Papá, no sé si estarás leyendo esto. Por si acaso, allá va:
No creas que, si no te cojo el teléfono, es porque te odie; todo lo contrario. Se muy bien que, si me prohibiste llevar cazadora y pantalones vaqueros hasta los 13 años mientras todos mis compañeros de la EGB los llevaban desde tempo atrás, era por mi bien: Porque esas prendas eran "de macarra". Ser un macarra era lo peor que se podía llegar a ser; casi tan malo como ser maricón. Gracias a ti ha quedado grabado en mi alma como uno de los días más felices de mi vida aquel en que por fin me hice con una chaqueta vaquera azul índigo (marca Marlboro) y unos vaqueros, que por supuesto tú me acompañaste a comprar.
Tampoco te odio por haberme obligado a llevar durante años aquel maletín marrón de médico viejo, gracias al cual el largo camino desde la verja del colegio al aula se convertía cada mañana en paseo vergonzante y blanco de burlas. Sé que también lo hacías por mi bien: porque los libros se estropeaban en las mochilas (que también eran de macarra), y el lugar apropiado para ellos sólo podía ser un maletón de cuero, con el que una vez un profesor se tropezó y gritó, para chanza de los compañeros: "¡Aparten las maletas del pasillo, por favor!"
Qué decir de tu esfuerzo por acceder a llevarme (convencido sobre todo por mamá) a aquellas clases de ballet durante dos años, para, seguidamente y sin consulta previa, arrebatármelas y obligarme a asistir a aquel apestoso tatami donde practicar karate junto a aquel entrenador nanci era la mejor guinda para un día de mierda. Que sí, que los katas se me daban muy bien gracias a mi formación dancística, pero enfrentarme a aquellos bestias en el kumite era otra cosa. Aun así, sé que lo hacías por mi bien: El ballet era de maricones y las artes marciales, una formación inexcusable para cualquier hombre de pro.
Siempre te agradeceré, finalmente, los insultos y las hostias a rodabrazo que, como buen macho alfa, me dedicabas a menudo. Yo sé que venías estresado del trabajo y, como te digo, sé que era todo por mi bien.
No te odio, papá, no. Y algún día te haré saber esto y más cuando, postrado en un frío lecho de hospital, me indiques con los ojos muy abiertos y los labios descompuestos por el terror que hay que avisar a la enfermera...