Vida en un psiquiátrico

Darkiano

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16 Jun 2013
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Que pereza os da abrir hilos...

Tengo un amigo imaginario que estuvo en un psiquátrico público.
Los días los pasaba en una sala común con una sola tele, los tratamientos son básicamente:

-Si los doctores ven que un interno está animado, pastillón relajante.
-Si ven que está deprimido y cabizbajo, pastillacas estimulantes.

Eso es la primera semana, ya luego vienen los terapeutas a insistir en tú estás bien , tú estás bien, llévate estas cinco clases de pirulas y vete a tu casa.
Lo venden como una forma de que el enfermo se socialice e integre en un entorno familiar, que en su idioma es " tira a tomas por culo, ahora eres problema de tu familia"

En cuanto acabe la cena contaré algunas expes de amigos y conocidos.
 
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:lol::lol::lol:

Lo que más recuerdo del loquero es la alimentación equilibrada; desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena. Si nos quedábamos hasta tarde nos daban un colacao o un zumo. Los cholondros eran perfectos.

Cada mañana te pesaban, tomaban la tensión y te daban tu droguilla.
 
Bueno. Empezaré por un amiguete de la universidad en mis dos últimos años.

El tío era un liante de cuidado y tenía un cacao mental importante aunque a primera vista nadie lo percibiría.

Venía rebotado de varias universidades de prestigio, donde se había limitado a tocarse los huevos y liarla parda hasta hacer quedó expulsaran de las tres.

En la última tras liarla no me acuerdo exactamente cómo, de encerro en su habitación de interno y se cortó las venas.

Como mientras lo hizo ya estaban derribando la puerta, no le pasó nada, pero una ambulancia metió un chute anestesiante y se despertó rodando en una camilla por el pasillo de un psiquiátrico, no sé si de Segovia o de Álava, a saber, no lo recuerdo.

Lo meten en una habitación y tras ver que se está despertando le dicen dónde está y proceden a ponerle correas atandolo bien a la camilla.
Pregunta porque lo atan y le dicen "por si te pones nervioso".

Allí lo dejaron atado y a oscuras toda la puta noche, sin agua y sin poder ir a mear.

Por la mañana lo visita un médico y le dice que va a pasar allí unos días en observación, que de el depende que le den el alta pronto o no. Le dicen que han avisado a sus padres, le meten un pastillon de drogaina y lo sueltan ahí con el resto.

Le comento a un psiquiatra que él estaba bien, que había hecho una tontería pero que veía a todos allí echos polvo de la perola y que creía que no debía estar allí.

El tío le suelta sarcásticamente que allí todos están estupendamente, que están allí por estar, y "le sugiere" que socialice con el resto de residentes.

Allí está el tío sin saber qué hacer y sin atreverse a hablar con nadie varias horas y después de comer, uno que no paraba de mirarle fijamente se le acerca y le pregunta si quiere jugar una partida de ajedrez. Lo ve bastante normal así que accede para pasar el rato.

Le tocan a él las blancas y mueve un peón.

El otro con una mirada de intensa concentración se tira así casi media hora contada de reloj, y mi colega que no se atreve a decirle que mueva de una puta vez.

A fin le pregunta tímidamente si va a mover y el tío lo mira con una mirada de loco total, barre del tablero todas las piezas con el antebra, y le dice: "LO VES? LO VES? YA HE GANADO"

Así paso el primer día y al día siguiente lo visita el padre y le dice que por dios, que lo saque de ahí como sea, que hará lo que él quiera pero que lo saque"

No me contó mucho más, excepto que estuvo allí un par de días más con curiosas anécdotas que nunca sabremos.
 
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Si no os importa copipasteo, los dos casos que he conocido tampoco son gran cosa y han terminado en su casa llevando una vida de forero inflado a neurolépticos, ansiolíticos y muchas cosas terminadas en -an.

La cosa cambia mucho dependiendo de comunidad autónoma, el amigo imaginario que estuvo tres veces ( no más de una semana) en Murcia lo pasó mejor con sus salidas al jardín tomando el sol, mayor espacio y menos locos por planta, el que estuvo ingresado en Madrid es reacio a contarlo , la cara de una sola ceja no se la quita nadie.

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Enlaces y cosas varias.

PRIMERA EXPERIENCIA EN UN PSIQUIÁTRICO – From Cavern to Stars

El primer día estaba muy asustada y me puse a llorar en el desayuno delante de todos. Un chico me dijo que no era tan malo como parecía y me consoló para que dejase de llorar. Tenía miedo porque nadie me había explicado nada y estaba rodeada de personas muy medicadas. No es que tuviese miedo de que me fuesen a hacer daño, aunque creía que si estaban encerradas allí sería porque habrían agredido a alguien (nada más lejos de la realidad en la mayoría de los casos), porque siempre pienso que qué me van a hacer que no me hayan hecho ya. Temía estar en manos de psiquiatras que me podían drogar de la misma manera que a ellos, los efectos secundarios de la medicación y no saber cuándo saldría de allí.

Mi móvil se había quedado en casa cuando me trasladaron al hospital en la ambulancia (me lo habrían confiscado al internarme de todas formas), por lo que no podía hablar con mis seres queridos ni saber qué hora era en ningún momento. Estuve dos días orientándome por la luz solar, ya que el tiempo allí dentro transcurre inimaginablemente lento, hasta que encontré un reloj digital escondido al otro lado de la ventanilla de control de enfermería. Los pacientes tienen enfermedades mentales de todo tipo. Conozco los problemas de los internos que quisieron hablar de ellos, otros prefirieron mantenerlos en secreto para evitar el estigma social, entre otras cosas, y con el resto directamente ni me pude comunicar porque no eran coherentes en su discurso o porque no hablaban mi idioma. Tiene que ser todavía más duro estar ahí dentro y no poder hablar con nadie. Por respeto a la intimidad de esas personas, no hablaré de sus problemas.


