Con 23 años, después de discutir con una medio novia y decidiendo que ya estaba harto de tanta milonga y nada de mojar, decidí darle el "escarmiento" yéndome la primera vez de putas. Bufff sangre, sudor y lágrimas decidirme a superar el miedo... Pagué la novatada con una chica, un par de años más joven que yo, que viendo mi inexperiencia y el calentón, empezó a pedirme dinero para complar chicles en un kiosco, y convencerme al rato que en vez de follar podía hacerme un francés natural. Toda la vida soñando con aquello (mi polla en la boca de una tía, que por cierto estaba muy güena) y casi no sentí nada: pensé de mí que era un gusano extraterrestre, aunque ahora comprendo que la tía se implicaba menos que un banquero dando limosnas. Fría como el hielo polar.
Como salí frustrado de aquella pifia, el resentimiento mental pudo más que mi angelito bueno, y a los dos días me fui a ver chicas que daban vueltas arriba y abajo y me encontré a una rubia con muchas curvas que me trató con mucho más cariño que el que yo esperaba, sobre todo habiendo visto lo que me había ocurrido la primera vez. Fue dulce, cariñosa, me lavó muy despacito hasta sentirme en la gloria y luego se puso a cabalgar encima de mí (follándomela yo a ella o follándome ella a mí???) apretando los labios hasta que me hizo ver las estrellas... Sin condón, sí, sin condón.
Me envicié.
A la semana estaba con una medio filipina-medio española que me ordeñó mejor que nadie agarrándome de los huevos. Me fui con ella a tomar cervecitas y me contó su historia. Lo clásico. Quedamos en repetir y nunca más nos vimos.
Al mes, me encontré una chica de Jaén que recuerdo aún como si la estuviese viendo pese a todos los años transcurridos: una cruz de madera colgada entre dos pechos, perfectos, moviéndose como yo sólo había visto en las películas. Gemía bajito y estaba muy húmeda. Cuando yo ya me vestía a toda prisa, como hacía siempre para salir por pies, me cogió del brazo, me tendió a su lado, y estuvimos hablando más de una hora mientras le besaba los pechos, y ella me sonreía con una mirada llena de ternura y le miraba la cruz... 2.000 pesetas (ahora me da pena haber regateado con ella cuando podía haberle pagado el doble) y creo que terminé casi enamorado... Nunca me atreví a volver con ella porque pensé que le diría algo que jamás imaginé que pudiera decirle a una puta. Siempre la recordaré por muchos años que viva.
Aquel día comprendí mejor que nunca que una puta es una mujer; una mujer como cualquiera, e incluso a veces mucho mejores que algunas "normales".