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Guest
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Aquella tarde de agosto fuimos a unos famosos cines de una localidad cercana a Barcelona mi novia y yo. Como todos los fines de semana, quedábamos al salir yo del trabajo para ir a divertirnos. Esa tarde, como ya he dicho antes, fuimos al cine. La película no la recuerdo, así que no entraré en detalles, pero salimos del cine muy animados (el hecho de haber levantado el brazo del butacón durante la peli nos acercó mucho, pegándose nuestras caderas y permitiendo el cogernos las manos).
Íbamos en busca del coche, que se hallaba aparcado a unos 200 metros del lugar, en un llano. Por el camino, fuimos cogiéndonos de la mano, acariciándonos levemente el torso en continuos jueguecitos disimulados, parándonos de cuando en cuando para intercambiar dos lenguas, que se entrecruzaban en la cavidad uniforme que se conformaba al unir nuestras bocas entre sí. Al introducirnos en el vehículo y ponerlo ella en marcha, una sensación más calurosa aún me recorrió desde el estómago hasta el glande, provocando en mí una excitación aún mayor que no encontraba más salida que la propia líbido, y que propició un interesante juego entre mi pene y el cambio de marchas con la mano derecha de ella, mientras nos dirigíamos a un lugar en el que no necesitáramos salir del coche para satisfacer nuestra fantasía. Dicho lugar existía, y se encontraba en las cercanías de su casa, en un páramo deshabitado, con árboles altos y follaje espeso que nos facilitaba precisamente dicha tarea sin miedo a voyeurs o a otros personajes que pudieran resultar aún más desagradables. Allí aparcó el coche, escondiéndolo marcha atrás en la frondosa pineda. Parado el motor, y con el sol casi puesto, su mano con mi aparato latiendo, apretado entre sus dedos, pasó a moverse con mayor energía, mientras en voz baja me dijo: "cariño, echa el asiento hacia atrás..." Así lo hice. Tumbé el asiento del copiloto y me recliné un poco, al tiempo que me quitaba la camiseta. Ella siguió sosteniendo mi miembro con su mano, apretándolo con firmeza, y se inclinó sobre el mismo, llevando la punta de su lengua a la punta de mi glande, y siguiendo con los labios la operación hasta meterse en la boca todo lo que pudo de mi verga. Comenzó entonces un agradable vaivén y una sensación maravillosa vino a inundar mis sentidos, haciendo que me estremeciera. Como hacia rato que estaba a punto de reventar, se lo susurré al oido y ella incrementó el ritmo y la fuerza, provocándome un orgasmo espasmódico que me vació literalmente en su boca. Como toda erección bien propiciada, una vez había orgasmado, el pene erecto no había perdido fuerza. Ni yo tampoco. Le insté a ella a pasar al asiento trasero, mientras le quitaba los pantaloncitos vaqueros, dejando al aire su maravilloso tanga azul, el cual guardaba una de las maravillas más apetitosas que recuerdo, bajo una manchita de flujo que indicaba el nivel de excitación de ella. Puse derecho el asiento del copiloto y pasé al asiento de atrás, pegándome al lado derecho del coche, mientras ella ocupaba el resto del asiento trasero con las piernas abiertas. Se había quitado el tanga mientras subía el asiento, y dicho acto en sí me ponía a cien, hecho que provocó que cayera, irremisiblemente, sobre su entrepierna, besando primero suavemente el clítoris, lamiéndolo con la punta de la lengua un par de segundos más tarde, y subiendo a su pecho instantes después. Sabía que le encantaba que le chupara los pezones. Poder pasarle la lengua en espiral desde el centro de cada pezón hasta el mismísimo canalillo, bajando por instantes al clítoris y volviendo a subir para repetir la operación con el otro pezón, era un fabuloso aperitivo que la hacía caer en un semi-éxtasis que se confirmaba cuando, trás varias repeticiones de lo ya comentado, subía hacia su boca e intercambiaba mi lengua por la suya en un beso que estremecería a una estatua de mármol. Posteriormente, pasé mi lengua justo por detrás de su oreja izquierda, bajando en línea recta con la punta de la misma hacia