A finales de los 80 el tema de las pajas era un asunto serio. Se aprovechaba absolutamente todo. Había que concentrarse, estar atento, acechar cualquier oportunidad de ir acumulando material para la posterior remembranza onanista. Recordar no era suficiente, había que embalsamar cualquier ligera evocación, anclarla a la memoria, ser disciplinado y regular, mantener vívidos los contornos de cada imagen, de cada minúsculo estímulo. Desérticas y sufridas travesías de miles y miles de pajas había que solventarlas con un aparejo famélico: la teta fulgurante y redentora de Sabrina en el especial de Fin de Año, la maraña púbica de la Verdú siempre generosa en su entrega a la afición, las turistas embistiendo la calima de Benidorm con sus pitones encendidos...Se cerraban los ojos y los destellos gloriosos de aquellos recuerdos acudían como fogonazos incandescentes, vibrantes, lúbricos, resplandecientes en la oscuridad insondable de la memoria. Era un acto de fe, una conexión mística con las profundidades de nuestra mente.
No era sexo, era voluntad, la persistencia, el vínculo emocional con determinados volúmenes, con aquella terra incognita que era entonces la mujer y su sacrosanta anatomía. Pero hoy todo empacha, se vulgariza, se vuelve laico y rutinario. Una teta es una anécdota sin efecto, ha perdido sus superpoderes y hay más interés en categorizarla, en colocarla en su estantería correspondiente que desabrocharse la bragueta y aprovechar una oportunidad única. Teta y paja. Paja y teta. El desenlace era automático, mecánico y extático. Con las tetas no se bromeaba, no había ocasión para ponderar sus calidades, era el totem de nuestra adolescencia y todos bailábamos a su alrededor erectos como derviches.
Dios.. una teta.., ¡UNA TETA! Doña Teta. Su Excelencia la Teta. Su Alteza Real la Teta. Santas, santísimas, milagrosas tetas. Metías la cabeza en el canalillo y la sacudías con violencia para abofetearte los mofletes con sus tetas. Cogías una en cada mano y de rodillas, confesabas tus pecados y obtenías el perdón y el Paraíso. Las apretabas, las chupabas, las mordías, las mirabas hipnotizado, embebido, fanático, trémulo de admiración y Gracia divina. Las palpabas una vez más para asegurarte, para certificar la lucidez y la fortuna de aquel momento. Y sin embargo, hoy y ahora ante nosotros, miríficas y rotundas, dos magnificas tetas que algún día serán el primer sustento de una camada, reducidas a una adivinanza, desactivadas, convertidas en un acertijo. Nadie derrama simiente en su honor, nadie las loa y ni las pretende. Me hago viejo, no entiendo este mundo, quiero tener 14 años otra vez y darle a la zambomba con los catálogos de lencería de Venca, olisqueando entre los sujetadores trasparentes por si se adivinaba la sombra de un pezón.