Estela, retrato de una marrana.
La historia de Estela, no contiene un excesivo contenido sexual, prácticamente el contenido es nulo, salvo ligeras pinceladas esta vez sí escatológicas por parte de Estela. Aviso de este importante matiz, para aquellos caballeros que busquen las tan ansiadas historias de folleteo, decapitaciones o ingestas de heces.
En mi profesión es bastante común una historia de amor, amor del bonito, amor de erizar los folículos pilosos, amor puro, verdadero.
La totalidad de nuestro dia, lo basamos en la charla con señoritas, con lo cual es complicado no encontrarse nuestra media naranja entre los frondosos bosques frutales que recorremos.
En mi vida, me he enamorado dos veces al igual que Estela, la primera vez, de Carolina. Carolina fue una fugaz historia de amor que acabó con laca en mis testículos, James Blunt en mi subconsciente y un entrañable amigo portugués.
La segunda vez, fue de una empleada de buen ver a mis ojos, simpática y trabajadora con la cual me casé y a día de hoy convivimos juntos en un matrimonio gobernado por una rutina y monotonía basada en el trabajo que impide prácticamente la comunicación matrimonial, obteniendo como resultado la ausencia de disputas y discusiones. Plan que me costó llevarlo a cabo, y aunque con mentiras y engaños gozó y goza de una excelente salud.
Estela también se enamoró dos veces, la primera vez, de un apuesto caballero bien posicionado, al cual conquistó a través de sus peregrinas artes amatorias. "Sin límites" era la filosofía de Estela a la hora de definir su sexualidad.
La segunda vez, fue de mí. El único hombre sobre nuestro maltrecho y maltratado planeta que la miraba a la cara y tenía el estómago de dirigirse a ella sin esobozar arcadas.
Estela era una excelente clienta de la distribuidora para la que trabajaba. Sus compras compulsivas, nos permitan obtener ese pellizco a final de mes para un traje nuevo, un reloj de marca o el último modelo de iPhone.
Las visitas al salón de Estela eran menos regulares que al resto de clientes, con dejar constancia de nuestra presencia una vez al mes o cada 40 días era más que suficiente para que su débil mente pudiera recordar que existíamos, que estábamos pendiente de ella, que nos importaba y que juntos formábamos un sólido equipo de trabajo en el cual nosotros imponíamos las estrategias de Marketing en su salón y ella su extraordinaria capacidad para realizar los servicios demandados por su clientela.
Estela gozaba de un físico atractivo. Su cabello negro rizado deslizándose por sus grandes pechos eran el conjunto perfecto a un trasero perfectamente proporcionado con su voluptuoso y exuberante cuerpo.
El salón de Estela, era un salón bastante amplio, demasiado incluso para ella sola. Su utillaje era de primera calidad, y no tenía reparo en gastarse buena parte de su dinero en el último modelo de Parlux o en las nuevas tijeras "jaguar".
Palabras como económico o barato no tenían cabida en la mente de Estela.
La realidad que Estela estaba viviendo no era la misma que la del resto de los mortales.
Su salón era digno de las mejores revistas de decoración, con la mala fortuna de que su habilidad no acompañaba al estatus que pretendía llevar su negocio.
Estela era una peluquera pésima, sus trabajos de color sólo proporcionaban multitud de quejas por parte de los incautos clientes que sin muchas luces se atrevía a entrar por aquella puerta de pomos de oro.
El salón de Estela, estaba ubicado en un pequeño pueblo costero del norte de Cantabria, en el cual no habría más de 100 habitantes durante todo el año. Era como colocar la más bella y minimalista tienda de Apple, regentada por un experto en fontaneria, en el más solitario pueblo de nuestra querida España.
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Menún chiringuito ma montao mi marido empresario
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Lo voy a montar aquí, que queda como más bohemio todo
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Pues el otro día fui donde la Estela, por 300€ me cortó, me hizo los rulos y me dió una bolsa pa que me tapara que empezaba a llover.
El marido de Estela, era su reducto monetario. Un hombre, del que un servidor deduce, tan inmerso en sus negocios que entregaba fielmente cada mes una abultada cantidad económica a su esposa, a cambio de las más grotescas prácticas sexuales, las cuales desconozco. Lo lamento fiel lector.
Estela, era una mujer tremendamente simpática, accesible y encantadora. Era como una feliz oveja pastando alegremente por unas verdes praderas infestadas por hambrientos lobos. Todos los lobos queríamos un pedazo de esa tierna ovejita, la cual se despedazaba a sí misma regalando trozos de su simpatía en forma de dinero.