su cuello, en el que pasaba a unir los labios a la lengua en un juego de caricias con ligero adéman de morder, pero suavemente. Bajé entonces mordiendo todo su cuerpo: sus pezones, ya duros y sabrosos como cerecitas, su vientre plano y apetitoso, el cual lamí concentrando la mayor intensidad en el ombligo, el cual circundé con la punta de la lengua varias veces, muy suavemente... Seguí bajando hasta llegar al epicentro de sus temblores, al centro del manjar sexual más apetecible para la boca de un hombre. Su entrepierna vibraba, loca por una lengua que se obstinaba en jugar en los alrededores de la misma (entremuslos), subiendo por cada pierna hasta la pantorrilla, mordiéndola suavemente con mordisquitos pequeños y dispersos. Bajando después la lengua rozando toda la parte posterior de su pierna hasta llegar de nuevo al centro del placer, concentrándome en él e introduciendo la lengua a intervalos irregulares, chupando el resto del tiempo el clítoris, al que le aplicaba tratamiento doble: la lengua y los labios, cogiéndolo desde cualquiera de los labios exteriores de su sexo con los labios de mi boca y moviendo mi juguetona lengua a todo lo largo del mismo, trasladándome hacia el clítoris muy despacito.
Fue en ese momento cuando ella me cogió la cabeza y me la pegó a su sexo a fondo, de forma que la entrada al mismo quedaba a la altura de mi lengua. Con voz susurrante me dijo: "Métemela hasta el fondo. Méteme la lengua hasta el fondo", cosa que no dudé en hacer, profundizando con ella todo lo que pude y lamiendo sus paredes internas. Sintiendo cómo ella se estremecía cada vez que le tocaba en cierto punto en la pared inferior de su sexo. Mantuve el ritmo durante unos diez minutos, después de los cuales, ella apartó mi cabeza de su sexo, diciéndome: "Por favor, dame tu polla." Mi cipote, que hasta ese momento se había mantenido en un estado morcillón casi perpetuo, comenzó a endurecerse sólo con esas palabras. Pero eso no bastaba. Ella me puso la mano en el pecho y me empujó hacia atrás. Quedando yo sentado en el lateral derecho del coche mirando hacia el izquierdo, y con las piernas dobladas completamente, aunque abiertas. Sin quitarme la mano del pecho, se avalanzó sobre mi polla y volvió a metérsela en la boca, nuevamente, casi en su totalidad, jugando acto seguido a bombear con su boca sobre mi aparato. Mientras estábamos en esa posición, alcancé su bolso, donde guardábamos los preservativos, cogí uno, lo abrí y se lo dí. Me lo puso con la boca y sentí tal placer que creía que me iba a desmayar. Acto seguido se incorporó y me abrazó, sentándome en posición recta en el asiento trasero y poniéndose ella sobre mí a horcajadas, frotando su vientre con mi miembro, que, aún envuelto en un preservativo, respondía con convulsiones a sus caricias. Fue en ese momento cuando ella se levantó un poco y me pidió: "Métemela ahora, por favor", volviéndose a sentar sobre mi polla, y haciendo que ésta se introdujera sibilinamente en su coño. Un estallido espasmódico recorrió ambos cuerpos en aquel momento, y ella empezó a cimbrearse sobre mí, hacia delante y hacia atrás, con gran lentitud, aprovechando cada uno de los recovecos de mi sexo, sintiendo cada centímetro de piel, juntando sus labios con los mios en un armonioso intercambio de fluidos que nos hacía sentir una sola persona en ese mismo momento...
Trás varios minutos de continuo movimiento, de continuas subidas y bajadas de mi lengua y boca desde sus pezones a sus labios; trás varios besos y varias caricias con la punta de mis pulgares sobre sus pezones, llegó el momento súbito: un estallido interno mútuo observábase, a causa de los tremendisimos extremecimientos que nos convulsionaron al unísono en un gran orgasmo que provocó una sonrisa de inocencia en la cara de ella (que conseguía mantenerme cachondo) y una expresión risueña también, pero algo más agotada, en mí. Volvimos a vestirnos y me acompañó con el coche a la Estación, donde cogí el tren de vuelta a casa, porque yo tenía que ir a trabajar al día siguiente y ella no podía quedarse conmigo aquella noche en mi apartamento.
