naxo
Muerto por dentro+
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Yo tendría 15 años y era un pipiolo que usaba su tiempo libre en jugar al fútbol con los amigos, escuchar música y jugar al PC Fútbol en casa del único amigo con un ordenador decente. También había pajas, una por tarde (al menos), pero eso es otra historia.
Ella era de las más guapas de la clase, aunque para mi era top, y el tiempo se encargaría de darme la razón. Tenía largos cabellos color miel, era alta, delgada y con un sensual lunar que la hacía aun más deslumbrante, aplicada, amable y sencilla a la par que atractiva, de esas que no necesitan pintarse para destacar. Lo tenía todo.
Pero yo no podía tenerla a ella, y eso me frustraba. De haber conocido entonces al Aldeano, habría tomado otras medidas, pero con aquella edad, pese a destacar por mi ingenio, no conseguía destacar por mi belleza, así que tenía que intentar conquistarla ahí donde otros no se atreverían a llegar. Es por ello que desarrollé una idea infalible que NUNCA antes nadie puso en práctica en mi colegio: escribir cartas de amor.
Lo tenía todo pensado, el plan estaba milimétricamente calculado y solo había que ejecutarlo; NO se me escaparía. Fije una fecha en el calendario, el día de visita a un teatro, y me estrujé el cerebro para sacar mis mejores rimas.
Y ahí estaba yo, en mi escritorio, depurando mi técnica para escribir con la mano izquierda pese a ser diestro, pues era importante no dejar pruebas, viéndome como un juglar, enlazando versos y rimas hasta conseguir lo que mi profesora de literatura nunca habría creido que fuera capaz de crear: un soneto.
Estaba hecho, la criatura había sido engendrada y la fecha ya había llegado, así que me levanté, cogí la mochipanda y metí en ella el sobre color celeste, previamente perfumado con una embriagadora y dulce fragancia que saqué del cuarto de baño de mi abuela.
Una vez en el colegio, esperé a que los compañeros se ausentaran para, raudo y veloz, colocar el colorido sobre de forma estratégica en su cajón, donde ella lo pudiera ver pero nadie más pudiera percibir su presencia.
Al llegar del teatro, me fije en como ella cogía el sobre, lo observaba y lo guardaba. Estaba hecho, la primera batalla estaba ganada y solo había que esperar al día siguiente.
Fue algo decepcionante ver que no había demasiada reacción, así que tuve que planear una nueva incursión con el mismo procedimiento, pero siendo más ambicioso: lo haría en clase y nadie se daría cuenta.
Llegué a casa, me senté en la mesa y me estrujé los sesos nuevamente intentado superar mi anterior obra maestra, y lo conseguí, misma técnica de mano izquierda y otro magistral soneto con rimas aun más audaces que fue intriducido en un sobre similar y aderezado con el mismo embriagador perfume.
Al día siguiente yo era un manojo de nervios, tenía que hacer la blitzkrieg del amor y no las tenía todas conmigo. Había murmullos, miradas, rumores. Ya se sabía y la clase hablaba sobre ello en pequeños grupos, el clásico "no se lo digas a nadie, pero...". Daba por hecho que también habría miradas dirigidas hacia ese pupitre, así que tuve que cerciorarme que nadie estaba en clase, ni siquiera cerca, que todos estaban tomando su nutritivo bocadillo de mantequilla con jamonyor lejos de aquella clase. Una vez hecho, de manera rápida y discreta, con el sobre dentro de su mochila, ya me di por satisfecho y solo quedaba esperar.
Al siguiente día, y una vez llegado a clase, aquello ya estaba salido de madre: la gente juraba haber vistos cosas y daba nombres, había candidatos y se señalaba con el dedo impunemente a todo aquel que tenía un aura de sospechoso. Incluso las demás clases, sobre todo las mayores, estaban totalmente informadas de los hechos y se asomaban, preguntaban, miraban y se mofaban. No tenía precio
.
Decidí que aquel no era el día para decir nada, y posiblemente el día siguiente tampoco lo fuera, habría que esperar a que se relajasen las cosas, si es que se relajaban.
Pero no se relajaron, si no que durante un par de días fueron a peor, y lo que en un principio nació como un gesto del más genuino y celestial amor, puro e inmaculado, se convirtió en una sucesión de crueles juicios sumarísimos en los que hasta tres veces tuve que negar tener relación alguna con los hechos
.
Por supuesto, me las ingenié para que todos los focos se fijaran en aquel chico con mal aliento y peores uñas que tan pesadísimo era con ella, desviando la atención de mi persona, pese a que hoy día, y han pasado ya casi 20 años de aquello, hay quien lo sigue recordando y me sigue preguntando si yo fuí el que escribió aquellas cartas.
Ni que decir tiene que ella no tuvo nada que ver con el devenir de los acontecimientos, pero si fué culpable de que todo el mundo lo supiese, que fue lo que me dejó sin ganas de quitarme la máscara y proclamar a los cuatro vientos "¡SÍ, YO SOY TU AMADO!".
En esos momentos en los que veía mi OBRA CUMBRE irse al traste, la sensación que recuerdo tener era similar a esta
Y vosotros, mis mejores amigos, ¿habéis puesto vuestros sentimientos a disposición del populacho de similar o peor manera?
Ella era de las más guapas de la clase, aunque para mi era top, y el tiempo se encargaría de darme la razón. Tenía largos cabellos color miel, era alta, delgada y con un sensual lunar que la hacía aun más deslumbrante, aplicada, amable y sencilla a la par que atractiva, de esas que no necesitan pintarse para destacar. Lo tenía todo.
Pero yo no podía tenerla a ella, y eso me frustraba. De haber conocido entonces al Aldeano, habría tomado otras medidas, pero con aquella edad, pese a destacar por mi ingenio, no conseguía destacar por mi belleza, así que tenía que intentar conquistarla ahí donde otros no se atreverían a llegar. Es por ello que desarrollé una idea infalible que NUNCA antes nadie puso en práctica en mi colegio: escribir cartas de amor.
Lo tenía todo pensado, el plan estaba milimétricamente calculado y solo había que ejecutarlo; NO se me escaparía. Fije una fecha en el calendario, el día de visita a un teatro, y me estrujé el cerebro para sacar mis mejores rimas.
Y ahí estaba yo, en mi escritorio, depurando mi técnica para escribir con la mano izquierda pese a ser diestro, pues era importante no dejar pruebas, viéndome como un juglar, enlazando versos y rimas hasta conseguir lo que mi profesora de literatura nunca habría creido que fuera capaz de crear: un soneto.
Estaba hecho, la criatura había sido engendrada y la fecha ya había llegado, así que me levanté, cogí la mochipanda y metí en ella el sobre color celeste, previamente perfumado con una embriagadora y dulce fragancia que saqué del cuarto de baño de mi abuela.
Una vez en el colegio, esperé a que los compañeros se ausentaran para, raudo y veloz, colocar el colorido sobre de forma estratégica en su cajón, donde ella lo pudiera ver pero nadie más pudiera percibir su presencia.
Al llegar del teatro, me fije en como ella cogía el sobre, lo observaba y lo guardaba. Estaba hecho, la primera batalla estaba ganada y solo había que esperar al día siguiente.
Fue algo decepcionante ver que no había demasiada reacción, así que tuve que planear una nueva incursión con el mismo procedimiento, pero siendo más ambicioso: lo haría en clase y nadie se daría cuenta.
Llegué a casa, me senté en la mesa y me estrujé los sesos nuevamente intentado superar mi anterior obra maestra, y lo conseguí, misma técnica de mano izquierda y otro magistral soneto con rimas aun más audaces que fue intriducido en un sobre similar y aderezado con el mismo embriagador perfume.
Al día siguiente yo era un manojo de nervios, tenía que hacer la blitzkrieg del amor y no las tenía todas conmigo. Había murmullos, miradas, rumores. Ya se sabía y la clase hablaba sobre ello en pequeños grupos, el clásico "no se lo digas a nadie, pero...". Daba por hecho que también habría miradas dirigidas hacia ese pupitre, así que tuve que cerciorarme que nadie estaba en clase, ni siquiera cerca, que todos estaban tomando su nutritivo bocadillo de mantequilla con jamonyor lejos de aquella clase. Una vez hecho, de manera rápida y discreta, con el sobre dentro de su mochila, ya me di por satisfecho y solo quedaba esperar.
Al siguiente día, y una vez llegado a clase, aquello ya estaba salido de madre: la gente juraba haber vistos cosas y daba nombres, había candidatos y se señalaba con el dedo impunemente a todo aquel que tenía un aura de sospechoso. Incluso las demás clases, sobre todo las mayores, estaban totalmente informadas de los hechos y se asomaban, preguntaban, miraban y se mofaban. No tenía precio

