No se sabe de nadie que haya trabajado en una oficina que con cuarenta años parezca que tenga sesenta, tampoco que se queme al sol varias veces al mes, que no pueda ponerse derecho con cincuenta años porque tiene la cintura reventada, que tenga los brazos que se le caigan a las 10 de la mañana por dar con roca viva en la zanja y tenga que seguir hasta las seis de la tarde, tampoco que tengan qué estar a 48 grados y al sol metidos en la zanja, que te pique un alacrán, que te mierda una serpiente, que golpes una piedra, salte un trozo y pierdas un ojo, que te amputes dedos de los pies, por un mal golpe del pico o la azada... Minucias con los riesgos laborales de una oficina donde el aire acondicionado puede estar muy alto, no has parpadeando frente al ordenador durante 20 segundos, la máquina de café no funciona... Y si, el estrés de no tener un trabajo terminado a tiempo y todas esas cosas. Que reconozco que todos los trabajados tienes lo suyo. Pero vamos, el que se tira por la ventana en una oficina se pesa en un almendro al lado de la zanja a media mañana al ver lo que le queda por cavar.