En una tarde que anuncia el fin del mundo a razón de cincuenta grados celsius y subiendo en la Andalucía profunda, este que suscribe decide, despreocupado e insolente, hacer exhibición de su portentoso virtuosismo en la mamada al vecino, en un polideportivo de pueblo.
Para la ocasión, voy vestido sin estridencia de punta en blanco de “Domyos”, pero en realidad voy todo de negro para decir al entorno circundante“ Ey, no quiero llamar la atención pero susenterais que en el fondo soy molón y carismático”.
Luego de un vigoroso precalentamiento consistente en cinco minutos de bici, un trago de Pepsi Cola y la ingesta de dos “After Eight” ( una de las cosas mas insensatas y crueles que ha hecho nunca Inglaterra, incluida la decapitación de Cronwell y el feisbu de Dorian Yates), me veo impelido por una fuerza sobrehumana para pulverizar mis 80 descomunales kilazos de personalbest haciendo peladillas en una jaula, que rijosa y coquetuela, me hace morritos para que la desvirgue en una esquinita del gimlasio. Algo asín:
Ya está cargada con dos discos de los gordos a cada lado. Qué digo discos, son dos banderillas que me vacilan para que embista como el Vitorino que llevo dentro por mor de los excedentes energéticos y la cafeina que fluye por mis pelotas: el sistema límbico a tope de dopamina toma el mando, el neocórtex se hace caquita en un rincón del cabezón. Bufo y allá que voy..
Y junto conmigo, la susodicha mefistofélica máquina también se viene conmigo. Mesplico. A lo que se ve, no había mucha costumbre de utilizar el susodicho artefacto, de tal punto, que no se molestaron en anclarlo al suelo. Así pues, luego de ser embestido por servidor, la máquina empieza a inclinarse hacia delante a la habitual y en este caso, francamente ijoputesca, 9,8 metros por segundo. Y por supuesto, yo con ella, que para una vez que algo femenino me echa los tejos no voy a dejarla sola. Eso sí, con pompa y circunstancia: voy con la barra en la chepa y dando pasitos a lo Chiquito de la calzada con la vana esperanza de poder encauzar el amigable y discreto hostión que se avecina.
Hecho, este, que se consuma frente a una pared para la jaula y para servidor contra un espejo, conformando un díptico en el que los palitroques del artefacto se incrustan en la pared y el belfo del superatleta que soy aplastao contra el espejo, mas o menos, como el pavo de mi avatar.
En escena aparecen escochones, alguna gota de sangre y algo que me toquetea la güevera que me hace despegar el careto del espejo: coño, un perro!!! vaya susto!!! ojalá el animal llegara a superarlo. Se añade al cuadro el que se intuye dueño del animal y supongo a cargo del chiringuito. Se le aprecia la pintoresca habilidad de hablar en andaluz, por lo que para un hijo de Sabino Arana como soy, es como si se hubiera chutao barniz de segunda categoría en la lengua. Y el que diga que no es así, es que nunca se ha chutao barniz de segunda categoría en la lengua.
Ntotá, que de mi boca sale también un idioma completamente desconocido por el resto del cuerpo. En este caso, por los efectos colaterales del remate de morros que había percutido contra el espejo. El andalú contra todo pronóstico y planes de educación de la Consejería de Cultura, no sólo me entiende sino que me sonrie vacilonamente. En un arranque de yihadismo septentrional, me sale el ancestro euskaldún berri que jamás he sido y trato de poner las cosas en su lugar. “ ahívalohostia, que no me echo daño, joder”. Desafortunadamente los efectos del trompazo continúan y creo que vocalizo a la altura de un viceverso ( desde luego las conexiones mentales no le tienen respeto a uno).
El andalú, si obstante, me entiende al punto que mientras trata de dignificar la elegante estampa que proveo al respetable circundante, hace gala de una capacidad asombrosa de semiótica ya que no solo me entiende sino que me recalca que lo mismo le estoy hablando en idioma eusquérico, hecho este muy a tener en cuenta por cuanto yo en vascuence sólo sé decir marmitako e Iñaki Williams, pero oigan, para ser andaluz me descubro ante semejante despliegue cultural.
Aluego me dieron enjuague bucal y que no me preocupara de los esconchones, que pagaba el seguro y tal y tal. Yo ende mientras, continué con la ya paupérrima exhibición de sientadillas, sin llegar si quiera a mis ochenta kilos, y con la fallida expectativa de que mis virtudes de vigor norteño hubieran podido asombrar a alguna pelandusca de esas tierras españolas, que me habían dicho que lo del folleteo era mas factible e incluso hasta llegar a ser jartible.
Nah, a quien quería engañar, los vascos como colectivo uniforme, venimos equipado de serie para levantar piedras, beber txakolí, y ser penetrados por el macho alfa de la tribu que, como todo el mundo sabe, es la hembra abertzale feminoide que por estos lares padecemos desde la puta ikastola. Vamos que en el ligoteo somos una puta basura. No digo mas ( como he versado ladrillescamente): a mi me ha hecho la cobra hasta un puto espejo.