Decidí que aquel no era el día para decir nada, y posiblemente el día siguiente tampoco lo fuera, habría que esperar a que se relajasen las cosas, si es que se relajaban.
Pero no se relajaron, si no que durante un par de días fueron a peor, y lo que en un principio nació como un gesto del más genuino y celestial amor, puro e inmaculado, se convirtió en una sucesión de crueles juicios sumarísimos en los que hasta tres veces tuve que negar tener relación alguna con los hechos

Por supuesto, me las ingenié para que todos los focos se fijaran en aquel chico con mal aliento y peores uñas que tan pesadísimo era con ella, desviando la atención de mi persona, pese a que hoy día, y han pasado ya casi 20 años de aquello, hay quien lo sigue recordando y me sigue preguntando si yo fuí el que escribió aquellas cartas.
Ni que decir tiene que ella no tuvo nada que ver con el devenir de los acontecimientos, pero si fué culpable de que todo el mundo lo supiese, que fue lo que me dejó sin ganas de quitarme la máscara y proclamar a los cuatro vientos "¡SÍ, YO SOY TU AMADO!".
En esos momentos en los que veía mi OBRA CUMBRE irse al traste, la sensación que recuerdo tener era similar a esta

Y vosotros, mis mejores amigos, ¿habéis puesto vuestros sentimientos a disposición del populacho de similar o peor manera?