A las ocho de la mañana nos despiertan y nos mandan ducharnos y hacer la cama. Esperamos a que nos llamen por nuestro nombre para tomar la medicación y a las nueve desayunamos pan, jamón o queso, mermelada, margarina, galletas y café descafeinado. Hasta las once, momento en el que nos dan el zumo, lo que se suele hacer es dormir o caminar por el pasillo. Algunos toman cinco pastillas diferentes tres veces al día y están demasiado cansados como para hacer otra cosa. A mí sólo me daban antidepresivos una vez al día y no sentía ningún efecto secundario, pero al principio no tenía libros y tampoco podía concentrarme por mis problemas con David como para leer, así que hacía deporte en la elíptica. Después del zumo cierran las habitaciones y nos ponen a pintar, aunque yo aprovechaba para jugar a las cartas; allí La Pocha sí que triunfó. Un día vimos una película, aunque mi mejor amigo allí dentro prefirió caminar y quise estar con él en lugar de verla, y otro día nos dieron colchonetas e hicimos deporte con una enfermera majísima que dirigió la clase. La gente no estaba muy por la labor, pero les dije: “Venga, chicos, que por esto nos cobran treinta euros ahí fuera y aquí nos lo dan gratis.” Les pregunté que si para la próxima podíamos hacer hipopresivos, pero no hubo próxima vez. A la una hay otra ronda de medicación y la comida: puré o algún tipo de cereal o de legumbre de primero, carne o pescado de segundo con alguna verdura, a veces una ensalada de lechuga o de tomate, un panecillo y de postre fruta o un lácteo. Las visitas vienen de tres y media a siete, con una pausa para merendar a las cinco. A las siete pueden hacer una llamada aquellos que no han recibido visitas. Nos preguntan si hemos ido al baño. A las ocho hay otra ronda de medicación y la cena. Nos vamos a la cama los que queremos y el resto se puede quedar en los espacios comunes hasta las doce como mucho. A las once, tras el cambio de turno del personal, le dan pastillas para dormir a todo el que las solicite. Una vez a la semana nos pesan, miden nuestra altura y nuestro perímetro abdominal y nos toman la temperatura y la tensión.

Las psiquiatras están allí por la mañana de lunes a viernes y llaman a los pacientes para hablar con ellos cinco o diez minutos. Cuando vi la sala de terapia de grupo pensé que haría terapia de grupo por primera vez y estaba deseando probar la experiencia, pero resulta que la terapia de grupo es la reunión de los psiquiatras y los que me parecieron estudiantes de psiquiatría, imagino que para hablar en grupo de los pacientes. Mi psiquiatra está convencidísima de que ayuda a las personas que están allí dentro, aunque ellas no opinen lo mismo. Dice que no emplea drogas, sino medicamentos y que los pacientes no son presos, que lo que hacen es recibir cuidados para mejorar su salud. ¡Pero si ni siquiera se molestaron en comprobar si tenían bien mis datos! Cuando salí del centro y leí mi informe vi que no iban a poder hacerme el seguimiento porque no sabían realmente ni dónde vivía ni cuál era mi número de teléfono correcto. Es posible que ese centro sirva para dar un respiro temporal a familiares que no saben qué hacer con sus seres queridos o que ya no tienen fuerzas para lidiar con sus problemas y para controlar el tipo de medicación, la dosis, los efectos secundarios y al interno en general; pero no le ayuda a resolver sus problemas, no le proporciona herramientas ni apoyo. No digo que no haya personas que necesiten realmente la medicación, aunque seguro que necesitan más que eso y que mejorarían significativamente recibiéndolo. La medicación debería ser la última opción a considerar cuando todo lo demás falla, no la primera. Allí dentro hay personas encerradas en contra de su voluntad que no le han hecho daño a nadie. Por lo visto existe una ley que permite encerrar a la gente por criterio médico, aunque no hayan hecho absolutamente nada. No sé la facilidad que tienes para ponerte en el lugar de los demás, pero imagínate que alguien considera que te estás comportando de manera extraña y decide internarte en un centro psiquiátrico, sin juicio, sin que hayas cometido ningún delito, sólo porque el sistema le ha dado ese poder y su criterio tiene mayor peso que el tuyo. Imagina lo que es querer oponerte y que te arrastren por la fuerza, amarrándote a la camilla con correas, gritando toda la noche pidiendo auxilio, quedándote afónico, no sabiendo por qué estás ahí ni cuánto tiempo vas a estar, perdiendo la libertad, la intimidad, la dignidad y el derecho a controlar tu propio cuerpo y siendo anulado como persona y drogado. Sé que hay muchas personas que no son conscientes del sufrimiento que causan ciertos comportamientos. Supongo que es un mecanismo de defensa para adaptarse al entorno que vuelve a la gente insensible. Yo no lo quiero tener, aunque duela. Quiero llorar, indignarme, sentir rabia e impotencia cada vez que vea una injusticia o un maltrato. Quiero ser la voz de todo el que lo sufre en silencio.

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El pabellón se divide en un pasillo de entrada con dos puertas de seguridad al que no tenemos acceso a menos que la psiquiatra nos dé permiso para salir con alguna visita, el control de enfermería, la enfermería, el comedor, un pasillo de unos 65 m de largo (aproximadamente un kilómetro por cada 15 vueltas) con 157 baldosas por fila (sí, matamos el tiempo contando baldosas), 15 habitaciones dobles, la sala de terapia de grupo y la sala común con televisor, sofás, mesas, sillas y dos bicicletas elípticas, donde nos juntamos y recibimos a las visitas, ya que no pueden estar en las habitaciones ni podemos entrar nosotros en una que no sea la nuestra.

