Yo sí y viene al tema del hilo de ser sociópata.
Tony era el gamberro oficial del pueblo, con su metro ochenta a los 14 años y QUE FUMABA y repartía palizas como un cabrón, no nos dejaba ni movernos.
Así que un amigo (al que llamaré ferodo) y yo, un día le esperamos a la salida de clase particular (era retrasado) y fuimos pertrechados con un bote de Volvone y dos palos de escoba y tres trapos de cocina: dos para taparnos la cara a modo de cuatreros (trate de llevar pasamontañas pero no encontré ninguno) y uno que empapamos en volvone, aquello daban gómitos y dolores de estógamo y diarreas sólo con olerlo, y no exagero ni un ápice.
Había un tramo de la cuesta de la casa del cura en la que Tony iba desmontado de su inserparable Orbea, luego cuando llegaba a cierto punto de la aforementioned cuesta, gustaba de montarse en la bici y bajar COMO EL LOCO HIJO DE PUTA QUE ERA a toda velocidad pendiente abajo. Llegando el hijo de perra, estoy seguro de ello, a ver combarse el espacio-tiempo de la marcha que agarraba: era un puente Einstein-Rosen-Orbea, un agujero de gusano del agro que aquel malnacido obraba con suma habilidad.
Yo sabía todo esto porque había observado sus rutinas, usos y costumbres esperando un momento propicio en el que nuestro Polifemo particualr fuese tan vulnerable como Cenobita a un pizpireto ditirambo o a una buena cam whore de la Tracia (cenobiten es de gustos eclécticos, putos analfabetos).
El caso es que nos apostamos de cúbito prono a un costado del camino que Tony frecuentaba y él nos superó y nos dejó atrás sin darse ni cuenta porque su visión periférica no era demasiado buena, como tampoco lo era su sentido del humor: en cierta ocasión me dio por decirle que su padre lejos de ser un hombre afable lo que era era un borracho, y me hizo morder una escalera saltándome un diente en el jacarondoso proceso.
Pues fuimos por detrás de él y algún sombrío instinto animal le debió avisar porque un instante antes del fatídico desenlace comenzó a darse la vuelta, como avisado por una mano invisible o un etéreo cambio de la presión del aire de que una inopinada amenanza se cernía inexorable sobre él y que las iba a pagar todas juntas.
Aplicamos con firme sonrisa el trapo untado en volvón en los ojos del afable abusón y confieso que no estaba preparado para lo que sucedió a continuación.
El otrora arrogante titán diríase que sobrevino espontáneamente en llorosa dama, aquellos ojos rojos como el corazón de pablemos ya no podían ver nada, y únicamente lágrimas brotaban abundantes de sus cuencas.
Lloraba como una niña, chillaba y daba unos alaridos espeluznantes retorciéndose por el suelo, Ferodo y yo nos miramos como apenados por lo que habíamos hecho, pero siendo antes y sobre todo unos consumados estetas, no podíamos permitir que el plan minuciosamente trazado a medias quedare y, haciendo de tripas corazón, sacamos de la mochila los sendos palos de escoba que habíamos traído con nos para la consecución de la venganza final sobre tan taimado malandrín: nuestras manos eran las mano de decenas de críos que se habían quedado sin bocadillos en el recreo y sin algún que otro diente.
Le metimos tan mirífica paliza, tal fue nuestra sincronía, tal la armonía que juraría que en ningún momento nos estorbamos a la hora de descargar la justiciera madera de aglomerado sobre el cuerpo del zagal.
Ni una vez coincidieron ambos palos a la vez sobre el prolongado cuerpo del deletéreo muchacho, antes bien alcanzamos una suerte de sinfonía del garrote en la que cada uno esperaba su turno espontánea pero a la vez educadamente.
Qué gritos, qué dolor, qué lloros, si no dijo pero por quéeeeeee, mil veces no lo dijo ninguna.
De nuestras vengadoras bocas prepúberes no exhaló el más mínimo ruido para evitar identificación sonora alguna, pues es bien sabido que estos cerriles muchachos de pueblo se quedan, incluso en las situaciones más apuradas de sus vidas, con el más leve indicio o pista para la posterior retaliación en contra de sus víctimas.
Luego, sin mediar palabras, y de nuevo en un maravilloso acto de silencioso entendimiento mutuo, sacamos sendas cucas a la vez con sincronización cuasi mecánica y descargamos los execrablebles contenidos de nuestras infantiles vejigas sobre la parodia de ser humano que yacía a nuestros pies.
Eso por apostón.
Todo esto, si bien adornado con mi habitual elocuencia escrita, es tan real como la vida misma, así como las dos semanas de ceguera que nuestro improvisado San Juan de la Cruz padeció en un hospital de Asturias.
Jejejeje.