Spawner
Muerto por dentro
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Algunos veranos trabajo en una academia. Como los encargos disminuyen por aquello de que la gente se va a la playa y se funde allí la extra, la cosa en mi sector decae y, desde hace cuatro o cinco veranos, cuando el dueño del negocio se quedó, de repente, sin el profesor que tenía contratado, soy yo el que se encarga de echar una mano a algunos de los alumnos que han suspendido y que tienen que espabilar si quieren pasar de curso. A veces son clases en grupo, otras individuales.
Hay un par de alumnos que conozco de tiempo, puntualmente me llaman para que les eche la mano durante el curso. La semana pasada, el jueves, creo, estaba yo ya pensando que al día siguiente me iba a la playa cuando uno de los más conocidos me dice que le eche una mano con un ejercicio. Era de Química, que si cálculo de PH que si no sé qué. Que su resultado y el del profesor no era el mismo. Los niños de hoy en día se ahogan en un vaso de agua y no son capaces de hacer tres números ellos solos sin tener que reclamar la atención de alguien que les saque del atolladero y, con la de herramientas que tienen a mano, a duras penas ninguno necesitaría de ninguna academia para nada pero, qué coño, algo de dinero saco de ahí, no me voy a quejar encima.
Empiezo a mirar el ejercicio y más o menos todo está correcto. Le pido el resuelto por el profesor. Está en el móvil, me dice. Coño, imprímelos, ya sabes que aquí, en teoría, no podéis usar el móvil, respondo. Joder, es que ya son ganas de gastar dinero para imprimir algo que tengo aquí en el bolsillo. Razón no le falta al chico. Anda, dame que le eche un ojo.
Esencialmente, el profesor ha resulto el ejercicio igual. Todo se reduce a un problema de redondeo. Estoy a punto de decírselo al chaval, que tiene 19 años porque ha repetido ya alguna que otra vez, cuando una notificación emergente aparece en la pantalla. Mi loca. Ojo. Es que ya sólo me duras 5 minutos, leo que pone. Claro, esto a uno le pica la curiosidad. Sin embargo, lo bloqueo, que me conozco, que lo leo y luego me da cargo de conciencia. Pero la chica es insistente, y manda más mensajes. No sé que aplicación es, no una de las que yo use, que cuando tienes el teléfono bloqueado no te aparece el último mensaje enviado solamente, como ocurre con WhatsApp, sino que te salen 5 ó 6 ó yo qué sé. Es que, además, voy guarra perdida todo el día, que ayer me hice 3 dedos y hoy me acabo de levantar y creo que me voy a hacer otro. El chico me ha hablado alguna vez de ella, una chica que era de su clase pero que, como no ha repetido, ya está en la universidad. Que antes te corrías mil y ahora son 5 minutos, con suerte, y ya no me aguantas más. Miro de reojo al chico que se muerde el labio mientras intenta entender qué ha hecho mal. Eso es que no te gusto lo suficiente, porque yo quiero que me folles todo el rato.
Entonces, ¿qué pasa? , me pregunta el muchacho. Yo salgo de mi estado de ausencia y con cierta torpeza le explico que todo se reduce a un problema de redondeos y poco más. Le devuelvo en móvil y lo mete en el bolsillo.
Me quedo un rato pensando. Esa es una conversación rara. Lo lógico, o al menos a lo habitual en una pareja al uso, sería lo contrario, que el tío le confesara a su pareja que se ha hecho 3 pajas de lo cachondo que está y que quiere estar encalomándosela todo el rato. Por otro lado, es una queja de viejos, se me hace extraño que una pareja que no alcanza la veintena tenga problemas de insatisfacción y de incapacidad amatoria. Coño, uno con 20 años es un potro, puede durar poco follando, cierto, y míticas son las cosas que cada uno imagina mientras folla con su primera pareja para no correrse como un mirlo, pero el problema nunca es el aguante. Dos, tres, los que hagan falta, que se es joven y es verano.
Esta historia, que no es nada original ni especial, me ha hecho pensar dos cosas. Por un lado, cuánto hemos cambiado en lo que al sexo se refiere; por otro, que, en el fondo, seguimos igual. En lo relativo a lo primero, yo no es que haya sido un ligón, pero alguna que otra pareja he tenido y ninguna, ninguna, durante el noviazgo, ha reconocido abiertamente masturbarse. Menos aún notificarme cuando va a hacerse un dedo o contabilizar cuántos lleva en un día. Al revés sí, yo sí que he sido muy de decir que tenía la polla en carne viva de tanta paja. Por otro lado, parece que jóvenes y mayores estamos abocados a aburrirnos de la misma; que lo que, al principio, es pasión desenfrenada y todos los polvos que quepan en una noche hasta bordear la lipotimia, termine por ser un metesaca mecánico, soso y con la única finalidad de vaciarnos.