Las vistas de la ciudad desde esos ventanales con el monte nevado al fondo eran impresionantes los días de sol y poder comer gratis cinco veces al día, no pasar frío, dormir en un colchón viscoelástico de la más alta calidad (Hill-Rom NP 150 viscoelastic) y no tener que encargarse de pensar recetas, hacer la lista de la compra, comprar, cocinar, lavar los platos, hacer la colada y limpiar la casa es genial. Aunque un paciente me dijo que el precio de la comida era muy elevado, porque era nuestra libertad. En eso tengo que darle la razón.

Lo que peor llevaba eran las horas muertas sin nada que hacer más que pensar en todo lo que quería hacer con David cuando saliera, la hora de las visitas el día que no podía ir nadie a verme y llegaban los familiares de los pacientes y yo no tenía con quién estar, las noches sin poder abrazar a nadie ni dormir por mi compañera de habitación, por los gritos de los pacientes, por la luz y por las visitas de las enfermeras, no poder encerrarme en el baño para usarlo y tener que aguantar que entrasen las enfermeras a cualquier hora estuviese haciendo en el baño lo que estuviese haciendo y no tener permiso para tranquilizar a los pacientes a los que ataban a la cama, aunque fuera algo muy sencillo de hacer. Esa práctica me recuerda al método para dormir a los hijos del doctor Estivill. Si aceptáis un consejo, no lo sigáis. Es efectivo, pero no sólo debería contar la efectividad, deberían importar las secuelas. Os recomiendo mucho más al pediatra Carlos González. Recordadme que un día os enseñe un poema suyo relacionado con el parto.

Mi compañera de habitación era una mujer muy culta. Iba en silla de ruedas, pero no parecía tener ninguna lesión en la columna vertebral. Podía ponerse de pie, pero se notaba que llevaba años sin utilizar las piernas, porque estaban muy delgadas por la falta de uso y casi no podían sostenerla. Me daba mucha pena, porque estaba muy sola y tenía muchos dolores, y miedo, porque era muy arisca. Al principio no hablábamos. Ella tenía permiso para comer en su habitación y podía no salir de ella para nada. Alguna vez me vio llorando en la cama porque me había pasado el día con la esperanza de que David viniera a hacerme una visita y no lo había hecho. De vez en cuando me hacía preguntas personales para tantearme y yo le contestaba a todo sinceramente. Era muy desconfiada, seguramente porque le han mentido mucho. Cuando empezó a coger confianza conmigo, comenzó a pedirme favores pequeños que yo hacía con gusto por ella. Empezó a sonreír, a hablar más y a salir de la habitación. Conversábamos sobre literatura, ópera, música clásica, cine, arte… Le conté mis problemas y le dije que qué le iba a decir a ella que no supiera ya porque se notaba perfectamente que sabía lo que era sufrir. Me dijo que lo bueno era que yo no tenía dolores físicos. Si ella no se suicidaba era por ser creyente y por habérselo prometido a su familia. Sus peticiones iban cada vez a más. Dormíamos con la luz encendida. Yo se lo concedía para que ella estuviera más tranquila porque podía ponerme el pantalón del pijama a modo de antifaz. No le estaba poniendo límites porque me cuesta enfrentarme a la gente y porque sólo iba a estar allí temporalmente y prefería pasarlo mal unos pocos días por alguien que lo necesitaba. Empezó a decirme con quién podía pasar tiempo y con quién no, lo que podía leer y lo que no, a leer mis escritos, a robarme mis cosas, a despertarme de diez a quince veces por la noche para que le rellenase el vaso con agua, para que le acercase una revista, para que le llevase el peine, para que le pusiera una manta, para que le echase colonia, para que avisase a las enfermeras, para que volviese a avisarlas una y otra vez, para que le tirase el contenido del orinal, para que le diese masajes, para que le limpiase el culo con papel higiénico, para que la bañase… Si no le hacía caso, se sentaba en la silla y venía a por mí a mi cama. Cuando la ayudaba me daba besos, abrazos y las gracias. Sabía que ella no necesitaba ayuda para hacer nada de lo que me pedía, pero que seguramente se había sentido muy abandonada y que necesitaba cariño. A lo mejor estiraba las relaciones hasta el máximo para ver si realmente la quería alguien o para confirmar que todo el mundo la abandona. Empecé a querer escapar de allí. Lo más fácil para mí era pedir un cambio de habitación, pero me parecía mucho más ético hablar del asunto con ella y fijar unos límites, aunque fuese algo difícil para mí. Le dije que por las noches, cuando llegase a la habitación, y por las mañanas, cuando me levantase, haría por ella todo lo que quisiera, pero que, una vez en la cama, necesitaba dormir y que por favor no me despertase. Esa noche me despertó más veces que nunca. Ella se dormía inmediatamente después de atenderla, pero a mí me desvelaba y más si acababa de mal humor por sentir que no se me estaba respetando. A la mañana siguiente pedí el cambio de habitación, aunque no parecían querer concedérmelo. Si hacía falta dormía en la sala común, pero a esa habitación no volvía. Si ellos no se iban a preocupar por mi salud, lo haría yo. Al final me cambiaron de habitación y mi excompañera no volvió a hablarme. Imagino que se ha sentido traicionada por mí.