Íbamos en busca del coche, que se hallaba aparcado a unos 200 metros del lugar, en un llano. Por el camino, fuimos cogiéndonos de la mano, acariciándonos levemente el torso en continuos jueguecitos disimulados, parándonos de cuando en cuando para intercambiar dos lenguas, que se entrecruzaban en la cavidad uniforme que se conformaba al unir nuestras bocas entre sí. Al introducirnos en el vehículo y ponerlo ella en marcha, una sensación más calurosa aún me recorrió desde el estómago hasta el glande, provocando en mí una excitación aún mayor que no encontraba más salida que la propia líbido, y que propició un interesante juego entre mi pene y el cambio de marchas con la mano derecha de ella, mientras nos dirigíamos a un lugar en el que no necesitáramos salir del coche para satisfacer nuestra fantasía. Dicho lugar existía, y se encontraba en las cercanías de su casa, en un páramo deshabitado, con árboles altos y follaje espeso que nos facilitaba precisamente dicha tarea sin miedo a voyeurs o a otros personajes que pudieran resultar aún más desagradables. Allí aparcó el coche, escondiéndolo marcha atrás en la frondosa pineda. Parado el motor, y con el sol casi puesto, su mano con mi aparato latiendo, apretado entre sus dedos, pasó a moverse con mayor energía, mientras en voz baja me dijo: "cariño, echa el asiento hacia atrás..." Así lo hice. Tumbé el asiento del copiloto y me recliné un poco, al tiempo que me quitaba la camiseta. Ella siguió sosteniendo mi miembro con su mano, apretándolo con firmeza, y se inclinó sobre el mismo, llevando la punta de su lengua a la punta de mi glande, y siguiendo con los labios la operación hasta meterse en la boca todo lo que pudo de mi verga. Comenzó entonces un agradable vaivén y una sensación maravillosa vino a inundar mis sentidos, haciendo que me estremeciera. Como hacia rato que estaba a punto de reventar, se lo susurré al oido y ella incrementó el ritmo y la fuerza, provocándome un orgasmo espasmódico que me vació literalmente en su boca. Como toda erección bien propiciada, una vez había orgasmado, el pene erecto no había perdido fuerza. Ni yo tampoco. Le insté a ella a pasar al asiento trasero, mientras le quitaba los pantaloncitos vaqueros, dejando al aire su maravilloso tanga azul, el cual guardaba una de las maravillas más apetitosas que recuerdo, bajo una manchita de flujo que indicaba el nivel de excitación de ella. Puse derecho el asiento del copiloto y pasé al asiento de atrás, pegándome al lado derecho del coche, mientras ella ocupaba el resto del asiento trasero con las piernas abiertas. Se había quitado el tanga mientras subía el asiento, y dicho acto en sí me ponía a cien, hecho que provocó que cayera, irremisiblemente, sobre su entrepierna, besando primero suavemente el clítoris, lamiéndolo con la punta de la lengua un par de segundos más tarde, y subiendo a su pecho instantes después. Sabía que le encantaba que le chupara los pezones. Poder pasarle la lengua en espiral desde el centro de cada pezón hasta el mismísimo canalillo, bajando por instantes al clítoris y volviendo a subir para repetir la operación con el otro pezón, era un fabuloso aperitivo que la hacía caer en un semi-éxtasis que se confirmaba cuando, trás varias repeticiones de lo ya comentado, subía hacia su boca e intercambiaba mi lengua por la suya en un beso que estremecería a una estatua de mármol. Posteriormente, pasé mi lengua justo por detrás de su oreja izquierda, bajando en línea recta con la punta de la misma hacia su cuello, en el que pasaba a unir los labios a la lengua en un juego de caricias con ligero adéman de morder, pero suavemente. Bajé entonces mordiendo todo su cuerpo: sus pezones, ya duros y sabrosos como cerecitas, su vientre plano y apetitoso, el cual lamí concentrando la mayor intensidad en el ombligo, el cual circundé con la punta de la lengua varias veces, muy suavemente... Seguí bajando hasta llegar al epicentro de sus temblores, al centro del manjar sexual más apetecible para la boca de un hombre. Su entrepierna vibraba, loca por una lengua que se obstinaba en jugar en los alrededores de la misma (entremuslos), subiendo por cada pierna hasta la pantorrilla, mordiéndola suavemente con mordisquitos pequeños y dispersos. Bajando después la lengua rozando toda la parte posterior de su pierna hasta llegar de nuevo al centro del placer, concentrándome en él e introduciendo la lengua a intervalos irregulares, chupando el resto del tiempo el clítoris, al que le aplicaba tratamiento doble: la lengua y los labios, cogiéndolo desde cualquiera de los labios exteriores de su sexo con los labios de mi boca y moviendo mi juguetona lengua a todo lo largo del mismo, trasladándome hacia el clítoris muy despacito.