Cada colección nueva que salía, no dudábamos en ofrecérsela a Estela, no importaba la cantidad o el precio de la misma, 200, 500, 1000, 2000€, ella sólo quería ser y tener lo mejor, ella lo valía, su calidad como profesional no merecía otra cosa.
Con el paso del tiempo, la evidencia se hizo realidad y Estela cada vez compraba menos y menos productos.
A los pocos meses, "Coquetas" cambio su nombre por el de una conocida firma.
Algún auténtico ser despiadado, se había aprovechado de la ingenuidad de Estela para a través de alguna cifra astronómica, rodeara y aderezara toda su ingenuidad con imágenes y productos de la más cara, agresiva y salvaje de las firmas. Sebastian.
Estela, ya no era de todos.
Pasó el tiempo y durante meses no supimos nada de aquella simpática mujer. Durante un breve espacio de tiempo, recibí llamadas suyas a las que nunca contesté. Sus llamadas eran de auténtico auxilio, pero ninguno de los que la despellejamos, acudimos en su ayuda. Nos dio tanto, que no recibió nada, la habíamos dejado en la estacada.
Pasados varios años, a mí ya me habían despedido y estaba inmerso en mi distribuidora. Como propietario de la misma, me cercioraba de que mis discípulos fueran aún más feroces de lo que yo fuí.
Durante sus primeras semanas, me embarcaba con ellos en largos viajes para transmitirles los más oscuros entresijos de la profesión a la vez que les iba presentando a los que iban a ser sus enemigos en la arena durante la batalla.
Una tarde, tras un largo viaje, pasé por el pueblo donde estaba ubicado el salón antiguamente conocido como "Coquetas". Recordé a Estela, su exuberancia, su simpatía y su arte para dar y nunca recibir.
Fuí a su encuentro.
Tras un primer vistazo, todo parecía bastante cambiado, la fachada antes impecablemente pintada de blanco con extremada delicadeza ahora dejaba ver el crudo gris del cemento que se estendía también por todo el interior. Temía lo peor, el fracaso de aquella mujer era más que palpable.
Llamé al timbre, pero nadie contestó y tras comprobar la libertad que tenía debido a la apertura de la puerta, entré.
Ya no había tijeras de diseño, ni espejos de oro. Un local completamente vacío en su mayoría abarcaba toda mi visión, que se detuvo en una pequeña silla verde con el logotipo de San Miguel en su ya descolorida espalda.
Frente a dicha silla, un espejo antes rectangular, ahora poseía una indefinida forma debido a los profundos cortes, surcos y grietas que presentaba, con una de ellas atravesando de lado a lado dicho espejo, haciendo que el reflejo fuera una metáfora del cambio vital de Estela.
Junto a la silla de San Miguel haciendo las veces de tocador, había un viejo frigorífico con distintas pegatinas adornando la cara de aquel aparato blanco que iba de la mano de un amarillento microondas colocado sobre una mesa de madera.
Los tintes de diseño, depositados sobre un cesto de mimbre se juntaban con botes de ColaCao, litros de leche semidesnatada y varias bolsas de bolleria.
Escuché la voz alegre de Estela, por fin algo conocido.
Dirigí mis sorprendidos ojos a la llamada de la voz, avistando un maltrecho sofá color café de dos plazas sobre el que una mujer que mis recuerdos no reconocían permanecía sentada mientras se tapaba con una manta.
Era Estela, que me ayudó a reconocer su rostro gracias a la siguiente frase:
- Hombre, dichosos los ojos. Cómo está el señorito? No le das dos besos a tu Estela?
Accedí, con más reparo qué gusto, a hacer un amago de intercalar nuestras mejillas sin llegar al contacto.
- Me vas a perdonar, que estoy resfriada.
Decía mientras sorbía con su pequeñita nariz las verdes mucosidades colgantes de sus orificios nasales.
- Vaya cambio has dado a esto no?
-Si bueno...ya te enterarías que me separé
- Ni idea...que pasó?
- La gente, que es muy envidiosa.
Estela seguía refugiada en su realidad, culpando a cuatro señoras sin culpa alguna, de no acudir a su salón para recibir abrasamientos en sus ya seniles cabezas.
Estela se levantó, y mientras me enseñaba el local, comprobé el deterioro sufrido, tapado por una manta.