Tener una enfermedad mental es un duro golpe para la autoestima, porque puedes fácilmente perder la confianza en ti mismo. Todo el mundo reinterpreta la realidad, los hechos pasan por el filtro de tu personalidad, tus vivencias, tu forma de pensar, tus conocimientos y tu sensibilidad (motivo por el que me gusta ampliar mis conocimientos, para tener un filtro más amplio); pero tu reinterpretación de la realidad pasa a ser de segunda categoría si tienes problemas mentales, porque temes estar equivocado más fácilmente que los demás y porque, si se sabe, pueden pensar que te equivocas, aunque tengas razón, lo que hará más difícil que puedas ganar una discusión. La enfermedad mental, debido al estigma social, puede condenarte a la soledad, porque hay una parte de ti mismo que no puedes mostrar al mundo y porque estás obligado a esconderte para evitar los prejuicios.

Creo que un día vi morir a una compañera. Era una mujer que estaba siempre angustiada y que casi no podía vestirse ni comer sola ni hablar por los nervios. Estábamos comiendo en el comedor todos juntos, cuando una interna vio que se estaba ahogando con la comida. Su cuerpo no reaccionaba de ninguna manera: ni tosía ni nada. Tres enfermeras corrieron hacia ella. Una agarró su estómago por detrás y apretó varias veces, mientras las otras separaban las mesas y las sillas para dejar espacio. El cuerpo de la mujer seguía sin reaccionar y estaba cianótico (presentaba una coloración azulada). La tendieron en el suelo intentando reanimarla y nos sacaron a todos de la sala. Tiempo después metieron una cama y la devolvieron a su sitio vacía a los pocos minutos. Nos dijeron que se encontraba bien, pero no me lo creo. Aunque el personal hospitalario a mí particularmente me ha tratado bien en todo momento y ha sido amable conmigo, es cierto que tiende a utilizar ciertas técnicas, entre ellas mentir a los pacientes para manipular su comportamiento (para que no protesten, para que acepten algo que no quieren, para intentar que se les olvide lo que quieren, etc.), y no me creo que esa mujer siga viva sólo porque ellos lo digan.

Las visitas de algunos de los internos me decían que qué hacía yo en un sitio como ese, que siempre me veían sonreír, que parecía una persona normal, que consideraban que ese lugar me podía venir muy mal y que por qué no me sacaban ya de allí. La psiquiatra me preguntaba a menudo si tenía pensado suicidarme al salir. Yo no miento, así que no le iba a decir que no. Le pregunté si me iba a tener allí encerrada hasta que le dijera que no y me contestó que ese era el plan. Le dije que si en trece años las ganas de morirme no habían desaparecido no lo iban a hacer en dos semanas encerrada allí, que aunque me tuviera un año, le seguiría diciendo que no le puedo asegurar que no me vaya a matar. Al final me dio el alta y prometí a mis compañeros que volvería para visitarles, aunque no me creyeron. A los pocos días volví y le dije a las enfermeras que venía a ver a las personas que no tenían visitas para que no se sintieran solas, pero no me dejaron pasar, alegando que no era bueno para ellas, algo que es totalmente falso.

Ingreso en hospital psiquiátrico. TeRespondo

por anushanimport 19/03/2017 13:16 publicado: 20/03/2017 10:36

He llegado aquí para informar, dar a conocer y compartir con todos vosotros mi experiéncia despues de haber sido ingresado en varias ocasiones en distintas unidades psiquiátricas.
Estuve ingresado de manera voluntaria en la UPD Unidad de Patologia Dual del Instituto Psiquiátrico Universitario Pere Mata de Reus - Tarragona 37 dias en 2012 / 90 dias en 2013 y 30 dias en 2014. Luego estuve tambien de manera voluntária 18 dias ingresado en 2016 en una comunidad terapéutica La Granja Escola Castellò tambien de Reus - Tarragona y el último ingreso, esta vez en contra de mi voluntad, fué de 11 dias en 2016 en la enfermeria de la CPU la unidad de agudos del Pere Mata de Reus - Tarragona.
Respondere a cualquiera de vuestras preguntas de manera veraz segun mi experiéncia personal, tambien os invito a que comenteis vuestras propias experiencias.
Por cierto, mi diagnóstico és: Transtorno de personalidad inespecifico.
Un saludo


--Tiene 195 respuestas el enlace, interesante porque hay quien suelta la chapa sobre sus experiencias---

Mi segundo ingreso involuntario en una clínica psiquiátrica

El reingreso


Dos años después de mi ingreso psiquiátrico que os contaba en el mencionado blog, y cuando más activa estaba en mi objetivo de trabajar para un cambio en el tratamiento de la salud mental, resulta que vuelvo a estar en un hospital otra vez, donde llevo ya 21 días ingresada en contra de mi voluntad y la de mi familia, medicada con antipsicóticos (30 mg), ansiolíticos (si no puedo dormir) y estabilizantes (retirado porque soy intolerante; después de tres semanas de administración he tenido un desequilibrio de los electrolitos), drogas con fuertes efectos secundarios.


La relación de los hechos


El pasado sábado 19 me encontraba en Barcelona, quizás más acelerada de lo normal después de una semana de un cierto descontrol, con emociones varias, pocas horas de sueño, ingesta –aunque en poca cantidad- de alcohol, y citas nocturnas. La idea era retirarse ese sábado a un lugar más tranquilo, pero yo y mi amiga caímos en la tentación de salir de fiesta… Como consecuencia, al domingo siguiente a media mañana me encontraba muy cansada y en un estado de cierto desconcierto.


En este estado tuve la genial idea de realizar una performance. Llevé el coche hasta la playa, puse música y comencé a regalar mi ropa que ya no usaba. Al poco rato se personó la policía municipal y me detuvo; les pedí que necesitaba orinar, beber agua y dormir, pero dijeron que iba bebida y/o drogada, y no solamente no me dejaron hacer ninguna de estas cosas sino que, cuando hube de orinarme encima, me humillaron al máximo manteniéndome sentada sobre mi pis.


