Salvo que folles con putas, creo que el hilo es bastante chorra y, en líneas generales, el buen ayuntamiento más bien depende de la clase de tía que te agencies más que de la nacionalidad.
Una vez me enrrollé con una irlandesa de Cork. Ella tenía veintiún años, unas piernas de infarto, el culo bastante legal para ser de las islas, las tetas redondas, soberbias y enhiestas y en general un cuerpo delgado y fibroso con las redondeces allá donde me gustan. No era nada fea de cara, pero estaba como un cencerro, por lo que su expresión variaba desde niña bien muy mona (en realidad era mona y de familia de pasta) hasta tortuga drogada (tenía en cuello largo y elegante, y cuando bebía mucho se le ponía esa expresión). También sufría alopecia nerviosa, por lo que generalmente llevaba turbantes que le daban un aire especial.
El caso es que un día fuimos a su habitación (ella vivía en una especie de pensión), los dos íbamos muy pasados de rulas y alcohol, por lo que a mi no se me ponía duro el nabo. Estuvimos bebiendo alguna lata de cerveza que ella tenía en una de esas neveritas pequeñas como de hotel, restregándonos y gruñendo como gorrines. En una de esas vislumbré su agujero del culo y ví con asombro que era del tamaño de cinco duros de los de Franco, por lo que mi pene dio un respingo y se puso como un botellín de Coca-Cola. Allí que fui a tomarla por el culo. Ella abrió los ojos como si le faltase pellejo y yo embestí con furia en aquel túnel tartárico. Todo iba bien hasta que ella me dijo que salga, y acto seguido soltó un geiser de caca que me pringó sobre todo genitales y piernas, y también algo del cuerpo, menos la cara.
Como aquello era una pensión con habitaciones sin baño, tuve que arriesgarme a salir al pasillo untado de mierda y aventurarme a entrar en el aseo para así ducharme y quitarme aquel pringue amarillo-verdoso. Cuando volví a la habitación ella seguía en la cama, revolcándose en aquel pastel de heces. Decidí que ya estaba bien, me vestí y me largué de allí.
Otro día que quedamos, volvimos a su habitación después de comer magic mushrooms, ella vio a Satán en mí y quiso matarme. Tuve que escapar con todo el pelotazo, la cara cortada y la policía buscándome por asalto indecente (cuando me iba ella telefoneaba a la pasma).
He de decir que aquella relación fue realmente intensa, y que hasta donde yo se, en Irlanda, la estricta educación católica, el vivir en una isla de seres no demasiado evolucionados y el alcoholismo hacen de sus mujeres amantes sin par.