Tanta educación sexual, posibilidades, oferta y demanda no ha servido más que para intensificar nuestros hábitos y que, al final, el hombre vaya a lo justo, perpetuando su imagen de vago, y la mujer siempre quiera más, convirtiéndose en el epítome de la quejicosa insatisfecha.
Si los jóvenes de hoy día tienen problemas de viejos, es que algo estamos haciendo muy mal.
Hay un par de alumnos que conozco de tiempo, puntualmente me llaman para que les eche la mano durante el curso. La semana pasada, el jueves, creo, estaba yo ya pensando que al día siguiente me iba a la playa cuando uno de los más conocidos me dice que le eche una mano con un ejercicio. Era de Química, que si cálculo de PH que si no sé qué. Que su resultado y el del profesor no era el mismo. Los niños de hoy en día se ahogan en un vaso de agua y no son capaces de hacer tres números ellos solos sin tener que reclamar la atención de alguien que les saque del atolladero y, con la de herramientas que tienen a mano, a duras penas ninguno necesitaría de ninguna academia para nada pero, qué coño, algo de dinero saco de ahí, no me voy a quejar encima.
Empiezo a mirar el ejercicio y más o menos todo está correcto. Le pido el resuelto por el profesor. Está en el móvil, me dice. Coño, imprímelos, ya sabes que aquí, en teoría, no podéis usar el móvil, respondo. Joder, es que ya son ganas de gastar dinero para imprimir algo que tengo aquí en el bolsillo. Razón no le falta al chico. Anda, dame que le eche un ojo.
Esencialmente, el profesor ha resulto el ejercicio igual. Todo se reduce a un problema de redondeo. Estoy a punto de decírselo al chaval, que tiene 19 años porque ha repetido ya alguna que otra vez, cuando una notificación emergente aparece en la pantalla. Mi loca. Ojo. Es que ya sólo me duras 5 minutos, leo que pone. Claro, esto a uno le pica la curiosidad. Sin embargo, lo bloqueo, que me conozco, que lo leo y luego me da cargo de conciencia. Pero la chica es insistente, y manda más mensajes. No sé que aplicación es, no una de las que yo use, que cuando tienes el teléfono bloqueado no te aparece el último mensaje enviado solamente, como ocurre con WhatsApp, sino que te salen 5 ó 6 ó yo qué sé. Es que, además, voy guarra perdida todo el día, que ayer me hice 3 dedos y hoy me acabo de levantar y creo que me voy a hacer otro. El chico me ha hablado alguna vez de ella, una chica que era de su clase pero que, como no ha repetido, ya está en la universidad. Que antes te corrías mil y ahora son 5 minutos, con suerte, y ya no me aguantas más. Miro de reojo al chico que se muerde el labio mientras intenta entender qué ha hecho mal. Eso es que no te gusto lo suficiente, porque yo quiero que me folles todo el rato.
Entonces, ¿qué pasa? , me pregunta el muchacho. Yo salgo de mi estado de ausencia y con cierta torpeza le explico que todo se reduce a un problema de redondeos y poco más. Le devuelvo en móvil y lo mete en el bolsillo.
Me quedo un rato pensando. Esa es una conversación rara. Lo lógico, o al menos a lo habitual en una pareja al uso, sería lo contrario, que el tío le confesara a su pareja que se ha hecho 3 pajas de lo cachondo que está y que quiere estar encalomándosela todo el rato. Por otro lado, es una queja de viejos, se me hace extraño que una pareja que no alcanza la veintena tenga problemas de insatisfacción y de incapacidad amatoria. Coño, uno con 20 años es un potro, puede durar poco follando, cierto, y míticas son las cosas que cada uno imagina mientras folla con su primera pareja para no correrse como un mirlo, pero el problema nunca es el aguante. Dos, tres, los que hagan falta, que se es joven y es verano.
Esta historia, que no es nada original ni especial, me ha hecho pensar dos cosas. Por un lado, cuánto hemos cambiado en lo que al sexo se refiere; por otro, que, en el fondo, seguimos igual. En lo relativo a lo primero, yo no es que haya sido un ligón, pero alguna que otra pareja he tenido y ninguna, ninguna, durante el noviazgo, ha reconocido abiertamente masturbarse. Menos aún notificarme cuando va a hacerse un dedo o contabilizar cuántos lleva en un día. Al revés sí, yo sí que he sido muy de decir que tenía la polla en carne viva de tanta paja. Por otro lado, parece que jóvenes y mayores estamos abocados a aburrirnos de la misma; que lo que, al principio, es pasión desenfrenada y todos los polvos que quepan en una noche hasta bordear la lipotimia, termine por ser un metesaca mecánico, soso y con la única finalidad de vaciarnos.
Tanta educación sexual, posibilidades, oferta y demanda no ha servido más que para intensificar nuestros hábitos y que, al final, el hombre vaya a lo justo, perpetuando su imagen de vago, y la mujer siempre quiera más, convirtiéndose en el epítome de la quejicosa insatisfecha.
Si los jóvenes de hoy día tienen problemas de viejos, es que algo estamos haciendo muy mal.
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