Su cabello había sido cortado como sus sueños, un corte mezquino, mal realizado dejando ver dos bultos de cabello junto a sus orejas y uno sobre su antes cálida frente.
Su cuerpo exuberante, había perdido sus curvas estrepitosas transformándolas en aburridas rectas y grandes elipses.
Sus grandes pechos, reclamo de los hombres, habían caído a la vez que crecido hasta lo más profundo del fracaso.
Su trasero, antes tan apetecible con una pinta en verano, había triplicado su tamaño dejando ver una delgada línea blanca que nunca permanecería paralela a su ano a través de unos leggins marrones envejecidos.
Intenté ser cortés, y tras declinar varias ofertas alimenticias de dudosa calidad entre las que estaban un sospechoso café, o un bocadillo, me marché dejando a Estela con la palabra en la boca, despidiéndose de mi desde la puerta.
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El pueblo me hizo ser así
Las semanas siguientes fueron un calvario para mí teléfono. Estela no paraba de enviarme mensajes a través de cualquier medio posible, contandome su dedadencia, lo bien que me veía y la ilusión que la había hecho.
Comenzó a expresar su sentimiento de atracción hacia mi persona, su corazón volvía a latir por amor, un amor que necesitaba ser correspondido.
Tras meses de ardua batalla por parte de Estela y de cortesía por el cariño hacia su persona por parte de la mía, Estela volvió a tener el apetecimiento de sentir el poder de comprar algún producto.
Ante tal oferta, mi cabeza no disponía del mecanismo de una negativa así que volví a verla.
Estela estaba con una clienta, una señora de varios cientos de años a la cual el tiempo la había regalado infinidad de arrugas mientras sus dos amigas seniles permanecían sentadas en un sillón probablemente lleno de infecciones y mucosidades.
Estela, con cara de pocos amigos, me llevó al almacén para cerrar la compra mientras me contaba sus pensamientos.
- has visto? Estas hijas de puta me han arruinado la vida, no venían nunca y ahora que he bajado los precios vienen. No quieren un servicio de mala calidad? no quieren un servicio de mierda? Pues es lo que las doy.
Estela estaba tremendamente enfurecida, tras intentar calmarla prosiguió aumentando su enfado.
- y encima viene con las amigas, a que, a reírse de mi???, De mí no se ríe nadie ya, me río yo. Me han destrozado la vida.
A la vez que esbozaba dicha frase, se bajó el pantalón y dejando ver aquel mismo tanga blanco cogió varios peines y varias brochas para aplicar tintes.
- Ya me da igual todo, estoy harta!!
Comenzó a introducirse los peines por su recto. Ciertamente era impresionante la capacidad de almacenamiento de aquel culo. Asistí atónito al espectáculo.
- Pero bueno Estela te vas a hacer daño por Dios.
Intenté disuadirla con dichas palabras a la vez que se introducía varios peines y los sacaba.
- Este, es para la asquerosa que está ahí sentada,guapa va a ir
Se introdujo un "peine de secador" con las cerdas (los "flecos" del cepillo) bastante desgastadas y dobladas.
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Al sacar el cepillo de su recto, Estela hizo un gesto de dolor a la vez que esgrimía una mueca en su cara mostrando satisfacción.
Me enseñó el cepillo y dijo
- así hay que tratarlas
Agarró por el mango el cepillo infestado de perlas de cacae encada una de sus puntas, y mientras yo salía despavorido Estela me siguió junto a su cepillo perlado y el olor que producen las heces de una alimentación basada en bocadillos.
Ni corta ni perezosa posó con dureza en cepillo en la cabeza de la señora la cual cortó la conversación con sus amigas del sofá para dirigirse a Estela
- nena,as suave hija que me vas a matar
Estela enredo un buen mechón de cabello en el cepillo. Dejó el cepillo enredado en el cabello de la señora y se dirigió al microondas
- Queréis un poco de chorizo?
Preparó cuidadosamente varias rodajas de chorizo en un plato, lo metió y lo calentó.
Al terminar el microondas su trabajo Estela abrió la puerta del artefacto dejando escapar un vapor achorizado por todo el salón.
Comió dos porciones y prosiguió con el peinado de la señora, un peinado de mierda.
Me marché y nunca más volví a verla.
Aún mantengo contacto telefónico con ella. Suele comprar mi champú más barato 1 vez al mes, una garrafa de 2L. 5'70€.