A mí los cónclaves me la ponen durísima. No he visto mejor manera de hacer una elección de nada en mi puta vida, con la excepción de aquella vez que Mopor y Coles se tuvieron que jugar a los chinos quién iba a ser el mod del General y salió empate y por tanto los dos lo fueron.
No es solo ya lo del rayo que cayó, que parecía mandado por el mismísimo Dios, es que al loro los colegas todo el pifostio que montan para elegir al Papa. Para empezar se reunen en la puta Capilla Sixtina. Ahí se quedan los tíos, en ese lugar increíble, rodeados de una de las mayores obras maestras del Arte de toda la Historia de la Humanidad, quizá el lugar más valioso artísticamente hablando del puto planeta, no hay lugar en el mundo donde haya tanta obra maestra en tan pocos metros cuadrados, y esta obra maestra de la pintura está a su vez pintada sobre otra obra maestra del Arte que son los muros y los techos de ese edificio. Empiezan A LO GRANDE, es insuperable.
Luego los colegas se ponen a votar, en secreto, tras haber cogido la Policía y haber rastreado la presencia de micrófonos y haber apantallado todo con inhibidores de frecuencia. Hay un juramento previo de secreto, bajo pena de excomunión, para hacerlo aún más solemne. Todo está regulado: hasta las veces que se ha de doblar la papeleta. Luego van todos en fila, con el brazo en alto sosteniéndola, y la depositan en un plato, y de ahí la echan a la urna. Imagináos la estampa, la fila de cardenales, vestidos de cardenales, con el brazo en alto, en silencio, en la puta Capilla Sixtina, con la obra de Miguel Ángel, eterna, viéndoles desde el cielo. Han rezado todos para que venga el Espíritu Santo a alumbrarles, y, digo yo, si el Espíritu Santo puede ir o no ir a donde se le llama, a esto irá, ¿no? ¿si no va a esto, a qué va a ir si no? Pues ahí está el Espíritu Santo, mirando qué pasa, como las pinturas de Miguel Ángel. Las papeletas se cosen entre sí, para que ninguna se pierda. Imagináos a los cardenales, cosiéndolas. Tres escrutadores, tres testigos, y otros tres que han ido hasta el asiento del cardenal que no haya podido, por enfermedad, levantarse, a recogerle la suya. Todo medidísimo, imposible hacer trampas o dar el cambiazo. Luego lo del humo negro y el humo blanco, tienen a la puta cristiandad pendientes de si sale o no humo de una chimenea y cuándo... empieza a salir algo... ¿negro? ¿blanco? Joder, qué suspense. Y cuando se ha elegido Papa, se van todos al sitio donde está sentado y le dicen "Tú, qué pasa contigo, ¿sí o qué?" Y el tío no puede decir "coño, es que no me lo esperaba, déjame que me lo piense", tiene que decir si sí o si no y con qué nombre quiere reinar. Y luego, con toda la puta humanidad mirando a una ventana, sale, de entre las sombras, vestido de blanco, como una aparición divina, como una epifanía, a decir "Aquí estoy yo, ahora yo parto la pana".
No he visto mejor puesta en escena en mi puta vida.