Sadam Joselín
Forero del todo a cien
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- 9 Feb 2007
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Queridos hamijos, me anima a escribir este hilo la experiencia sufrida ayer (y tantos días) en la caja del supermercado. También el deseo de hacerme mayor en este foro y el no haber sido todavía lapidado públicamente en el.
Me acercaba yo a la linea de cajas, y observé que en una de ellas tan solo había una pareja joven ya pagando y una señora con pocas cosas. Bien, terminaré pronto.
Empezó el turno de la señora, las cajas de leche, verduras, un melón...
- Señora, que el melón hay que pesarlo.
La señora emprendió la marcha a la verdulería, en la otra punta del super, sector este, pasados unos cuantos minutos volvía con el melón pesado y una botella de lejía, que se le había olvidado.
Continuó la función, BIP BIP BIP, y llegó el salchichón, como el plástico que lo recubre estaba muy arrugado, no se leía el código de barras. No lo tenían anotado en las cajas. La cajera partió rauda a mirar el precio a charcutería, curiosamente también en la otra punta del super, sector oeste.
El impresionante Terminal Punto de Venta tampoco leyó el código de la barra de pan, pero este si que lo tenía anotado, miró en unas hojas que tenía por alli, et voila.
Bueno, ya estamos, pensé, pagar y listos...
La maruja sacó su cartera para pagar los 20 €. Ánimo, es fácil. Pero no, dudó unos segundos entre cuatro o cinco tarjetas de crédito, extrajo una cuidadosamente y la entregó.
- ¡Ay por dios, que no me contesta Ibercaja!. Marca otra vez... ahora sí. El ratito de salir el papel, la solemne firma y ¡ya está!.
Gracias a la impresionante dotación tecnológica del super, había perdido casi un cuarto de hora esperando que cobraran una mierda de compra. Ello me llevó a recordar viejos tiempos, cuando de chaval me mandaban alguna vez a comprar, a un super también.
No había lector de códigos de barras. Había una señorita con un aparatito tal que este:
Pretaban el gatillo y ponían las etiquetas de los precios con una velocidad y habilidad pasmosas. Y había que estar atento, especialmente en verano, a cuando ponían las etiquetas en las filas bajas de las estanterías, se podían ver unas espléndidas bragas blancas, azulitas, rosas.
En la verdulería no tenías que pesarte nada, había un humano/a, que te lo pesaba y metía en la bolsa una nota con el precio, escrita a mano, que la cajera no tenía ninguna dificultad en interpretar.
Si algún artículo no tenía la etiqueta con el precio, la cajera lo solía saber, y si no:
- ¡MANOLIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII, ¿A CUANTO ESTÁN LAS GALLETAS MARÍA?!
- ¡A QUINCEEEEEEEEE!.
Y eran rápidas, muy rápidas con estos vetustos artilugios. Una de aquellas cajeras hubiera marcado y cobrado la compra anterior en dos minutos escasos, en metálico y en pesetas.
Y muchas estaban buenas, oiga. No como ahora, que a las que están buenas se las deben llevar para modelos, putas o el gran hermano. Y eran unos años mayores que tú, y les decías alguna picardía al pagar, y se reían y te decían:
- Lo que tienes que hacer es buscarte una novieta formal.
Añoro aquellas compras.
Me acercaba yo a la linea de cajas, y observé que en una de ellas tan solo había una pareja joven ya pagando y una señora con pocas cosas. Bien, terminaré pronto.

Empezó el turno de la señora, las cajas de leche, verduras, un melón...
- Señora, que el melón hay que pesarlo.
La señora emprendió la marcha a la verdulería, en la otra punta del super, sector este, pasados unos cuantos minutos volvía con el melón pesado y una botella de lejía, que se le había olvidado.

Continuó la función, BIP BIP BIP, y llegó el salchichón, como el plástico que lo recubre estaba muy arrugado, no se leía el código de barras. No lo tenían anotado en las cajas. La cajera partió rauda a mirar el precio a charcutería, curiosamente también en la otra punta del super, sector oeste.

El impresionante Terminal Punto de Venta tampoco leyó el código de la barra de pan, pero este si que lo tenía anotado, miró en unas hojas que tenía por alli, et voila.
Bueno, ya estamos, pensé, pagar y listos...
La maruja sacó su cartera para pagar los 20 €. Ánimo, es fácil. Pero no, dudó unos segundos entre cuatro o cinco tarjetas de crédito, extrajo una cuidadosamente y la entregó.

- ¡Ay por dios, que no me contesta Ibercaja!. Marca otra vez... ahora sí. El ratito de salir el papel, la solemne firma y ¡ya está!.
Gracias a la impresionante dotación tecnológica del super, había perdido casi un cuarto de hora esperando que cobraran una mierda de compra. Ello me llevó a recordar viejos tiempos, cuando de chaval me mandaban alguna vez a comprar, a un super también.
No había lector de códigos de barras. Había una señorita con un aparatito tal que este:

Pretaban el gatillo y ponían las etiquetas de los precios con una velocidad y habilidad pasmosas. Y había que estar atento, especialmente en verano, a cuando ponían las etiquetas en las filas bajas de las estanterías, se podían ver unas espléndidas bragas blancas, azulitas, rosas.
En la verdulería no tenías que pesarte nada, había un humano/a, que te lo pesaba y metía en la bolsa una nota con el precio, escrita a mano, que la cajera no tenía ninguna dificultad en interpretar.
Si algún artículo no tenía la etiqueta con el precio, la cajera lo solía saber, y si no:
- ¡MANOLIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII, ¿A CUANTO ESTÁN LAS GALLETAS MARÍA?!
- ¡A QUINCEEEEEEEEE!.
Y eran rápidas, muy rápidas con estos vetustos artilugios. Una de aquellas cajeras hubiera marcado y cobrado la compra anterior en dos minutos escasos, en metálico y en pesetas.

Y muchas estaban buenas, oiga. No como ahora, que a las que están buenas se las deben llevar para modelos, putas o el gran hermano. Y eran unos años mayores que tú, y les decías alguna picardía al pagar, y se reían y te decían:
- Lo que tienes que hacer es buscarte una novieta formal.
Añoro aquellas compras.