compromiso para pasarlo bien en aquel lugar aquella noche. Tardé un rato en dejar de temblar de los nervios. La gente se iba presentando con total naturalidad, se bromeaba, había respeto y buen rollo. Todo el mundo hablaba en inglés, nadie se conocía entre sí y, lo más importante, nadie tenía ni idea de quién era yo. De repente, casi sin darme cuenta, estaba hablando en la barra con un tipo moreno y Carlos detrás de mí haciendo lo mismo con una chica muy alta. Eran de Boston, eran guapos y eran pareja. Nos presentamos los cuatro y Carlos propuso que nos sentáramos en una de las mesas. Yo me puse muy nerviosa, muy excitada, muy celosa, muy enfadada, muy contenta. […]
En la habitación volvieron los nervios, pero poco tiempo. La excitación me pudo y decidí abandonarme a que me sucediera cualquier cosa. Hubo momentos en los que me sentí extraña viendo a Carlos haciendo a otra lo que habitualmente me hacía a mí, pero aquella situación tenía tanto morbo que lo pudo todo. En una ocasión perdí la referencia y no supe con quién tuve un orgasmo. Porque orgasmos tuve con los tres que al margen de mí estábamos en aquella cama. Con Paty, también, que ya que intercambiábamos, pues que fuera un intercambio completo. Hubo en aquella cama tanta pasión, que no sé cómo, ni quién de los cuatro se cargó los visillos del dintel.