Benito rebuznó:
El otro dia por cierto me quede de plastico, mi abuela me conto que cuando los guardias civiles se retiran les permitian (antes, no se como ira esto ahora) quedarse con la pistola, que el fusil lo tenian que devolver.
Eso si, que a la pistola le hacian un taladro nosedonde y no tiraba por lo visto.
Acto seguido me confeso que la de mi abuelo la tenia aun en la sinfonier de su habitacion, es una star del 9 largo, y dice que aunque tenia cartuchos no ha probado si tira o si no por si las moscas, que a ella le suena que no se la inutilizaron.
De cualquier forma, si te la inutilizan eso no se puede arreglar no? lo digo porque tal como se estan poniendo las cosas, mi abuela es de las que si eso se puede apañar, va a que se la arreglen y tienes a una señora de 82 castañas con fusco en el bolso y a mi eso me acojona, que ultimamente se le esta pirando la fresa bastante, el otro dia me dijo que se iba a comprar un caballo.
Lo de que se queden la pistola no es tan remoto. Anecdotón incoming, esta os la debo de algún hilo de esos de batallitas.
Un guardia civil retirado se enamoró de una anciana. Se habían conocido en alguno de esos deprimentes bailes para la tercera edad y seguramente ella fue tan puta como habría sido toda su vida. Al parecer ella no había seguido mostrando interés y, por si era cosa de un despiste, él la esperó en la puerta una buena mañana de hará unos 16 años. La vieja, a la vista de que algo chungo pasaba y como tenía que salir a hacer un
mandao, se llevó consigo a sus dos nietos, de 4 y 6 años. Esto es lo que se viene llamando escudo humano.
El presunto forero la siguió varias calles hasta que se dio cuenta de que no iba a arrimar cebolleta, con lo cerca que se había visto. Sacó la pistola y le disparó desde cierta distancia unas cuantas veces, haciendo blanco dos. A ella le dio en la quijotera y al niño de 6 años en la cara. El crío reaccionó rápido, cogió a su hermano pequeño de la mano y se lo llevó en volandas hasta el refugio más próximo: la tienda de mi padre, que no se había enterado ni de si ese día estaba nublado.
El guardia civil, en un alarde de valentía y profesionalidad, se dirigió a su caza en el interior del inmueble para terminar la faena, dando ya por muerta a la vieja de mierda que yacía en la acera.
Los niños se habían acurrucado en un escaparate, decorado para ser un lugar acogedor y cálido, el de 6 años se tiró en una cama de matrimonio (de excelsa calidad), a ver pasar su corta vida delante de sus ojos. El de 4 no tenía nada más que hacer que mirar cómo el ex agente del orden recargaba el revólver reglamentario, inutilizado, mis cojones, con la intención de hacerle correr la misma suerte.
A todo esto, mi padre, conocedor del terreno, de desmarcó del resto de los testigos, que rezaban lo que sabían detrás de un mostrador, y echó mano de un pequeño pero robusto taburete (marca de la casa), aproximándose por el flanco del ex agente apasionado con todo el sigilo que una persona de su envergadura puede permitirse. Bastante bien lo hizo, que el enamorado picoleto le vio cuando ya lo tenía a dos pasos, le encañonó y apretó el gatillo. Quiso la puta suerte que ese hombre hubiera sido guardia civil y no del FBI de las películas. Se le encasquilló, algo no iba bien en su arma, y cuenta mi padre que no se le ocurre otra cosa que mirar la pipa con estupor e intentar arreglarla. "Uy, espera, que ahora sí que sí te mato, un segundo".
La sarta de hostias empezó con un taburetazo en la cabeza que, otra vez en palabras de mi padre, "no sé cómo no lo mató". Luego hubo muchos ruidos que sonaban como a chasquido y el fatality fue una palanca en una pierna hasta que se pasó de vuelta. Alguien desde debajo del mostrador llamó a la policía con el teléfono/fax, de última tecnología por entonces, y luego vino la espera. Mi padre le dijo al derrotado señor que se sentase en la acera, seguido de un "si te mueves, te mato" que debió sonar convincente. En lo que llegaba la policía le cayó incluso una maceta desde el balcón de algún miembro de esas valientes muchedumbres furiosas. El blanco de la agresión miró de reojo a mi padre, tragó saliva y siguió esperando.
Cuando llegó la policía, el viejo se echó a sus brazos para que le salvaran de ese cruel hombre que le miraba con ojos de esclerótica
colorá.
Después vino la ambulancia, se llevó a la vieja solidaria que, si podía escuchar algo en su estado, se percató de la calurosa despedida que le brindaba su hija, quien ató cabos sobre la marcha y entendió el porqué de tan súbito amor de esa abuela por sus nietos.
-Te está bien
empleao.
Sólo sé que estuvo en coma, no sé si murió por el incidente o el mundo se cansó de ella por otra razón.
Para enmarcar el cuadro, llegó la juez de guardia, la puta que faltaba. Entró a levantar el cadáver, entre risas y dándose una importancia que, a la vista de un niño muerto de una manera tan injusta, daba entre asco y ganas de matar. Tenía prisa, la señora juez, y le había pillado muy mal eso de que se estuviese asesinando gente a la hora de su café. Se quitó los guantes de goma y los tiró los dos sobre esa colcha que algún día mi padre había escogido concienzudamente junto a su querida esposa para decorar el fruto de su trabajo. Las manchas de sangre no iban a salir, eso él lo supo ahí mismo, y esto no lo ha dicho nunca, pero en casa sabemos que se quedó con las ganas de soltar alguna hostia más esa mañana y no eran todas para el asesino.