Cuando les llegó mi historial clínico con antecedentes psiquiátricos, y sin ningún tipo de control de alcoholemia ni de drogas, directamente llamaron a una ambulancia, que me llevó hasta un hospital, donde sin más empezaron a suministrarme medicación. Evidentemente, este tipo de performances merecen una reprimenda, quizás alguna sanción, pero ¿qué persona en su juventud, una noche loca sin dormir no ha realizado incluso actos más extraños e incluso peligrosos? Y no por ello lo han detenido, sino que le han dejado ir después de un pequeño rapapolvo. Es evidente que al ver el historial clínico de Ayla, se activó un protocolo totalmente discriminatorio.


El periplo de hospital en hospital


A las pocas horas de estar en el primer hospital, de nuevo en ambulancia hasta un segundo centro. Allí me visitan mi madre y mi excompañero, que tratan de mediar con la psiquiatra sin éxito alguno. Resultado: más medicamentos y de nuevo en ambulancia hasta un tercer hospital, y más medicamentos.


La estancia el tercer hospital


Las condiciones de vida en este lugar son de cierta calidad, los enfermeros y auxiliares amables y atentos, hay cierta libertad de movimientos y de visitas, un patio interior… pero hasta el jueves 23 no aparece el psiquiatra juez, que debe dictaminar si he de seguir encerrada o no. El psiquiatra de oficio, apenas aparece y, mi madre no ha consiguió hablar con él hasta una semana después…. Sigo internada. Soy consciente que estoy algo acelerada, pero no como para estar internada en la unidad de enfermos agudos, como corrobora mi familia.


Pasan los días, me siento agobiada, tengo fiebre y infección de orina (tardaron 10 horas en darme tratamiento), síntomas premenstruales, estoy espesa, mareada. Me suministran cuatro pastillas diarias. Todo el día encerrada, 19 horas de aburrimiento absoluto, con excepción de las horas de visita y de patio. La última semana he entrado en un programa llamado Hospitalización Parcial, dónde por las mañanas hacemos actividades varias, el día se hace más ameno.


Y ya.
Ni es lo que sale en el nido del cuco y/o películas de Hollywood, poco menos que el infierno sobre la Tierra, ni un lugar bucólico donde pasar los días relajado a base de potentes sustancias, alejado de las preocupaciones del mundo.
 
Según se mire no pinta tan mal. Si algún día nos cierran el foro por maltratadores terroristas, que nos metan ahí a todos, mejor que la cárcel será.

Al principio igual se sorprenden de que los admins nos vayan organizando la estancia allí y les hagamos caso para que no nos baneen, pero cuando vean que nos mantienen a todos bajo control, salvo alguna invasión a la sala de televisión para trolear, los dejarán administrar.

Allí pues comer, dormir, leer, contar anécdotas y hablar de todo tipo de temas, y pagafantear a las pocas foreras que haya.



Que hablando de eso, si están allí todos juntos y mezclados, qué tal el sexo con las internas? Es factible?
 
Otra persona que conocí y que se suicidó la pobre, también la metieron ahí en este caso por lo poco que me contó, no hubo muchos loles y no se explayó nada en ese periodo, pero una vez fuera había varias cosas curiosas.

Estaba diagnosticada con transtorno límite de la personalidad (TLP)


Tenía dos hijos con un pavo, pero estaba divorciada y él tenía la custodia de los dos. Los veía una vez por semana unas horas o así.

Ella estuvo un tiempo viviendo con sus padres pero al parecer la relación era malísima. El padre llegó a quitarle las llaves de casa para controlar a qué hora volvía por la noche y esas cosas.

Como por lo suyo cobraba una paguita de cuatrocientos y pico euros, alquiló compartido un piso y malvivia con eso y limpiando casas. Llegó a visitar la mía pero al final decidí limpiar yo. Todavía limpiaba por entonces.

Al final se suicidó con las pastillas recetadas y mucho alcohol.

Yo no la conocía mucho. Era más amiga de un amigo que se la follaba y eso.

Luego nos enteramos que se follaba a unos cuantos más cuando saliaa por las noches, y que bebía como una cosaca y cosas así.

A mí la verdad eso me daba igual, parecía buena gente.

Pero de todas formas lo que es seguro es que una mujer con TLP en España y con las leyes actuales es lo más peligroso para un tío, así que ojito con quién os encamais.
 
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Habláis como si esto no lo fuera cabrones,la única ventaja es que aquí un spizo no te va a apuñalar por la espalda sin venir a cuento en mitad de un pasillo :lol:
 
