Necesitamos un exorcista. El ente maligno que está ocupando el cuerpo de estacas debe ser desalojado para que deje de decir cosas algo coherentes y vuelva a las tonterías de siempre.
Recuerdo el libro de literatura española del bachillerato. Un repaso exhaustivo a todo lo mesetario y al final, como un apéndice de última hora, algún escritor en gallego, catalán o vasco, y más al fondo todavía, algún sudaca. Borges, Rulfo, García Márquez,
Rosalía De Castro o Verdaguer como notas al pie de página de grandes fenómenos como Azorin, Jovellanos, Moratin o Gonzalo de Berceo.
Ese es el problema, al margen de una plurinacionalidad en la que yo sí creo ("Hubo en Galicia reyes antes que en Castilla leyes", dice un certero refrán). Que muchos, muchísimos españoles tienen grandes dificultades para aceptar que aquí convivan lenguas y culturas muy diferentes. Que si se trasladan a Barcelona tendrán que aprender catalán, o si lo hacen a Betanzos sus hijos tendrán que estudiar alguna asignatura en gallego. Que como son españoles piensan que en todas partes de nuestra geografía el castellano tiene que ser una apisonadora que tiene que imponerse a todo. Que no comprenden que lengua oficial no es lo mismo que lengua comun. Que hay gente tan española como ellos que desde que nace hasta que se muere, en una aldea gallega o un caserío vasco no pronuncian una sola frase en castellano y que no tienen una lengua común con un señor de Soria.
Y ello lo perpetua gente bastante progresista en otros campos, pero a los que les sale de dentro una inquina ancestral cuando sale el tema de las otras culturas hispánicas: Muñoz Molina, Reverte, Marias, todos tienen ramalazos de ese tipo.
Ningún suizo de Berna quiere ser alemán. Ninguno de Ginebra Frances, ni tampoco Italiano uno de los Grisones
Y los pocos miles que hablan romanche ven su idioma en los sellos de correos, documentos oficiales y enseñanza como si fuese el potente alemán. No hay sumisión jerárquica, intentos de asimilación de una cultura sobre otra ni absurdos discursos sobre una lengua común, aunque casi todos sean plurilingües. Seguro que en ninguna ciudad suiza se escuchan las barbaridades que mis hermanos, perfectamente adaptados a la vida madrileña desde hace años, oyen casi a diario cuando sale el tema de los idiomas periféricos.