Fue en ese momento cuando ella me cogió la cabeza y me la pegó a su sexo a fondo, de forma que la entrada al mismo quedaba a la altura de mi lengua. Con voz susurrante me dijo: "Métemela hasta el fondo. Méteme la lengua hasta el fondo", cosa que no dudé en hacer, profundizando con ella todo lo que pude y lamiendo sus paredes internas. Sintiendo cómo ella se estremecía cada vez que le tocaba en cierto punto en la pared inferior de su sexo. Mantuve el ritmo durante unos diez minutos, después de los cuales, ella apartó mi cabeza de su sexo, diciéndome: "Por favor, dame tu polla." Mi cipote, que hasta ese momento se había mantenido en un estado morcillón casi perpetuo, comenzó a endurecerse sólo con esas palabras. Pero eso no bastaba. Ella me puso la mano en el pecho y me empujó hacia atrás. Quedando yo sentado en el lateral derecho del coche mirando hacia el izquierdo, y con las piernas dobladas completamente, aunque abiertas. Sin quitarme la mano del pecho, se avalanzó sobre mi polla y volvió a metérsela en la boca, nuevamente, casi en su totalidad, jugando acto seguido a bombear con su boca sobre mi aparato. Mientras estábamos en esa posición, alcancé su bolso, donde guardábamos los preservativos, cogí uno, lo abrí y se lo dí. Me lo puso con la boca y sentí tal placer que creía que me iba a desmayar. Acto seguido se incorporó y me abrazó, sentándome en posición recta en el asiento trasero y poniéndose ella sobre mí a horcajadas, frotando su vientre con mi miembro, que, aún envuelto en un preservativo, respondía con convulsiones a sus caricias. Fue en ese momento cuando ella se levantó un poco y me pidió: "Métemela ahora, por favor", volviéndose a sentar sobre mi polla, y haciendo que ésta se introdujera sibilinamente en su coño. Un estallido espasmódico recorrió ambos cuerpos en aquel momento, y ella empezó a cimbrearse sobre mí, hacia delante y hacia atrás, con gran lentitud, aprovechando cada uno de los recovecos de mi sexo, sintiendo cada centímetro de piel, juntando sus labios con los mios en un armonioso intercambio de fluidos que nos hacía sentir una sola persona en ese mismo momento...
Trás varios minutos de continuo movimiento, de continuas subidas y bajadas de mi lengua y boca desde sus pezones a sus labios; trás varios besos y varias caricias con la punta de mis pulgares sobre sus pezones, llegó el momento súbito: un estallido interno mútuo observábase, a causa de los tremendisimos extremecimientos que nos convulsionaron al unísono en un gran orgasmo que provocó una sonrisa de inocencia en la cara de ella (que conseguía mantenerme cachondo) y una expresión risueña también, pero algo más agotada, en mí. Volvimos a vestirnos y me acompañó con el coche a la Estación, donde cogí el tren de vuelta a casa, porque yo tenía que ir a trabajar al día siguiente y ella no podía quedarse conmigo aquella noche en mi apartamento.