El primer sitio en el que estuve ingresado fue en la planta de psiquiatría del Hospital Miguel Servet de Zaragoza donde ingresé tras intentar suicidarme. De allí me di a la fuga al día siguiente tras tener una reacción paradógica con el trileptal logrando evitar a los seguratas uno tras otro al estilo de cómo se zafaba Maradona de los futbolistas contrarios. Una reacción paradógica es cuando un medicamento hace el efecto contrario que se supone debe hacer, en vez de aplacarme me dio un subidón de la hostia y me puse aceleradísimo y muy muy agresivo. Cogí el coche y a toda pastilla a velocidad muy muy temeraria me fui a refugiarme a mi pueblu, al altura de Uesca me di una hostia que no me maté no sé como, llegaron los picoletos... hicieron falta una docena para reducirme y me llevaron de vuelta al manicomio. Allí estuve quince días hasta que me soltaron, salí bien librado ya que el manicomio era responsable por mí y no me procesaron ni nada por el pifostio que monté. Claro que la culpa no la tuve yo sino la reacción paradógica de los huevos. La vida allí era muy aburrida, dar vueltas arriba y abajo en el pasillo sin para al estilo de la peli "El Expreso de Medianoche". Hice amistad con todos los locos, la mayoría me cogieron muchísimo cariño, me ligué a una cuarentona de muy buen ver, rubia y de ojos azules, tetas muy gordas con trastorno bipolar. Le partí la cara a un panchito muy chiflado que me insultó gravemente en una comida. Una noche vi como las auxiliares que iban con el carrito con el que repartían las pastillas se les caían todas al suelo y antes de que se diera cuenta la jefa las metieron otra vez todas en los botecicos al azar, los iban rellenando como les ocurría. No veáis qué noche más divertida con alaridos de enfermos que tomaban pastillas de un compañero en vez de las suyas propias. El psiquiatra de jefe resultó ser un impresentable del Opus que me decía que yo de niño cuando tenía diez u once años me ponía los zapatos de mi madre, cuando le replicaba que ni de lejos me decía que no me acordaría pero que seguro que lo hacía. Entonces yo le decía que mi madre murió cuando un servidor tenía tres años, entonces me replicaba que entonces lo haría con los zapatos de alguna tía o prima. En fin... no sé, ¿os hablo del segundo ingreso?
 
El primer sitio en el que estuve ingresado fue en la planta de psiquiatría del Hospital Miguel Servet de Zaragoza donde ingresé tras intentar suicidarme. De allí me di a la fuga al día siguiente tras tener una reacción paradógica con el trileptal logrando evitar a los seguratas uno tras otro al estilo de cómo se zafaba Maradona de los futbolistas contrarios. Una reacción paradógica es cuando un medicamento hace el efecto contrario que se supone debe hacer, en vez de aplacarme me dio un subidón de la hostia y me puse aceleradísimo y muy muy agresivo. Cogí el coche y a toda pastilla a velocidad muy muy temeraria me fui a refugiarme a mi pueblu, al altura de Uesca me di una hostia que no me maté no sé como, llegaron los picoletos... hicieron falta una docena para reducirme y me llevaron de vuelta al manicomio. Allí estuve quince días hasta que me soltaron, salí bien librado ya que el manicomio era responsable por mí y no me procesaron ni nada por el pifostio que monté. Claro que la culpa no la tuve yo sino la reacción paradógica de los huevos. La vida allí era muy aburrida, dar vueltas arriba y abajo en el pasillo sin para al estilo de la peli "El Expreso de Medianoche". Hice amistad con todos los locos, la mayoría me cogieron muchísimo cariño, me ligué a una cuarentona de muy buen ver, rubia y de ojos azules, tetas muy gordas con trastorno bipolar. Le partí la cara a un panchito muy chiflado que me insultó gravemente en una comida. Una noche vi como las auxiliares que iban con el carrito con el que repartían las pastillas se les caían todas al suelo y antes de que se diera cuenta la jefa las metieron otra vez todas en los botecicos al azar, los iban rellenando como les ocurría. No veáis qué noche más divertida con alaridos de enfermos que tomaban pastillas de un compañero en vez de las suyas propias. El psiquiatra de jefe resultó ser un impresentable del Opus que me decía que yo de niño cuando tenía diez u once años me ponía los zapatos de mi madre, cuando le replicaba que ni de lejos me decía que no me acordaría pero que seguro que lo hacía. Entonces yo le decía que mi madre murió cuando un servidor tenía tres años, entonces me replicaba que entonces lo haría con los zapatos de alguna tía o prima. En fin... no sé, ¿os hablo del segundo ingreso?

Cuenta cuenta. Me gustan las historias de huidas.
 
El primer sitio en el que estuve ingresado fue en la planta de psiquiatría del Hospital Miguel Servet de Zaragoza donde ingresé tras intentar suicidarme. De allí me di a la fuga al día siguiente tras tener una reacción paradógica con el trileptal logrando evitar a los seguratas uno tras otro al estilo de cómo se zafaba Maradona de los futbolistas contrarios. Una reacción paradógica es cuando un medicamento hace el efecto contrario que se supone debe hacer, en vez de aplacarme me dio un subidón de la hostia y me puse aceleradísimo y muy muy agresivo. Cogí el coche y a toda pastilla a velocidad muy muy temeraria me fui a refugiarme a mi pueblu, al altura de Uesca me di una hostia que no me maté no sé como, llegaron los picoletos... hicieron falta una docena para reducirme y me llevaron de vuelta al manicomio. Allí estuve quince días hasta que me soltaron, salí bien librado ya que el manicomio era responsable por mí y no me procesaron ni nada por el pifostio que monté. Claro que la culpa no la tuve yo sino la reacción paradógica de los huevos. La vida allí era muy aburrida, dar vueltas arriba y abajo en el pasillo sin para al estilo de la peli "El Expreso de Medianoche". Hice amistad con todos los locos, la mayoría me cogieron muchísimo cariño, me ligué a una cuarentona de muy buen ver, rubia y de ojos azules, tetas muy gordas con trastorno bipolar. Le partí la cara a un panchito muy chiflado que me insultó gravemente en una comida. Una noche vi como las auxiliares que iban con el carrito con el que repartían las pastillas se les caían todas al suelo y antes de que se diera cuenta la jefa las metieron otra vez todas en los botecicos al azar, los iban rellenando como les ocurría. No veáis qué noche más divertida con alaridos de enfermos que tomaban pastillas de un compañero en vez de las suyas propias. El psiquiatra de jefe resultó ser un impresentable del Opus que me decía que yo de niño cuando tenía diez u once años me ponía los zapatos de mi madre, cuando le replicaba que ni de lejos me decía que no me acordaría pero que seguro que lo hacía. Entonces yo le decía que mi madre murió cuando un servidor tenía tres años, entonces me replicaba que entonces lo haría con los zapatos de alguna tía o prima. En fin... no sé, ¿os hablo del segundo ingreso?
A mí me quieren ingresar en el ala psiquíatrica de un hospital. Otro día lo cuento, si eso.
Le leo polla en mano y risketos en la otra. Prosiga.
 
A mí me quieren ingresar en el ala psiquíatrica de un hospital. Otro día lo cuento, si eso.
Le leo polla en mano y risketos en la otra. Prosiga.

Deberías contarlo antes de que te ingresen, que allí no hay internet.
 
Me olvidé contaros de que antes de coger el coche me fui corriendo por la salida de urgencias hasta la Z-30, de allí subí hasta el cementerio, eran las tres de la madrugada y me metí a un velatorio donde no había nadie. Allí había un señor mayor encerado bien muertecico y bien solo, la familia lo había dejado allí para irse a dormir. Hice compañía al muerto desconocido varias horas mientras tenía pensamientos extrañísimos y aceleradísimos y negrísimos y poco antes de amanecer me fui a buscar mi coche y me fui a todas pastilla de Zaragoza.

De mi primer ingreso salí con la cabeza muy aturdida y un diagnóstico de trastorno de personalidad límite, lo cual para una persona que ni ha bebido en la vida, ni ha tomado drogas, ni le ha gustado el juego ni ha ido nunca de putas pues como es que es bastante risible. El diagnóstico fue errado, como posteriormente se verá. Un año después del primer ingreso al ver que no levantaba cabeza pedí ingreso en la Unidad de Trastorno de la Personalidad del Hospital Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza. Allí estábamos seis personas ingresadas día y noche más otras dos o tres que estaban de ingreso sólo de día. El primer día me interrogó un enfermero que me preguntó entre otras cosas si había sido vagabundo en alguna ocasión y que si era maricón. El mismo día de mi ingreso simultaneó su entrada conmigo una tía de 38 tacos que parecía que tuviera sesenta debido al abuso de barbituricos para dormir. La tía nada menos era notaria y a esa edad estaba ya jubilada por una lesión del recopón de al espalda que hacía que no pudiera andas más cien metros seguidos sin apoyarse y aún así con bastón. Conocí una fauna de la hostia, la mayoría de la gente eran tías con serios problemas de ninfomanía. Recuerdo a una que ingresó al mes de estar yo allí que contaba que su primera experiencia sexual había sido con nueve años y que con trece ya había hecho de todo. Yo le pregunté: "¿Qué quiere decir de todo" Y me respondiö:"Pues quiere decir sexo con hombres, con mujeres, en grupo, con animales, por todos los orificios... de todo". También había otra que había nacido en Alemania hija de emigrantes extremeños, una carita de porcelana, era una ex-sargento expulsada del ejército. Robaba en la cocina del cuartes para vender en los mercados de abastos y pagarse operaciones de cirugía estética, era bellísima, pero inexpresiva y artificial. La expulsaron por robar, obviamente. No me acuerdo de cuántas cosas se había operado ya pero era un disparate, su familia había obtenido que un juez mandara una orden a todos los cirujanos de España para que no la operaran más, para que os hagáis a la idea. ¿Sigo con el rollo?
 
Me olvidé contaros de que antes de coger el coche me fui corriendo por la salida de urgencias hasta la Z-30, de allí subí hasta el cementerio, eran las tres de la madrugada y me metí a un velatorio donde no había nadie. Allí había un señor mayor encerado bien muertecico y bien solo, la familia lo había dejado allí para irse a dormir. Hice compañía al muerto desconocido varias horas mientras tenía pensamientos extrañísimos y aceleradísimos y negrísimos y poco antes de amanecer me fui a buscar mi coche y me fui a todas pastilla de Zaragoza.

De mi primer ingreso salí con la cabeza muy aturdida y un diagnóstico de trastorno de personalidad límite, lo cual para una persona que ni ha bebido en la vida, ni ha tomado drogas, ni le ha gustado el juego ni ha ido nunca de putas pues como es que es bastante risible. El diagnóstico fue errado, como posteriormente se verá. Un año después del primer ingreso al ver que no levantaba cabeza pedí ingreso en la Unidad de Trastorno de la Personalidad del Hospital Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza. Allí estábamos seis personas ingresadas día y noche más otras dos o tres que estaban de ingreso sólo de día. El primer día me interrogó un enfermero que me preguntó entre otras cosas si había sido vagabundo en alguna ocasión y que si era maricón. El mismo día de mi ingreso simultaneó su entrada conmigo una tía de 38 tacos que parecía que tuviera sesenta debido al abuso de barbituricos para dormir. La tía nada menos era notaria y a esa edad estaba ya jubilada por una lesión del recopón de al espalda que hacía que no pudiera andas más cien metros seguidos sin apoyarse y aún así con bastón. Conocí una fauna de la hostia, la mayoría de la gente eran tías con serios problemas de ninfomanía. Recuerdo a una que ingresó al mes de estar yo allí que contaba que su primera experiencia sexual había sido con nueve años y que con trece ya había hecho de todo. Yo le pregunté: "¿Qué quiere decir de todo" Y me respondiö:"Pues quiere decir sexo con hombres, con mujeres, en grupo, con animales, por todos los orificios... de todo". También había otra que había nacido en Alemania hija de emigrantes extremeños, una carita de porcelana, era una ex-sargento expulsada del ejército. Robaba en la cocina del cuartes para vender en los mercados de abastos y pagarse operaciones de cirugía estética, era bellísima, pero inexpresiva y artificial. La expulsaron por robar, obviamente. No me acuerdo de cuántas cosas se había operado ya pero era un disparate, su familia había obtenido que un juez mandara una orden a todos los cirujanos de España para que no la operaran más, para que os hagáis a la idea. ¿Sigo con el rollo?
Deje de hacerse el interesante, ya lo es.
Le leemos.
 
La tía esta que se desvirgó con nueve años era la hostia, un problema de ninfomanía del recopón. Contaba que su marido era camionero de rutas internacionales de esos que estaba semanas enteras fuera de casa y que si su marido estaba diez días fuera estaba con diez tíos diferentes mínimo, y que no bajaba nunca de uno al día, y a veces eran dos o más... y follaba sin condón ni hostias, y decía que nunca había cogido ninguna enfermedad y en los análisis que le hicieron en el hospital (a todos nos los hacían de venéreas allá) salió limpia. También había otra tía que a sus 23 años ya había abortado ocho veces, era hija adoptada por unos señores mayores a los que amargó la vejez. Chiflada total, montaba broncas por lo más mínimo. Su madre biológica era una prostituta de la calle del caballo de Zaragoza. Después de mi ingreso un dí que pasé por esa calle la vi con minifalda provocando a los paseantes. Es terrible ver como una persona criada en una familia de gente trabajadora normal acabe exactamente igual que su madre biológica a la que no trató en la vida. También había un tío de mi quinta, que era maricón, el tío se había pegado los últimos doce años de suvida sin salir de su cuarto salvo los sábados por la noche que se iba de marcha y se ponía hasta el culo de drogas y hacía que le dieran por el ojete. Había obligado a sus padres a que le colgaran un pc del techo para manejarlo desde la cama sin levantarse, y no sólo eso: Había hecho que le instalaran una nevera a un lado de la cama y un retrete al otro para así evitar moverse lo menos posible. El tío estaba gordísimo como puede suponerse, era un broncas de campeonato y a la vez un encanto.¿Sigo?
 
Siga, por favor...
Está siendo un relato muy interesante
 
También había un tío de la quinta de Verruga. Era del barrio del Raval de Barcelona, hincha del Español, charnego. Politoxicómano, extremadamente violento, cumplía condena en Zaragoza por incidentes muy violentos y muy graves a la salida de un partido. Nos hacían pruebas para saber nuestro deterioro mental, el tío no se sabía ni el alfabeto ni la tabla de multiplicar. A mí me quedó la duda de si eso se debía al abuso de drogas o al hecho de que nunca los había sabido. El tío vino de prisión al manicomio, si se portaba bien en el hospital y acababa la terapia quedaba en libertad. El tío se portó como un santo, fue mi compañero de cuarto durante los tres meses de ingreso salvo la primera semana y la última. ¿Sigo?
 
Hijoputa, un retrete al lado de la cama...

Lo de usar el pc desde la cama es entendible, lo de la neverita una pijada que mola, pero lo del váter...

Pulga ninguna ninfómana obtuvo tus favores?


Lo del muerto es de película.


Por qué preguntas "sigo" cada vez? Cuántas veces hay que decirte que si? Cuando queramos que pares ya te avisamos por carta.
 
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Prosiga ustec, hamijo @pulga , prosiga...
Y no olvide contarnos más anécdotas acerca de esas simpaticas internas...
Jack_nicholson.gif
 
Os cuento algo de la rutina diaria:

Nos levantabamos a las ocho, hacíamos gimnasia con algo de taichí, después nos duchábamos y limpiábamos el cuarto. Nos daban de desayunar leche de soja con galletas raras de no sé qué hostias ya que el doctor Larrosa decía que según no sé qué estudios los no sé qué de la soja aliviaban la depresión y estábamos siendo objeto de un experimento para comprobarlo. Después de eso teníamos terapia de grupo. A las once nos daban una pieza de fruta y después hacíamos psicodrama hasta las una. Entonces nos daban de comer, el menú estaba personalizado según las analiticas y el peso de cada paciente. Como por aquel entonces estaba muy flaco me daban de comer más que a ninguno, lo que provocaba envidias entre los otros. Después de esto teníamos terapia ocupacional hasta las cinco, modelábamos mucho barro, hacíamos máscaras y pintábamos sobre todo. A las cinco nos daban una fruta. Después de esto uno de nosotros hacía "un taller" de cosas que sabía hacer. Yo daba clases de inglés una vez a la semana, la ex-militar no enseñaba krav magá. La notaria nos enseñaba cosas de derecho por si algún día teníamos problemas con el banco, o los vecinos o quien fuera. El charnego nos enseñaba futbol ya que había sido delantero del Español B, etc. Así nos hacían sentirnos útiles. Luego a las ocho cenábamos. A las ocho y medía cogíamos el periódico y comentábamos alguna noticia debatiendo y así hasta las nueve y media, nos dejaban ver la tele o hacer loque quisiéramos hasta las diez y media y a la cama.

Una vez a la semana teníamos sesión con el psiquiatra y otra con la trabajadora social.

Ah, nos daban medicación con cada comida, siempre eran cinco pastillas rojas,en su mayoría placebos para evitar que al discutir entre nosotros nos reprocharamos que unos estábamos más locos que otros por tomar más pastillas. Cinco para cada uno cada vez y solucionado.

¿Y qué ponen en la tele del psiquiátrico?

Nos ponían pinículas de superación y también de chifladuras para que nos reconociéremos a nosotros mismos y pudiéremos progresar: Nos pusieron por ejemplo varias veces "Inocencia interrumpida".
 
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